¿Hemos falseado la historia de nuestro arte?

Galería T20 ·

Todos los presupuestos públicos han sido para Gaya, creando una burbuja que hace ya tiempo hemos ido viendo explotar

Sábado, 22 de junio 2024, 07:31

En un paisaje de combate político de un nivel deplorable, entre dos guerras y en medio de una crisis climática hablar de arte es un bálsamo. Sé que es difícil que la sociedad se implique en asuntos que se suelen considerar minoritarios y elitistas, pero ... este es un tema con suficientes argumentos como para intentarlo. Primero. Para hablar de Ramón Gaya hay que entender que, si todos los artistas merecen respeto, él lo exige doblemente como símbolo político, como referente de la izquierda española, como exiliado y actor del debate trotskismo-estalinismo desde 1937. Pero su figura es un activo de todos, es historia de la cultura española.

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Dicho esto, hay que hacer una consideración sobre la forma en que hemos escrito la historia del arte en Murcia. La generación de los años 20, tal y como se pudo ver en 'La Edad de Plata en Murcia. Cien años del Suplemento Literario de LA VERDAD', fue un hito cultural inigualable. Aquel grupo, cuyo vínculo estrecharon José Ballester y Juan Guerrero Ruiz, lo formaban Pedro Flores, Luis Garay, José Planes, Joaquín, Bonafé, Almela Costa, Garrigós, Clemente Cantos... y Ramón Gaya.

¿Hemos escrito la historia de aquello con justicia y rigor? Veamos. La Guerra Civil se llevó a Flores a París descalzo, donde fue acogido por Picasso, formando parte de la Segunda Escuela de París. Fue uno de los más activos y relevantes pintores españoles en el exilio. A Garay lo devoró la Murcia franquista, la de las represalias y los silencios. El que en determinado momento fue el más interesante del grupo se fue diluyendo en el localismo. Joaquín murió en la miseria en Barcelona tras conocer cárceles y represalias. Planes formó parte de la élite artística del régimen. Su obra es crucial para entender las tendencias estéticas en la modernidad incompleta de aquellos años. Sin embargo, se extinguió sin memoria y su legado se ha dilapidado, su vinculación al régimen ha sembrado silencios en la historiografía mientras su obra era duplicada hasta la saciedad. Gaya era el más joven del grupo. Fue un pintor precoz y dotado que miró a Cezanne y luego a Matisse, al que llegó casi a copiar en carteles y obras de las que después renegó. Se posicionó contra las vanguardias, que denostó hasta la saciedad y de su antes inspirador Matisse dijo que era «una costurera de piso bajo». Con una lengua afilada, se convirtió en un elegante escritor de estética en aquella España dispersa mientras su pintura miraba únicamente hacia atrás, rechazando el arte de su tiempo y siendo rechazada por este, de hecho siempre lo vemos en fotos con escritores, casi nunca con otros pintores de los que solía hablar abiertamente mal. Fue una 'rara avis', un pintor que convirtió a Velázquez en norte y al Prado en nación. Tan atractivo como a la vez elegante, hay destellos en México pero siempre quedan sus dibujos.

El caso es que, inaugurado el Museo Ramón Gaya en 1990, la cultura murciana giró en torno a él. Hemos visto cerca de 100 exposiciones suyas mientras de Planes vamos camino de los 30 años sin hacer una antológica, poco menos de Flores, algo más de mi querido Joaquín, y similar situación con Garay, Almela, Garrigós... todos los presupuestos públicos han sido para Gaya, con lo que hemos falseado la historia del arte en Murcia, creando una burbuja que hace ya tiempo hemos ido viendo explotar. Se construyó un símbolo sobre un artista que, en realidad, ni siquiera quiso vivir en Murcia, falleciendo en Valencia.

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La brillante gestión de Manuel Fernández Delgado, primero su galerista, luego director de su museo, fue fijando en mi generación el mito de un buen pintor de los años 30 y 40, pero bastante decepcionantes después, aunque eso no se podía decir sin que te dijese algún devoto que «entender no es comprender». Su museo arrancó con muy pocas piezas históricas, bromeábamos diciendo que había pintado el museo en seis meses: todo era de los años 80, donde empezó lo peor de su producción, que ya no tenía aquella intensidad mexicana ni el vínculo con las tendencias realistas centroeuropeas de los años 20: el museo era una sucesión aburrida de copas con homenaje muy... bonitas. El tiempo y nuevamente el trabajo de Fernández Delgado, al que debemos un reconocimiento, fue completando la colección. Más allá de cualquier consideración, este museo ha sido positivo para Murcia.

En definitiva, la grandeza de Gaya no estaba en su obra reciente, producto de un buen artesano que supo revestir una pintura bastante insustancial con una metafísica que remitía a San Juan o al cante jondo o al toreo para hablar de mística casi divina en pinceladas iluminadoras, una retórica hueca que el tiempo ha ido dejando obsoleta. Los gayistas hoy vemos cómo Gaya ha desaparecido de todas las facultades de Bellas Artes, cómo apenas nadie lo estudia, cómo lo mejor que produjo, que son sus escritos, no son citados ni leídos.

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Volviendo al toreo, decía Jesulín que los puristas cabían en un autobús. Los gayistas hoy, si nos apretamos, cabemos en un Seat Panda. Y el futuro será mucho peor pero, para poner en valor la pintura y, sobre todo, la escritura de Ramón Gaya, hay que escribir correctamente la historia del arte en Murcia con todos los actores: Flores, Garay, Gaya Joaquín, Planes... No hinchar artificialmente a uno solo por tener mejor estrategia.

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