Cada año, conforme avanza en el calendario el período conocido como la Cuaresma Cristiana, que prepara en varios aspectos para la Semana Santa, cobran intensidad los actos y celebraciones religiosas que concluyen en la semana grande con la puesta en escena, dentro y fuera de ... los templos, de los últimos días de la vida pública de Cristo, y su resurrección final. Entre dichos actos tuvieron y aún tienen especial relevancia, en los lugares donde las celebraciones pasionales cobran mayor esplendor en la geografía regional, ciertos actos complementarios que disponen los cuerpos, y también los espíritus, ante la llegada inminente de la semana grande del cristianismo.

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Me refiero a tres de ellos, aún presentes en el calendario festivo, tras haberse perdido en la mayoría de los pueblos y ciudades de la geografía regional donde antaño tuvieron lugar: los misereres, las salves y las serenatas. Todos ellos espectáculos sacromusicales, muy del agrado de las gentes, hasta que llegó la ramplonería posconciliar.

El miserere es un acto penitencial de súplica de perdón al Altísimo, celebrado excepcionalmente con motivo de rogativas, y de manera ordinaria en las vísperas inmediatas, o dentro del marco temporal de la Semana Santa. En Caravaca se celebraron desde tiempo inmemorial hasta los años sesenta del pasado siglo, todos los viernes de cuaresma, a las tres de la tarde en la basílica de la Vera Cruz, con la Reliquia expuesta a la veneración de los fieles. La tarde vacacional infantil de los jueves (entonces) se trasladaba a los viernes para que chicos y grandes pudiéramos asistir al Miserere, acto muy popular y de asistencia masiva entre la sociedad local. Durante muchos años se cantó la partitura compuesta por el maestro local Alfonso García, a cuatro voces y órgano, a principios del S. XX. También desaparecieron en Yecla los que se cantaban el Martes Santo durante la procesión de los Farolicos, y en la del Santo Entierro, el Viernes Santo en la noche.

En Cartagena se sigue celebrando, con toda solemnidad, por la Cofradía Marraja, el viernes de la tercera semana de cuaresma, siendo sus más antiguas referencias documentales de mediados del S. XIX. En las últimas décadas ha sido habitual el canto de una partitura del S. XVI, compuesta por Orlando di Lasso, interpretada por la masa coral Tomás Luis de Vitoria.

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En cuanto a las salves, Cartagena y Lorca se llevan la palma. En Cartagena, la denominada Salve Grande a la Virgen California tiene lugar el miércoles de la penúltima semana de cuaresma. Su antigüedad posiblemente date del S. XVIII aunque está documentada en 1825, siendo el autor de la actual el maestro Hernández Espada. La Gran Salve de la ciudad a su patrona, la Virgen de la Caridad, tiene lugar el martes anterior, a gran orquesta.

Por el diario 'El Liberal de Murcia' conocemos que en 1921, ahora hace un siglo, las dos salves cartageneras tuvieron lugar el 10 de marzo. Una en la iglesia del Santo Hospital de Caridad, y la otra en la parroquia de Santa María. En una y otra actuó la orquesta dirigida por el maestro Pérez Monllor, haciendo de solista, también en ambas, doña Adela Serrano (quien fue «muy felicitada por los asistentes»). Además, cada noche de la Semana Santa, a la llegada de la imagen de la Virgen que preside la procesión, a las puertas de Santa María, la ciudad se congrega en el lugar para despedirla con el canto de la Salve Cartagenera del maestro archenero José Sánchez Medina, compuesta en 1933 y armonizada posteriormente por Sánchez Espada. En Lorca, la Salve de los Blancos a la Virgen de la Amargura tiene lugar el Domingo de Pascua como colofón al ciclo pasional lorquino.

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En cuanto a las serenatas, solo Lorca conserva el recuerdo de otras desaparecidas. Tiene lugar durante los primeros momentos del Viernes de Dolores, organizada por los Azules en honor a su titular, a las puertas del templo de San Francisco. En el transcurso de la misma se gritan toda clase de piropos a la Virgen de la Amargura.

Como dije, es lo único que queda del rico patrimonio musical y etnográfico pasional vinculado a este aspecto de la Semana Santa, cuyas partituras (muchas de ellas con seguridad perdidas en viejos cajones de los coros de los templos), no vendría mal recuperar para el patrimonio etnomusical de la Región.

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