Hay una tendencia consolidada a catalogar como síndromes situaciones de malestar de la esfera emocional. En el vivir cotidiano son habituales las oscilaciones del estado de ánimo. Los momentos alegres alternan con otros en los que afloran episodios de tristeza, pesadumbre, abatimiento o desconsuelo. Esta ... vertiente negativa, de diferente grado e intensidad, suele calificarse con apelativos curiosos en razón del mecanismo que la desencadena, como el síndrome de después de las vacaciones, de los lunes, de desgaste profesional o de abstinencia emocional, entre decenas. Al calor de la pandemia por el coronavirus han cobrado interés renovado otros cuadros emocionales del mismo jaez que, en puridad, no cabe considerar como enfermedades. Como el llamado 'síndrome de la cabaña', propiciado por los largos periodos de confinamiento. Sucede cuando algunas personas, pese a un dilatado periodo de reclusión, con los contactos sociales reducidos a su mínima expresión –solo los imprescindibles para la supervivencia– se muestran reacias a reanudar los contactos sociales. Pese a las señales de mejoría de los contagios o al menos de su gravedad, temerosos ante la posibilidad de contagiarse con el virus. Recelosos, permanecen a resguardo en su domicilio, en una actitud de parálisis social al evitar cualquier tipo de trato personal.

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Con la desaparición de la obligación de portar mascarillas, salvo en circunstancias concretas, surge ahora otro síndrome singular, el de la cara vacía. Es un rasgo de tintes fóbicos, fruto de la inseguridad ante el hecho de tener que mostrar el rostro completo, oculto con mascarillas durante años, para la pública contemplación. Tendría este disturbio emocional especial incidencia en adolescentes, otro rasgo de la tremenda sacudida sobre el vivir cotidiano causado por el coronavirus. Nos veremos las caras, frase empleada de modo retador para posponer la solución de un conflicto personal, con aires de determinación. Pero no es este el caso. La expresión facial en su conjunto se ha mantenido vedada, sin poder escrutar las facciones completas, limitada la visión del otro a ojos y frente, nos hemos visto privados de apreciar la cara en su conjunto. Siendo este un rasgo de especial relevancia en las relaciones humanas, como si de una ventana abierta se tratase desde la que atisbar el estado íntimo, emocional de nuestros interlocutores. En ese escrutinio, con un simple vistazo, solemos forjarnos el estado de su humor en un momento concreto al apreciar caras sonrientes, tanto como de enojo o tristeza por la forma como se modulan los rasgos faciales, modelados por el movimiento de los músculos que orbitan alrededor de la boca. Una contingencia aprovechada con fortuna por los creativos publicitarios con los emoticonos, difundidos por las redes sociales para comunicar circunstancias afectivas. Es algo utilizado con fruición, rutinario, asumido y generalizado, de un singular reduccionismo expresivo, con tan solo dos puntos y una raya en un óvalo se condensa lo que desde Darwin en su tratado 'La expresión de las emociones en los animales y el hombre' ha suscitado interés por conocer la intimidad del otro.

Parte destacada, asimismo liberada, son los labios. Provistos de finas terminaciones nerviosas para transmitir estímulos que desencadenan emociones cerebrales. Muy importantes en el modo de relacionarnos con los demás con muestras de afecto, expresadas con roces en la mejilla o culminadas con el beso para transmitir cariño hacia la persona amada. Como apunta el 'Cantar de los Cantares', «que me bese con besos de su boca» culminando afecto en momentos de felicidad. La variedad de besos es notable; privados de llevarlos a cabo, cabe ahora retomar su ejercicio en sus distintas manifestaciones de vínculo. Como desde tiempo inmemorial para refrendar diferentes lazos de unión con el prójimo. Como en la antigua Roma, donde los besos en las mejillas tenían un valor semejante al de un apretón de manos para sellar un trato, una confianza de personas formales actualmente en desuso, acuciados por la frialdad administrativa. Besos de respeto como de salutación, despedida, amistad, amor y pasión. Todo un variado muestrario de aproximaciones al otro. La barrera limitante de la mascarilla no ha permitido estas efusiones sociales para evitar traspasar virus. A pesar como siempre de voces negativas que abogan en un igualitarismo absurdo por suprimirlos en los saludos, son muestras de cordialidad, aprecio, respeto y cercanía a preservar, como todo contacto humano que se precie. Si cabe más todavía como aliento, cuando se atisbaba el fin de la pandemia por el desconsuelo extremo de la irracionalidad guerrera.

La expresión facial en su conjunto se ha mantenido vedada, sin poder escrutar las facciones completas

Es momento de decir adiós oficial a las mascarillas, consustanciales hasta ahora con nuestra vestimenta cotidiana. Toca el consuelo de recuperar miradas y besos como signo visible de que con la rueda del tiempo las cosas volverán por donde solían.

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