A modo de introducción contaré un chiste para el que hay que saber que hay muchas organizaciones de buceo pero dos significadas en España. La primera es FEDAS, Federación Española de Actividades Subacuáticas, que forma rigurosamente duros buceadores en la idea del buceo como deporte, ... y PADI o Professional Association of Diving Instructors, en español, Asociación Profesional de Instructores de Buceo que, formando también buenos buceadores, tiene un componente como americano de negocio del buceo. El caso es que salen del puerto dos lanchas neumáticas cargadas de buceadores, la primera FEDAS y la segunda PADI. De repente se produce una tragedia en un barco cercano y se hunde inexorablemente. El instructor FEDAS les grita a sus buzos ¡rápido, equípense y prepárense para rescatar supervivientes, cuchillo en los dientes por si hay que cortar cabos o redes, preparando maniobras de reanimación! Mientras el instructor PADI dice, con aire jovial, «y ahora, amigos, vamos a empezar el curso de rescate PADI a un precio muy especial».
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En un vídeo que circula por internet, el CEO de Oceans Gate Expeditions y difunto piloto del 'Titan', Stockton Rush, explica que, para avanzar y triunfar en la vida y en la ciencia, hay que romper normas. Se remite a la libertad y agresividad que ha hecho grande Estados Unidos, algo como identitario de un espíritu aventurero que rompe fronteras, la del Far West o la de la luna. Si la vida fuese como dice Rush de absurdamente simple, sería bonito pero es más complicado. El mundo y la ciencia han avanzado rompiendo reglas académicas, sociales e incluso morales pero no las de seguridad. No las normas que hacen que los aviones sean fiables o no nos atropellen los coches por la calle. Sobre esa premisa, Rush fabricó un batiscafo 'low cost' para llevar a millonarios aburridos a vivir una aventura única, una inmersión en el 'Titanic'. No lo había inventado él, desde hace décadas la empresa rusa RMS Titanic Inc llevaba gente al pecio por un precio alto pero no tanto como Rush, que reventó el mercado para hacerse rico, el fin último de esto. Ni fronteras, ni ciencia ni leches: pasta.
La libertad como pretexto para ser temerario y forrarse tiene otro punto necesario en esta historia: las aguas internacionales, donde la legalidad es difusa y se puede sumergir un prototipo dudoso que no habría sido autorizado en EE UU, Canadá o Rusia, donde fabricaron máquinas submarinas que, a día de hoy, no han dado fallos. Todo estaba preparado para que la compañía de Rush hiciese lo que le viniese en gana sin regulación. Ni control, pero aun así hacían firmar contratos a los exploradores de salón en los que asumían el riesgo de muerte insistentemente. Sabían que aquello iba a acabar mal. Como capitalista que soy creo, también, que hay un capitalismo criminal, antihumano, y es el que huye de las regulaciones para pasar por encima de todo en pos del beneficio inmoral, y la historia del 'Titan' es esa. Que después se despertase la ricofobia al comparar la atención mediática de este suceso con los naufragios de inmigrantes es comprensible pero también demagógico. Diré que entiendo a los difuntos, si yo hubiese tenido la pasta habría bajado con los rusos hace ya mucho tiempo. Con estos no, desde luego.
Ahora vamos con la mentira. El domingo 18 de junio el barco nodriza 'Polar Prince' lanzó en su plataforma al sumergible 'Titan' al mar sobre el pecio del 'Titanic'. Algo menos de dos horas después se perdió el contacto. Todos sabían en superficie que algo catastrófico había pasado y los cinco tripulantes estaban muertos, pero difundieron una gran mentira global. Veamos por qué.
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Estos días hemos oído tonterías sobre este tema. Un supuesto periodista dijo que no se perdía la esperanza de recuperar los cuerpos de los fallecidos. Para que nos entendamos, sobre nosotros hay una atmósfera cuando andamos por la calle. En los alrededores del 'Titanic' hay 4.000 metros, que vienen a ser 392.2552 Bar o, en palabras más sencillas, 400 kilos sobre cada centímetro del cuerpo sometido a esa presión. Es como si nos comprimiesen explosivamente con una prensa de 20 toneladas o, gráficamente, la total atomización de nuestro cuerpo. Esto sucedió en menos de un segundo. El dolor humano circula a dos metros por segundo, es decir, ni se enteraron.
Todo esto lo sabían en el barco que los esperaba y sabían también que el 'Titan' no había lanzado una baliza de alarma, algo que, por muy chapucero que fuese el sumergible, debían tener. Ignoro el mecanismo que la impulsaba, pero no era un globo por cuestiones físicas básicas. No llevaban cable que los uniese al barco nodriza para evitar accidentes al engancharse al pecio: ergo, para que todo fuese más divertido.
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Creo firmemente que Oceans Gate sabía, desde el minuto cero, que estaban muertos, pero difundieron un relato increíble que decía que se debían haber depositado en el fondo y tenían aire para 96 horas. El mundo enloqueció con esta nueva epopeya y se movilizaron fuerzas de cuatro países con un gasto desmedido. La razón de todo esto era ganar tiempo, destruir papeles, buscar excusas, trazar estrategias con abogados... y en extremo último crear un drama muy cinematográfico en el que el 'Titanic' sigue matando ricos 111 años después de su hundimiento. Un drama que, llegado el momento, disimulase el fallo de diseño.
Qué asco da todo.
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