Hay que ser absolutamente moderno

Galería T20 ·

La juventud necesitaba aborrecer la corrección y el aburrimiento, estaba obligada a crecer contra los principios de la generación anterior

Sábado, 23 de marzo 2024, 07:23

La ranciedad es universal y atemporal. Hay gente que, aunque no tenga caspa, la tiene porque la lleva internamente, como los hombres lobo el pelo dentro de la piel. Son productores naturales de ese olor a alcanfor que despiden algunos tipos y tipas que ya ... eran viejos a los 20 años. Son personas que puedes ubicar en cualquier época porque en la que caigan están en contra de ella y claman por un pasado que solo está en su cabeza, lleno de 'gente de orden' de la de antes, pero hecha ahora. Para ellos la música nueva siempre es insoportable y los tiempos en curso, sean los que sean, son fríos y como deshumanizados, «soberbios y melancólicos, borrachos de sombra negra, y pedantones al paño, que miran, callan y piensan».

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Luego hay quien huye de todo eso y alumbra los nuevos mundos de ideas y fricción con órdenes establecidos, con rutinas y miserias imaginativas. Se puede morir de muchas formas, pero morir de aburrimiento es intolerable.

En el Londres del 77, antes de que se impusiese el uniforme de Sid Vicious con la Perfect, vaqueros y botas, los chicos cosían y cortaban camisas y pantalones que llenaban de imperdibles. Hágalo usted mismo y hágalo contra lo hortera y lo que todos llevan, moleste al burgués. La realidad era una auténtica agonía en aquellos años de tacherismo en que ser joven parecía incriminatorio. La reacción violenta de la juventud de aquel tiempo es explosiva y bellísima. El punk de la primera hornada fue algo cercano a lo sublime entre acelerones de adrenalina, silos nucleares y lluvias ácidas. Qué curioso, nunca hubiese pensado que todo esto forme parte también del paisaje actual.

Hay gente que, aunque no tenga caspa, la tiene porque la lleva internamente

En Camdem, los Clash se pintaban en las camisas cosas con espray y los Damned se disfrazaban mientras Sid maltocaba el bajo con los Pistols en su camino al martirio de ese nuevo mito cuasi religioso juvenil. El cadenaje que enmudeció a virtuosos, cantaba La Mode, fue lo más y sigue siéndolo, pero eso es algo que no entiende todo el mundo. En la España protodemocrática, todo lo que pasaba en Londres era un maná que llegaba unas horas después a las emisoras de radio y semanas más tarde en discos de vinilo. Con el tiempo aterrizaron las bandas grandes a las plazas de toros y estadios pero en los garajes de Valencia, Murcia y Granada ya se tocaban las guitarras a todo lo que daban los amplis de válvulas. Sonido loco, olor a sudor y hormonas, imperdibles y 'hágalo usted mismo' otra vez, ferocidad juvenil en descargas sónicas llenas de palabrotas y mala baba, rencor y frustración adolescente en un relato sin futuros posibles ni deseables, ¿qué más da morir a los 25, quén querría ser un viejo de 50? El deseo de ser otro en otra ciudad, la sed de modernidad y de arte y de libros herméticos escritos por bisnietos de Baudelaire. Situacionismos, Ionesco y anarquía en la base de una necesidad natural de ser interesante, de pensar cosas interesantes y vivir vidas y mundos interesantes contra la mediocridad y el horror de aquella España a medio hacer y, a la vez, a medio derribar que olía a Brummel y Ducados.

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Todo esto viene de una foto que me manda por WhatsApp Luis Valverde. Es un collage, el flequillo es recortado. Es Pepe Martínez Calvo con una cadena en el cuello, chupa de cuero, todo punk de primera hornada. Es del 78, lo hizo Antonio Ballester y tiene 'flow' como para inundar las calles de Tokio.

Este fotocollage habla tanto, cuenta tantas cosas, que sería bonito rodearlo de músicas y objetos que nos trajeran esa Murcia que se me aparece a la vez rancia y furiosamente moderna. Debe ser la deformación que provoca el tiempo en mi memoria, pero la recuerdo más moderna que la de hoy, cosas de la edad. He escrito ya de la nostalgia de aquellas calles sin iluminar, del underground de las tabernas y salas de conciertos, de la policía, aún franquista pero vestida de marrón, cachenando adolescentes en callejones llenos de pintadas. El punk en castellano, los vinilos traídos de Londres, la heroína masacrando a la generación anterior y el vino del Garrampón, la calle Victorio y los antros con pinchadiscos, Jam cantando 'Cazadora de cuero' con Farmacia de Guardia, los 80 y el Chicheri pidiendo otro whisky, que mañana te lo paga, carteles de Antonio Ballester y Tomy Ceballos con gafas redondas, el toldo de la tapa y litros de cerveza en la tienda de la vieja.

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En aquella Murcia gris de bigotes y Ray-Ban verdes Pepe y Antonio son como el color de un punk de periferia que miraba a Londres, que es donde había que mirar y se regía por el principio básico de Rimbaud: hay que ser absolutamente moderno. La juventud necesitaba mirar mal, si no, no terminaba de ser plena. Necesitaba aborrecer la corrección y el aburrimiento, estaba obligada a crecer contra los principios de la generación anterior. Y necesitaba llevar las gafas de Pepe y necesitaba que artistas como Antonio hicieran este retrato de lo mejor que hemos dado por aquí.

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