Llevo un buen rato mirando su fisonomía. Son mujeres recias, de corta estatura, algunas con barrigas prominentes resultado de la laxitud de la piel por los numerosos embarazos; otras no tienen dientes a causa de las palizas que han soportado; y todas llevan numerosas cicatrices en el cuerpo y más en el alma debido al maltrato de los hombres, de los suyos y de los que las consideraban meras mercancías con derecho a pegarles, a violarlas y a matarlas. Eso les ocurría todos los días en las favelas de las afueras de Sao Paulo a las mujeres más pobres, sin dinero ni recurso alguno, con tan solo la posibilidad de salir corriendo de allí y buscar otro lugar en el que otro hombre... volviera a pegarles. Hasta que un día, una de esas mujeres, María do Carmo Pereira de Sousa, después de haber perdido a su primer hijo por meningitis, al segundo electrocutado, al tercero por el dengue, y a los gemelos en su propio vientre a causa de las patadas de su marido, después de recorrer tres mil kilómetros para huir de él y encontrar que allá donde fuera, los hombres seguían pegándole, se planteó que ya no podía ni quería seguir huyendo ni recibiendo golpes.

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Pero no fue hasta una noche cuando supo que podía cambiar una parcela del mundo. Eran las dos de la madrugada, su vecina Patricia, embarazada, aullaba de dolor por los golpes de su marido, que ya en otra paliza anterior le había partido la mandíbula. Intentando ayudar a su vecina, María llamó a la Policía, pero le dijeron que «no iban a mandar a nadie porque tenían cosas más urgentes que atender». Sería porque conocía el dolor de sentir morir dentro de ella a dos de sus hijos por las patadas de su marido, sería porque le dolía el dolor de esa mujer que gritaba desesperada, sería porque a ella nadie la ayudó en todas esas palizas recibidas, sería porque pensó que ya nada importaba y que ya estaba bien... Pero fue entonces cuando María do Carmo decidió despertar a otras vecinas, armarse de palos, tablones, o lo que cada una pillara más a mano y entrar en ayuda de Patricia justo cuando su marido presionaba su rostro contra el fuego de la cocina. Entre todas le dieron una buena tunda de golpes y entendieron que unidas podrían hacer frente a tanta agresión. A tanto despropósito.

Brasil está a la cabeza mundial en crímenes violentos. Y también contra las mujeres. Representa el 40% de los feminicidios de América Latina. Por suerte para las mujeres de allí, tienen en María do Carmo el icono perfecto para alimentar la esperanza.

Esa mujer tuvo la clarividencia de entender que, solo haciendo sufrir en las carnes del maltratador el dolor que infligía en las de la mujer, esos energúmenos podían hacerse una idea del sufrimiento que producían. Añadían a eso el escarnio de atarlo a un árbol y exponerlo públicamente, así todos podían ver, a quien maltrataba a una mujer, vencido y humillado. Lo que empezó con una brigada de treinta mujeres se ha convertido en una milicia vecinal que ha logrado no solo que la favela de Menino Chorao haya erradicado por completo el narcotráfico y la violencia sobre la mujer -un auténtico milagro-, sino que la Universidad de Campinas (Sao Paulo) estudie su ejemplo e intente exportar la fórmula del triunfo a otros lugares.

Quizá pueda pensarse que combatir la violencia masculina con la femenina no es una buena manera de erradicarla, pero lo cierto es que funciona. Como dije anteriormente, hay individuos que son incapaces de entender otro lenguaje que no sea el suyo propio. Nadie les va a devolver a esas mujeres los hijos que perdieron por las palizas, la dignidad que dilapidaron soportando vejaciones y malos tratos, nadie les va a hacer desaparecer de sus carnes y de sus memorias tanta herida sangrante, pero ahora, al menos en Menino Chorao, las madres, nietas y abuelas se sienten a salvo y protegidas por el ancestral y telúrico poder que tienen las mujeres cuando se unen frente a algo.

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Ellas hablan de que el 'mundo' habla del sometimiento de las actrices de Hollywood a algún crápula director, pero que nadie habla de las mujeres de las favelas, de las palizas, las violaciones y las muertes que sufren cada pocos segundos. Sin embargo, la valentía de una de ellas, de solo una, ha sido capaz de poner en primera línea a todas ellas hasta el punto de que ese mundo que las ignoraba quiera conocer la fórmula del éxito de lograr vivir en un reducto de paz en medio de un mar de violencia. ¡Bravo por ti, María do Carmo!

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