Una señora perfectamente desconocida cuyo nombre es Anna Helen Petersen publicó hace unos meses un ensayo sobre los 'millennials' como generación perdida. El contenido no ... hace falta que se lo imaginen, porque es exactamente el esperable: muchísimos tópicos sobre una excelente y excelsa formación de todos los nacidos a partir de los 90, un sistema que nos ha condenado al fracaso y una mezcla entre un estereotipo de brillantes incomprendidos y otro de rebeldes sin causa frente a la que rebelarse.

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Escribir sobre tópicos diciendo obviedades políticamente correctas no me parece mal, y de hecho en todo caso es casi natural. Cuando uno escribe, declama, convence o incluso ama lo hace con la expectativa innata de que le aplaudan, y en ello no tiene parangón la repetición indiscriminada de opiniones comúnmente aceptadas. Pero que se aplauda a lo obvio no lo convierte en adecuado, ni en dogma, ni muchísimo menos en bueno. Y en este caso, con mucho más motivo.

La tesis de Petersen, esta persona de la que les hablaba hace unos párrafos y cuyas tesis ha recogido 'El País' con inmensa celeridad y aplauso, considera como argumento primordial que la meritocracia no existe. El razonamiento desarrolla que por mucho que los jóvenes nos esforcemos por alcanzar nuestras metas en realidad no somos más que víctimas de un sistema que nos condena al fracaso, por lo tanto no deberíamos ni esforzarnos hasta la extenuación por conseguirlo, ni mucho menos deprimirnos por no llegar al nivel que se presupone que deberíamos alcanzar.

Un argumento de tales características no ya solo es populista, que por supuesto lo es, sino que especialmente es peligroso. Las víctimas, como en este caso se argumenta que somos los jóvenes, son por definición irresponsables: es decir, su circunstancia es producto de decisiones o condicionantes exógenos, y por tanto ellos no tienen ningún tipo de responsabilidad sobre su situación o condición. Si un tipo de 25 años no consigue trabajo porque no ha estudiado lo suficiente o no se ha formado en las habilidades necesarias para tenerlo, es responsable de su fracaso, y por tanto su esfuerzo y su capacidad de resiliencia serán los condicionantes que permitirán que pueda tener éxito en el futuro si así se lo propone. En cambio, si a esa misma persona, con ese mismo nivel de estudios y formación, se le convence de que en realidad da igual lo mucho que haga o se esfuerce puesto que el resultado va a ser el mismo, lo más probable es que ni siquiera realice la más mínima acción destinada a encontrar el éxito personal, pues si el resultado va a ser un fracaso idéntico para el que pase diez horas al día en Netflix que para quien las invierta leyendo, para qué dejar 'El Juego del Calamar' a un lado si eso de la muerte azarosa es bastante más entretenido que el teorema del tal Pitágoras ese.

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Esa mentalidad mediocre, propia de personas que o bien lo han tenido siempre todo o bien jamás han aspirado a nada, es el caldo de cultivo perfecto para que jamás se vuelva a producir ningún avance social. Pues si todos somos víctimas de un sistema que irremediablemente nos condena al fracaso, y nuestro mérito personal en nada influye en nuestro éxito... ¿Quién va a investigar para hallar la vacuna contra el sida? ¿Qué joven va a emprender para crear el nuevo Amazon? ¿Quién estudiará para ser el próximo Cervantes? ¿Dónde encontraremos al próximo Nadal?

Convencer a toda una generación de que estamos condenados a la mediocridad solo porque unos cuantos no han sido capaces de salir de ella es injusto, indigno e irresponsable. Pero sobre todo, demuestra una falta de respeto absoluta hacia todos aquellos que, desde la más difíciles de las circunstancias, han conseguido triunfar por encima de lo que cualquier lector de ensayo teórico progre haya sido capaz de soñar jamás.

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Sobre esta y otras muchas injusticias de las corrientes mayoritarias del progresismo cultural, y de cuestiones tan o más importantes como la calidad de las marineras o de una Estrella de Levante, hablaremos cada domingo en esta columna de LA VERDAD. Porque, por si aún no lo sabían, empieza la etapa de la 'Rebeldía murciana'. Y esta vez va a ser con causa.

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