El hombre no se ha extinguido porque la mujer olvida en parte la inmensidad del dolor del parto y así accede a tener el siguiente hijo. La evolución se basa en esa mala memoria selectiva que nos hace olvidar los malos ratos. No es que tropecemos dos veces en la misma piedra, es que una memoria perfecta descarta el dolor y el dolor es consustancial a la existencia. Vayamos a un ejemplo más cercano. Los indicadores dicen que la crisis está pasando, ¿cuánto tiempo tardaremos en repetir los errores? No es (totalmente) estupidez, es que es humano olvidar el sufrimiento, dar pasos adelante olvidando que la existencia conlleva dosis de dolor a veces insoportables. Una vez pasado este penar queremos volver a vivir como antes y forzamos a nuestro cerebro a ser idiota obviando las señales. Tal vez no es que seamos tan tontos como a veces parecemos, quizá solo sea que en nuestra naturaleza está ese limitador de inteligencia que supone el olvido del dolor. Esta es una de tantas cosas por las que el ser humano es extraordinario, por su infinita imperfección.
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Escribo esto acabando un año complejo desde el que vislumbramos un futuro lleno de cuervos que sobrevuelan el extraño paisaje que sucede a una tormenta y presagia otra, ese campo húmedo y devastado en el que las aves carroñeras pueden encontrar criaturas debilitadas por la dureza de lo acaecido. La crisis como tormenta, la crisis de la que salimos. Esta es otra de las cualidades del hombre; la complejidad conceptual del lenguaje que genera el eufemismo, así que si nos interesa cambiamos el nombre a la estafa y la llamamos crisis para no evidenciar que hemos sido engañados, que nos han cambiado las reglas de juego ante nuestros ojos y han utilizado el miedo para ello. Pensemos cómo, quién y por qué se ha provocado esta tormenta, quiénes son los cuervos y cómo sobrevivir en el pantano en que se ha convertido nuestro mundo. Al menos intentémoslo, divaguemos. Estamos acabando el año y es tradición recapitular, repasar las mejores jugadas.
Este mundo se edifica sobre el «siglo XX cambalache» de Santos Discépolo, pero todo iba a ser de otra manera. En 1945 las ruinas de Europa sepultaban millones de cuerpos en Berlín, en Kiev y en Varsovia. El horror estaba presente, todas las familias habían perdido algo, mucho o todo y los cadáveres apestaban los más bajos círculos del infierno de Dante hecho realidad. Los que habían ganado, responsables en parte de aquellas ciudades convertidas en parkings, tal y como dijo Churchill que haría en Dresde, eran seres humanos, no querían volver a vivir aquello y construyeron, con la ayuda americana, un sistema que evitase las tensiones sociales, politicas y económicas que dieron entrada a los fascismos de los años 30 y crearon el estado del bienestar en el que los países garantizaban una suerte de 'contrato social'. En la esencia de España está ser excepcional y en un mar de democracias renacidas la excepción fue la gris dictadura franquista que, a pesar de los pesares, pasó y nos unimos al club del futuro. El caso es que murieron Churchill y De Gaulle, y todos fueron pasando. El 28 de febrero de 1986 mataron a Olof Palme como lanzando una profecía de lo que estaba por venir. Desaparecieron Adenauer, Miterrand, Carrillo, Pertini y la tercera generación también, así que siguieron Chirac, González, Suárez, Tatcher... Todos han ido pasando y los que llegan ahora no recuerdan lo que pasó entre 1936 y 1945. Sí saben que murió gente, que Europa se convirtió en un infierno pero han preferido olvidar el sufrimiento como la parturienta y seguir adelante, centrarse en el futuro, tal vez todos hayamos querido hacerlo, borrar el dolor y pensar en el placer que está por venir. Nadie nos podrá culpar.
El caso es que olvidar el dolor lleva a pedir otra hipoteca que no se podrá pagar, a otro embarazo y a otra guerra. Está, tal y como decía, en nuestra naturaleza.
Olvidamos todo aquel horror en parte porque el Estado del bienestar funcionó. Alejó la guerra a las fronteras, cuando se coló en los Balcanes miramos a otro lado. La guerra tecnológica nos mostró la del Golfo como si fuese un videojuego y en la segunda llegamos a pensar que apenas moría gente, que solo eran avatares. Los niños juegan al 'Call of Duty' o al 'Fornite' y los golpes no le duelen a nadie, las pelis escalan una violencia ficticia y todo contribuye a que perdamos el miedo al dolor, al horror que fuimos capaces de generar en nuestro suelo.
Estamos en el paisaje que sigue a una tormenta y presagia otra y los cuervos ya merodean, dan vueltas. No son horribles, son amables cuervos bellos y traen soluciones. Devorarán la carroña y nos evitarán las enfermedades. Hitler, Mussolini, Franco y Stalin no eran monstruos, eran hombres amables, a veces ingeniosos. El austriaco era culto y el italiano, magnético. Los que desencadenan el horror necesitan ser atractivos para poder cumplir sus propósitos, si no nadie les abriría la puerta. Los cuervos son bonitos, negros y listos, no parecen representar un peligro más que para la carroña. El problema es que tal vez ellos nos vean como carroña y no lo sepamos. Eso es lo que ocurrió entre 1936 y 1945, no lo olvidemos. Aunque duela. Feliz año nuevo.
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