Si esto fuera una tesis doctoral o un artículo para publicar en una revista de impacto el título sería otro. Me pondría creativo con algo como «Ni primeriza, ni añosa. Experiencias de lactancia materna en un hospital de provincias». Mi objetivo principal trataría de conocer ... cómo se promociona y desarrolla la práctica efectiva de la lactancia materna en un hospital de referencia, con la intención de constatar si efectivamente hay coherencia entre el discurso (los discursos para su promoción) y la puesta a disposición de herramientas para una lactancia satisfactoria y no traumática. Desplegaría un trabajo de campo amplio, entrevistando a informantes de la Administración, profesionales del ámbito sanitario y sociedad civil, para así tener una muestra suficiente que evitara sesgos. Sin embargo, como esto que ahora escribo no es todo eso que he dicho, sino un artículo de opinión, contaré mi experiencia reciente como padre y compañero de una madre lactante.

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Julia nació en enero. Desde el principio le costaba «agarrarse» al pecho y entonces uno piensa, por esta programación de supervivencia que llevamos instalada, que lo primero es que la niña coja peso, que se alimente. ¿Qué tal si probamos con un biberón?, se me ocurrió preguntarle a una enfermera la primera noche a las 3 de la mañana. Fue una declaración de guerra: «aquí fomentamos la lactancia materna; un biberón, ¿por qué?, ¿quién te lo ha dicho?». Esta última pregunta la entendí mejor cuando al día siguiente otra enferma, muy amable y comprensiva, mientras me suministraba un biberón me dijo, «que no se enteren las talibanas del biberón».

Ese segundo día, se presentaron en la habitación varias matronas o enfermeras (perdón la vulgaridad de confundirlas). Una de ellas era la experimentada y el resto jóvenes que aprendían. La líder hizo preguntas de robot, indicó que tal vez la madre no sabía dar el pecho y nos ofreció más preguntas que consejos. Ante una interpelación asertiva por parte de la madre que demandaba pedagogía, la responsable de esta tarea se marchó airada de la habitación seguida del séquito. En todas las profesiones te quemas, tienes un mal día, quise pensar, justificando ese desplante como un hecho aislado y no como la constatación de la implementación deficiente de pretensiones grandilocuentes. Lo cierto es que uno se va del hospital con dudas, pocas herramientas y algún que otro rapapolvo condescendiente.

Al llegar a casa, percibes que tu estructura familiar y las redes de amistad no siempre sirven como referente fiable. Todos contamos la feria según nos va, además solemos compartir nuestras historias de éxito, las miserias no salen a la primera pregunta. Así que uno va teniendo la sensación de que la mayoría de su entorno disfrutó la experiencia de lactancia (se habla mucho de «disfrutar») con banda sonora de Disney de fondo. Sin embargo, como en una mala partida de póker, cuando se comparten sin disimulo las dificultades y frustraciones que se encuentran (que encuentra la madre), el personal baja la guardia, surgen entonces testimonios similares y aparecen nuevas palabras. Mastitis, sacaleches, leche de fórmula, ingurgitación, calostro, frustración, mala madre.

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En esta búsqueda de orientación, consejo y pautas, finalmente dimos con May. Como si bucearas en el Internet profundo, un día alguien te recomienda que contactes con ella. Te pasa su teléfono como si fuera un servicio privado, casi de hechicera, y resulta que atiende en un centro de salud público de Murcia. Cuando entras en su consulta, encuentras lo que esperas en un trance como el actual: pedagogía, comprensión, amabilidad, profesionalidad y sentido del humor. Está acompañada de una pediatra y una matrona, y esto hace que se genere un ambiente de colaboración y aprendizaje intenso pero amable. Explica a la madre cómo debe dar el pecho, relativiza la gravedad de lo que está experimentando. Gracias, May. Espero que nunca cierren tu consulta.

Por último, hablar de «depresión postparto» me parece cínico y desactualizado. Esa categoría señala como extraordinaria una experiencia natural y así su atribución se percibe como estigmatización. De madre que fracasa, que no está a la altura. Aprender a alimentar a un bebé es una experiencia tanto cultural como biológica, y una sociedad- Agenda-2030 debe disponer de protocolos efectivos que desplieguen herramientas para acompañar en el proceso. Menos carteles en las habitaciones de los hospitales y más aulas para madres y padres, intercambio de información y de experiencias, normalización del proceso.

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