Algunas personas son capaces de transmitir el pensamiento de los espíritus a través de la escritura. Juraría que José es uno de ellos, un espíritu: cuarenta, cincuenta kilos de pura piel y huesos, su barba rala, y esos andares cansados, como arrastrando el peso de una sombra a la que mira siempre de reojo, no vaya a ser que huya, que se le escape, también, lo único que les está permitido poseer a los espíritus.
Publicidad
A José, o al espíritu de José, lo llevo viendo desde hace años. Nos saludamos por la calle, a veces con un gesto, o con la mirada, sabedores de que nos conocemos de otra época, antes de convertirse en lo que es, y ser invisible para los que no son médiums.
A mí me gusta pararme delante de los espíritus, que vean que les veo, que sientan que les siento, y he enseñado a mis hijos a hacer lo mismo con la esperanza de que ellos también sean médiums.
Dice José, me cuenta, que le gustaba mucho la fiesta, y que poco a poco se fue dejando, perdiendo, hasta que un día ya no supo encontrar el camino de vuelta. Luego vino la muerte de unos padres que eran su único asidero, y cayó en el precipicio. He sido testigo de la transformación de José en espíritu. Es una visión triste, un proceso lento en el que vas viendo cómo el cuerpo se descompone y se afilan los rasgos.
Al principio, la gente los evita, como temerosos de contagiarse, y, poco a poco, simplemente, dejan de existir de tanto evitarlos. Pero existen, yo los veo, y ellos me ven a mí.
Durante el confinamiento me encontré a José por la calle, pero esta vez fue él quién se paró delante de mí. Seguramente se sorprendió de que yo no estuviera confinado, que pudiendo estar en mi casa, a salvo de espíritus, estuviera en la calle, expuesto a ellos. No di muchas explicaciones.
Me preguntó si era periodista, y le dije que no, que era médium. José se puso muy contento, no debe ser fácil encontrar un médium por la calle con la que está cayendo, pensaría.
Le pregunté que para que necesitaba a un periodista, y me dijo que había escrito un texto y le hacía ilusión publicarlo. Me extrañó que un espíritu se ilusionara con las cosas de los vivos, así que le pedí que me enseñara ese texto suyo.
Publicidad
De una pequeña mochila, José sacó un libro, 'El niño del pijama de rayas'. Entre las páginas veo numerosas hojas de papel de aluminio, perfectamente estiradas, aplastadas por el peso de las palabras. Si, ya sé que lo habitual es meter flores secas, pero los espíritus tienen sus manías, y sus vicios. Con esas hojitas, y media micra, José lograba cerrar los ojos unos minutos y soñar que estaba vivo, olvidaba hasta su sombra. Digo que lograba, porque me jura que lo ha dejado, que con esto del virus nadie da nada, y que tiene miedo a enfermar y que no haya nadie a quien pedir auxilio.
José ha vuelto al CAD de Vistabella, ese lugar en el que los espíritus hacen cola para recoger la metadona que los mantiene en tierra y evita que vuelen para siempre.
José saca del libro una cuartilla cuadriculada en la que hay, dispuestas, letras bien caligrafiadas. Le pregunto si le gusta leer, y me dice que sí, que recoge muchos libros en la basura, libros que la gente tira. Noto que le enfada que la gente, que los vivos, hagamos esas estupideces, tirar los libros. Le pregunto si le está gustando este, y me dice que le ayuda por la noche a conciliar el sueño. Le digo que es mucho mejor la lectura que la media micra para soñar, y empiezo leer: «Habrá un día en el que todos, al salir de casa, gritemos ¡Libertad!. Mi mano será tuya, haremos el camino en un mismo trazado, uniendo nuestros hombros, para así, levantar a aquellos que nunca quisieron salir y gritar juntos».
Publicidad
«Ya no hay miedo, sonaron las campanas desde los campanarios de toda la ciudad, y los campos desiertos volvieron a granar espigas altas dispuestas para el pan, para un pan que habrá que repartir entre todos aquellos que hicieron lo posible para empujar este virus lejos de este mundo, para que todos podamos volver a gritar ¡Libertad!».
Antes de espíritu, José fue camarero. Yo lo conozco de aquella época, me servía el café en el Drexco, y antes, menús en el restaurante que regentaba Antonio. En realidad, ahora que lo pienso, José siempre me ha servido a mí.
Publicidad
Es justo, por tanto, que le sirva yo a él, como un médium, para que pueda regresar, aunque sea un instante, al mundo de los vivos.
Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
El pueblo de Castilla y León que se congela a 7,1 grados bajo cero
El Norte de Castilla
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.