Yo estaba equivocado. Siempre había creído que la política era un ejercicio práctico que consistía en molestar lo menos posible, no pisar charcos sin conocer su profundidad y contentar a unos y a otros buscando un equilibrio que te permitiera mantenerte en el poder con ... cierta solidez. Administrar bien los dineros públicos y gestionar con solvencia los anhelos y los deseos de los votantes aseguran y afianzan la imagen del líder y su capacidad para acercarse a la aprobación general de sus administrados. La prosperidad y el bienestar de una sociedad, aunque haya problemas sobrevenidos que son aceptados y sorteados, proyectan a los gobernantes hacia la popularidad y, por qué no, al elogio.
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Una economía saneada y ajustada a los tiempos que padecemos, que lucha contra la inflación y los altos precios de la energía reduciendo la deuda y el déficit, distribuyendo las ayudas europeas entre la economía real, pymes y autónomos, con equidad y justicia para fortalecer la creación de empleo, reduciendo la carga fiscal a las clases medias contributivas, eliminando subvenciones improductivas y gastos innecesarios, facilita al partido de gobierno la reelección sin necesidad de acudir a la propaganda, las medias verdades y las fantasías dogmáticas. Todo esto creía yo, en mi inocencia, pero gobernar ya no es gestión y administración sino ideología, fe y simulación. Y ya sabemos todos que cuando la religión ocupa los espacios públicos todo queda justificado en aras a un bien superior: la felicidad colectiva. Y no es misión de un gobierno hacernos felices, aunque sea de izquierdas, sino poner las condiciones para que podamos acceder a la felicidad. Y las condiciones no se dan. Luego, esa felicidad catatónica pero progresista que nos imponen no es más que proselitismo.
Esta forma de ejercer el poder de las buenas palabras, de las obras de caridad, repartiendo miserias, y de amor fraternal por las minorías es continuación de la política alucinada de aquel líder visionario de la ceja, hoy convertido en párroco de la democracia de género, de la memoria exclusiva, de la república nacionalista y de la pobreza intelectual, que todos sabemos cómo terminó, con el mayor desastre económico de la democracia. Llevamos el mismo camino de frivolidad y malas prácticas que ya nos costó la intervención de las autoridades europeas. Da igual, somos un país progresista y soberano. Es difícil encontrar en la historia de nuestra democracia, convertida en memoria democrática, tal cantidad de mentiras, manipulaciones, sectarismo, soberbia y utilización de los bienes públicos con fines políticos particulares, como los que nos encontramos hoy. Da igual, el amor todo lo puede y todo lo perdona.
Y, encima, les extraña que pierdan votos. Pero, vamos a ver, ¿no se da cuenta el partido socialista de que gobernar para las minorías solo te ofrece convertirte en una? Pero, vamos a ver, ¿no hay nadie en el partido socialista que se dé cuenta de que es imposible que en España haya tantos fascistas, sobre todo en Andalucía? Pero, vamos a ver, ¿alguien puede pensar, en una época de crisis como la que vivimos, que las políticas ideológicas de género, o las dietas o la contaminación de las vacas, son una preocupación para la mayoría de los españoles? Pero, vamos a ver, ¿es que no saben que lo único que queremos es poder vivir con tranquilidad, sin sobresaltos, sin manipulaciones interesadas y pudiendo pagar lo que consumimos? Si su política consiste en hacer malabares con lo que exige su izquierda y su nacionalismo, ya entenderá el socialismo que deja en la cuneta a millones de votantes infelices. El coste electoral que para el partido socialista está teniendo y va a tener el concubinato político y el barullo de apoyos temerarios le hará pagar un precio demasiado alto, supongo que le merecerá la pena por disfrutar del poder y del dinero unos años. Ya están todos colocados y preparando el verano en su agenda 2022.
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Hacer la revolución siempre es bonito, transgresor, idílico. Ser el país más progresista del mundo es encomiable. Hacerles pagar a las energéticas un impuesto revolucionario es el sueño de todos, aunque nuestro recibo vaya a subir en vez de bajar. Que la banca pague por nuestras noches de insomnio es chulísimo, aunque los costes añadidos vayan a nuestra cartilla. Unos chequecicos por caridad de vez en cuando es superguay, ¿cuánto tiempo creen que va a pasar hasta que Europa diga ¡basta!? Menudo fin de mandato nos espera. ¿Quedará algo después de su paso por el poder? Da igual porque han hecho lo que debían hacer y las minorías demandaban.
Siempre les quedará echarle la culpa al que venga y pretenda desmontar tanto barullo, desbarajuste y escándalo. Yo creía que era más fácil, pero no, me equivocaba.
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