Durante tres días sucedió lo que parecía imposible hasta entonces. La solidaridad, la esperanza, la indignación y el desconsuelo que vivimos hace 25 años formará parte siempre de la memoria colectiva de nuestro país. Toda España nos movilizamos, sin tener en cuenta las ideologías, ni la edad, ni las creencias de cada cual, unida en un mismo ruego: la libertad de Miguel Ángel Blanco Garrido, un joven concejal vasco del Partido Popular que había sido secuestrado por la banda terrorista ETA para plantear un pulso al Gobierno de España.

Publicidad

La cruel estrategia buscaba doblegar por el miedo a la sociedad española, pero en un inesperado efecto bumerán que los estrategas del terror no supieron anticipar, obtuvo todo lo contrario. Unió como nunca antes al conjunto de los españoles en un grito de libertad y de repulsa a la violencia cobarde de ETA.

Ajenos al sentimiento de toda una nación hastiada de tanta violencia, los cobardes asesinos cumplieron finalmente su amenaza cobrándose la vida de un inocente. Poco podían imaginar que la muerte de Miguel Ángel sería también el principio del fin de ETA.

Esas dos balas en la nuca de Miguel Ángel atravesaron también nuestros corazones. Reconozco que es imposible borrar esos días de mi recuerdo. Ni puedo ni quiero hacerlo. Porque aquel joven murió trabajando por sus vecinos y defendiendo sus ideas, a pesar de saber que el simple hecho de ser del Partido Popular le colocaba en la diana de los terroristas. Su ejemplo y su legado me marcaron, como también lo hicieron en tantos y tantos jóvenes que se acercaban a Nuevas Generaciones sobreponiéndose al miedo. Aún hoy, esta organización político-juvenil trabaja cada día por mantener la memoria de Miguel Ángel Blanco, por honrar su vida, por hacer que su figura y todo lo que supuso para la historia de España no caiga en el olvido.

Ojalá no hubiéramos tenido que aprender con tanto dolor lo importante que es la fuerza de la unidad del pueblo español; ojalá no hubiéramos estado marcados ya por siempre por la crueldad de unos asesinos. Pero lo cierto es que lo estamos. Y no vamos a blanquear ninguna historia, ni a sentar en nuestra mesa a los herederos de aquellos que nos arrebataron tanto.

Publicidad

Si algo aprendimos los españoles aquel doloroso julio de 1997 es que la memoria, mal que les pese a algunos, no es un archivo en blanco que se puede reescribir y borrar a voluntad cuantas veces se quiera, sino un cúmulo de emociones, recuerdos y sentimientos que quedan para siempre guardados en el interior de cada persona. Y por eso, por mucho que lo intenten, nunca podrán sacar a Miguel Ángel, ni a cada una de las víctimas del terrorismo etarra, de lo más profundo de nuestros corazones. Memoria, dignidad y justicia.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Primer mes por 1€

Publicidad