El sábado pasado, a las 17.54, resbalé por las escaleras de mi casa con los pies mojados. El recuerdo es un instante. La base del cráneo golpeó contra el filo del escalón, el dolor fue muy fuerte, en un segundo instante la columna golpeó ... muy violentamente contra otro escalón. Al llegar mi cuerpo al final de las escaleras no podía mover nada por debajo del cuello, y los brazos y piernas no cumplían mis órdenes.

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Había perdido toda movilidad.

Primero el pánico. Luego asumir, casi en el acto, que mi vida había cambiado y con ella la de los demás, que me había quedado paralítico. Siempre había pensado que, si no pudiese valerme por mí mismo, me suicidaría. Pasaron segundos como horas en una situación nueva y angustiosa, ¿cómo se suicida alguien que no puede mover los brazos? Podía respirar pero no sentía mis latidos. No había nada debajo de mi cabeza, aunque veía mis brazos extendidos en cruz. Angustia, desorientación, mandaba órdenes pero las manos no se movían. Un poco más de tiempo para asumir lo que había pasado. Estaba furioso por mi idiotez y muy asustado. Entendí que el daño que haría a los míos quitándome de en medio sería espantoso e irreparable, muy superior al de sostener mi existencia inmóvil. El suicidio es siempre contra los demás. El pánico se fue y llegó el horror de entender que una torpeza irresponsable había acabado con una vida que era infinitamente feliz, aunque no siempre me hubiera dado cuenta. Después el pecho hinchado, una especie de pesadez en la respiración, la emoción de estar viviendo el peor momento de mi vida.

Entonces empezó un hormigueo en los dedos, las manos, luego los brazos y, poco a poco, fui recobrando el movimiento. Las sensaciones vinieron con un dolor muy fuerte en el índice derecho. Al caer me agarré a la barandilla y el dedo se enganchó en un repujado. Todo mi peso sobre el dedo que se desgarró y me arranqué la carne de la cara interna. Al mirar la mano lo vi partido en dos, pero era solo la piel. Aquel dolor tan fuerte fue muy bonito. Cuando te duele es porque sientes.

Cuando me pude levantar llamé al 112. La señora, tan amable, me envió una ambulancia que me llevó al Morales Meseguer. En el trayecto leí y somaticé todos los síntomas de una fractura craneal. El dolor que sentía y el recuerdo del impacto brutal no me dejaba otra conclusión. La espalda me daba menos miedo porque si me movía no debía estar lisiado seriamente. Poco se habla del daño que hace leer síntomas en Google para identificarse con ellos y sufrir gratis. Poca épica y mucha época.

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Urgentemente me pasaron de un médico a otro, me hicieron una radiografía y un análisis neurológico. El doctor me envió a casa con ibuprofeno y analgésicos. Tenía una nueva vida, había tenido una suerte increíble. Me imaginaba atravesando la tierra desde la tumba como Uma Thurman en 'Kill Bill', volviendo a la vida desde el infierno, pero el diagnóstico fue traumatismo craneoencefálico leve y contusión dorsal.

Pasé el fin de semana recordando el impacto seco de mi cráneo contra la arista del escalón y tomando decisiones. Tenía una segunda oportunidad y la responsabilidad de no hacer imbecilidades, no por mí, por lo que represento para los míos.

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Cuando Nerón ordenó suicidarse a Séneca mandó un centurión a casa del cordobés, que daba una cena a sus amigos. Lo contó Javier Gomá hace poco en una conferencia en la Fundación Juan March de Madrid. Séneca pidió hacer testamento pero se le denegó, así que encontró otra vez las palabras que la historia le demandaba y legó a sus amigos 'una imagen de su vida'. Entonces se retiró y se abrió las venas. He pensado mucho en eso, en la imagen de mi vida que dejaré a los míos. Como ya hice testamento hológrafo en estas páginas, dejando a cada amigo un trozo de mi cadáver, no hablaré de lo material.

Dejaré la imagen de un buen tipo para quien me quiera y de un miserable para mis enemigos. Dejaré muchas cosas escritas que ya nadie revisitará, trabajos que quedarán para cuatro estudiosos. Nadie me dedicará una calle, a ver si por lo menos le ponen mi nombre a un banco en un parque, aunque por coherencia deberían ponérselo a un taburete de La Yesería. Hay algo en lo que coincidirán amigos y enemigos y es que sin mí la vida será mucho menos entretenida. Alguien dirá en mi funeral que «qué manera de caerse por las escaleras, qué estilazo».

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Aunque todo eso da igual. Lo único que importa es estar vivo, estar muerto no es nada y no puedes abrazar a tus hijos ni a tus amigos. Solo podemos legarles una imagen de nuestra vida y esta tiene que estar construida de amor, de un amor generoso, sólido y suave, de un amor que lo dé todo siempre. A eso hay que aspirar, los coches se oxidan y las casas sirven para que se peleen por ellas. En mi vida solo he sido amor y torpezas, porque solo he tenido tres aciertos: mis hijos, darle mi vida a Carolina para que la cuide y hacerme cargo de la suya. Lo demás es ornamento.

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