Es domingo por la tarde y en la plaza Cristo Resucitado se sube a un escenario Huracán Bañón con Wichy de Maya y Quino Lucas, son Bang! Empieza un enciclopédico repertorio con la historia del rocanrol. Esto podría ser otro bolo más, pero resulta ser ... un cañonazo sónico en el que la banda disfruta tanto como el público. Bañón, con camisa tejana y gorra de camionero, clava los tacones en las tablas y marca el ritmo con la punta del pie izquierdo. Entonces empieza a cantar y a hacer mejores 'Roll over Beethoven', 'Barbara Ann' y hasta 'Can't help falling in love'. Da la sensación de que esos tres tíos podrían tocar todas las canciones buenas que se hayan hecho y Bañón hace hablar a la guitarra demostrando que es el mejor músico de este viejo reino. Y bajo un sol de justicia un tipo con gorro de general soviético baila junto a moteros y viejos rockabillies. A las dos horas quedan los Beatles para cerrar pero nadie quiere que se vayan de allí y ellos siguen. Entonces me viene a la cabeza la pregunta ¿cuándo me envenenó esto, cuándo, parafraseando a Loquillo, el rocanrol conquistó mi corazón? Y ellos tocan 'Sábado en la noche'.
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Todos tenemos dioses tutelares, figuras benéficas sobre las que formamos nuestra idea de nosotros y que, en un plano místico, nos protegen. Los romanos los tenían en sus casas como luego los cristianos tuvieron las imágenes de santos o los norteamericanos las figuritas de acción de los superhéroes. Cada uno tendrá su panteón de ídolos protectores y es frecuente que se entronice a Eva Perón o a Elvis, que niñas enloquecidas asalten el coche de Justin Bieber o que tipos duros se tatúen a John Rambo en el pecho. Necesitamos esos ídolos, es una necesidad ancestral, carne de antropólogo, y Maradona es un ejemplo poderoso. Es muy difícil que el lector no tenga un listado de estas figuras benéficas, que pueden ir del santo de su nombre a Vinicius pasando por Shakira. Entre los míos, casi todos extranjeros, hay un murciano, y es Miguel Bañón.
Es muy difícil contar a nuestros hijos lo que fueron las calles de Murcia en los 80, cuando se aparcaba sin permiso en uno de los cientos de solares llenos de coches, fruto de edificios derribados que tardaban años en levantarse, habitados por yonkis. En la memoria hay una pátina desvaída, fruto de la alteración de la memoria que producen las fotos de entonces, muy pocas porque no teníamos móviles y los que hacían fotos solían ser fotógrafos. Era un tiempo de quioscos y tienditas en edificios ruinosos, de abrigos loden y hombreras sobredimensionadas, de todo dios fumando y bebiendo y de una población de locos públicos muy exagerada. La demencia y la miseria llenaba barrios conviviendo con la nueva sociedad democrática de niños con bocata de fuagrás o de salchichón esperando que bajase un día al patio de su colegio el helicóptero de Tulipán para mejorar sus bocadillos mientras Siniestro Total cantaba 'Nocilla, qué merendilla' para los hermanos mayores que vestían como en 'Cena recalentada' de Golpes Bajos y vivían en ese videoclip que ahora nos parece del subdesarrollo. Pero España era así, y Murcia era así, y yo tenía un ojo en Mazinger Z y otro en los Clash mientras conducía un tráiler de hormonas enloquecido sin frenos. Las peleas eran algo que, más que inevitable, era cultural. Había que pegarse con los de la otra tribu, con los jinchos que te robaban el reloj o con los skins de enfrente del Latino cuando no te pegaban los marrones en una manifestación contra el Plan de Empleo Juvenil de González. Años de tugurios legendarios, de calles vibrantes en penumbra que alumbraron una verdadera escuela de Rythm and Blues Murciana. Y ahí estaban los Marañones. Como el domingo pasado, con los tacones clavados en la tarima de un garito en el que el humo era una pantalla. No sé si ha habido algo más potente aquí que cuando Bañón, Román y Pedrín tocaban 'Evita hacerlo'. Si alguien quiere percibir un mínimo de lo que fue aquello, que busque en YouTube la versión de 1990. El sonido no es bueno, pero es que hasta da igual.
Bañón comparte espacio en mi panteón con otros monstruos tipo Pete Townshend o Johnny Cash. Tal vez entre uno y otro, ha ido marcando los tiempos rítmicos de mi vida en sus derivas musicales. Y seguían los clubs abriendo y cerrando, y la ciudad construyendo edificios. Pasan las décadas en Murcia como en un Time Lapse y los Marañones tocan en aquellos 90 en que nos vestíamos tan mal. Y llegan los 2000 y él abre y cierra etapas en una exploración de músicas americanas única.
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Y llega hoy y sigo aquí, escuchando y viendo a uno de mis ídolos en mi barrio, la vida me sonríe. Este texto podría estar influenciado por la amistad, que me haría menos objetivo, pero no somos amigos, hemos hablado solo unas pocas veces, él no las recordará pero yo todas. Entonces arranca otra vieja versión de Chuck Berry y las viejas glorias que nos tostamos al sol entramos en otro ciclo de catarsis con el hipnótico movimiento desestructurado de sus caderas y hombros, que parecen desencajarse y soltar descargas eléctricas mientras sigue marcando el ritmo con el pie izquierdo. Está lleno de rocanrol por dentro.
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