Bajo una lluvia torrencial, de esas que se presentan en la Región cuando va a dar comienzo un acto en la calle, y terminan coincidiendo con la conclusión de dicho acto, se descubrió, por las autoridades competentes, hace pocas fechas, el rótulo con que se ... denominará en adelante una céntrica plaza en la capital, dedicada a la clase farmacéutica. El acto coincide con los 125 años de la creación del Colegio de Farmacéuticos y con el veinte aniversario del comienzo de la andadura de la Academia de Farmacia Santa María de España de la Región de Murcia. Casualmente, ese día comenzaba una visita a la Comunidad Autónoma de la promoción 1960-64 de farmacéuticos de la Universidad de Granada.

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Al margen de chistes y dichos populares, de mejor o peor gusto, que aluden a los boticarios, la profesión ha demostrado a lo largo de su historia su abnegado trabajo entre la sociedad en todos los tiempos. Sus establecimientos fueron siempre centros de reunión y de referencia desde el punto de vista cultural, sobre todo, y también político, económico, organizativo, fundacional y respecto a temas de la más diversa naturaleza. Sus aportaciones a la salud de la población a través de sus fórmulas magistrales, cuando apenas había laboratorios para la elaboración industrial de medicamentos, fue decisiva. Su encarnizada lucha para obtener la quinina en la epidemia de gripe de 1918, como para la obtención de mascarillas en la de la Covid-19, ha sido muestra de la solidaridad de esos profesionales (y sus mancebos) en momentos difíciles, sin eludir nunca su responsabilidad como punta de lanza en la lucha contra la enfermedad. Poco se ha hablado públicamente de su desinteresada ayuda a los más pobres en momentos de dificultad extrema.

Los farmacéuticos de antaño abrieron su oficina para dispensar medicamentos en los bajos de sus respectivas casas, para una mejor y rápida atención a sus clientes a cualquier hora de todos los días del año. Y cuando un real decreto del Gobierno, en 1921, obligó a establecer un horario de cierre dominical, y similar al resto del comercio durante los días laborables, se embarcaron en un pleito con las autoridades hasta conseguir del Tribunal Supremo que se derogara aquella disposición, en noviembre de 1922 (ahora hace un siglo).

Hay que considerar muy oportuna la decisión de dedicar un espacio urbano a su reconocimiento

La de farmacéutico no ha sido una profesión más. Ha sido y sigue siendo una vocación de servicio a los demás. Sus boticas fueron refugio de serenos en las noches frías y lluviosas de invierno. Y también de la pareja de la Guardia Civil que hacía la ronda y no tenía donde guarecerse ni donde acudir cuando apremiaban las necesidades fisiológicas. Su disposición a la colaboración social permitió a muchos institutos de bachillerato cotar con ellos a falta de profesores de Química y Ciencias Naturales en los años setenta pasados. Y también sus reboticas (que en las antiguas farmacias ocupaban un amplio y destacado lugar en el establecimiento) fueron escenario donde se fraguaron proyectos importantes para la vida social, sirviendo incluso para la impartición de clases particulares a estudiantes libres o que necesitaban de apoyo en sus estudios de Ciencias. Es tradición murciana que festejos locales como el Entierro de la Sardina o el Bando de la Huerta se gestaron en una vieja farmacia de la c/ Vidrieros, como el Murcia Parque se pensó en otra de ellas: la de José Moreno Galvache de la Plaza de Camachos capitalina. La procesión del Stmo. Cristo del Refugio que desfila en la capital durante la noche de cada Jueves Santo, se pensó, se redactaron sus estatutos y se llevaron a cabo todos sus trámites en la desaparecida Farmacia Ayuso de la c/ San Cristóbal.

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Por todo ello, y seguro que por muchas cosas más, hay que considerar muy oportuna la decisión municipal de dedicar un espacio urbano a su reconocimiento público, consiguiéndose con ello un homenaje a la actividad social que se le reconoce por la sociedad murciana.

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