Hace un par de semanas, mientras disfrutaba de otro capítulo del 'Juego del calamar', la serie por excelencia ahora tan demandada en Netflix, caí en la cuenta de la similitud de la trama con lo que está ocurriendo en el caso de Puigdemont.
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En esta ... ocasión, podríamos decir que ni por asomo Seong Gi-hun, el personaje de esta serie que lucha por ganar dinero, se podría asemejar al escurridizo expresidente Carles. Un prófugo de la Justicia que ahora puede volar libremente y hacer turismo por todos aquellos países en donde haya comunidades separatistas.
Sin tantas florituras, ahora mismo Puigdemont no es útil más que para sí mismo y para todos aquellos que han cimentado su vida y profesión política en la soberbia, el irredentismo y el mesianismo. Uno ve a este personaje y no ve un líder político, sino a un resentido. Una persona que desde la alcaldía de Girona pensó que podía dar un golpe de mano (que no de Estado) para luego aparecer en el florilegio de la patria como Nuevo Padre Fundador (como en la saga de 'La purga', una idea irracional de una persona convertida en realidad). A veces pienso que su detención en Cerdeña fue provocada incluso por él mismo.
Puigdemont no pone en riesgo la mesa de diálogo porque la esencia de la misma es que dure lo máximo posible dando largas con el término «mientras tanto». Una forma muy pragmática y sabia de hacer política: mientras no consigamos la independencia, mientras avanzamos hacia la sociedad sin clases, mientras esperamos el paraíso en la tierra... nos dedicamos a pactar, gobernar y dejar pasar el tiempo. A fin de cuentas, lo que nos define como personas es que nos encantan los hábitos, y si creamos el hábito de sentarnos a dialogar durante dos, tres, cuatro o diez años, al menos no nos tiraremos las sillas unos a otros a la cabeza. Aunque solo sea porque es muy complicado tirar sillas con alguien sentado.
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Esta conjunción o adverbio de tiempo también se ha convertido en el mantra de una generación de políticos de entre 40 y 50 años que se están colocando para ser los nuevos 'administradores' del solar patrio. Me temo que más que reinvención de partidos estamos viendo una recolocación de liderazgos. Bueno, con la excepción del PSOE: para qué vas a cambiar al jefe, si este no tiene problemas de liderazgo, ¿verdad, Pedro Sánchez?
En un repaso pormenorizado en la política española podríamos preguntarnos: ¿pero qué ocurre mientras tanto en Madrid? Isabel Díaz Ayuso sabe que su poder es la Comunidad de Madrid. Pero aún es muy joven y necesita ese gobierno regional para aprender ese oficio. Un tiempo que le puede servir a Casado para estar tranquilo durante dos añitos: el turno de Ayuso llegará cuando Casado pierda por tercera vez frente a Sánchez en 2023.
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A esta jugada se suma Yolanda Díaz, con el pensamiento gallego de que la mejor forma de durar varios años e, incluso, decenios en el cargo es a través del mantra 'no meterse en política'.
Aquí el lector, como es obvio, se podrá preguntar: ¿falta un partido? Y, ¿qué ocurre con Vox? Siempre he pensado que son un grupo de peperos rebotados y su futuro prácticamente depende del camino que tome el Partido Popular: ¿Casado, Ayuso o Núñez Feijóo?
Y como buen murciano, en nuestra aldea gala también estamos viviendo un movimiento de tierras. Nuestro 'habemus presidente' Fernando López Miras tiene que decidir o ser un estilo Juanma Moreno o un presidente provisional y por accidente: un 'sucesor designado'.
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Mientras que en las sombras se encuentra el partido de Vox como un pollo sin cabeza correteando por el corral de la política murciana, pero con mucha gente dispuesta a votarle. Más que de un mérito se trata de un demérito de los demás.
Sin embargo, no todo pinta tan mal. En esta ocasión, la vicepresidenta Isabel Franco ha puesto en marcha el Foro Liberal con la enseñanza de que un partido centrista no puede estar coadyuvado por personalidades egocéntricas. Quizás lo que necesite Cs es más organización y codemocracia en el liderazgo del partido que un hiperliderazgo como el de Rivera o Arrimadas. Ante las dudas, ella se ha puesto manos a la obra.
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Y por último, por no olvidarme de nadie, el delegado del Gobierno, Pepe Vélez, a diferencia del resto de políticos, no lo tiene nada fácil, pero es el único que puede sumar una mayoría alternativa. Necesita una ejecutiva que escuche con los ojos a los ciudadanos que conforman el centro político. El mismo centro que ha ido dando victorias al PSOE y al Partido Popular a ciegas como la máquina que mata a la gente en el 'Juego del calamar', pero en este caso siendo victorias con nombre y apellidos.
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