Tiempos. Para hacértelo fácil, te confieso que debo ser de otra época. La del fútbol sin VAR, la del 'pásalo' sin guasap y la de los chuletones sin garzones. Otros tiempos, qué quieres que te diga. Pero oye, qué tiempos aquellos. No es que ... en Madrid no nos chulearan, como ahora, pero al menos les salíamos gallitos y respondones. Tú decías «Agua para todos» y los capullos insolidarios de La Mancha, Cataluña y Aragón se ponían a temblar. Porque tu mensaje calaba. Aquí, allá y acullá. Joder, al menos en el tema del agua éramos respetados. Y se nos tenía en cuenta. Tú recuérdalo bien. Que salían Barreda, Narbona o Bono a enredar con los travases, se encontraban con un pepé unido, sin fisuras, con un mensaje único y con un líder incontestado como Aznar que creía profundamente en que el agua es un bien de Estado y que, como tal, vertebra Estado. Con ese respaldo, Valcárcel se paseaba por televisiones y periódicos nacionales como el gallo quirico en las bodas del tío Perico. «El pesoe nos engaña, el agua es de toda España». Y al pesoe de aquí, claro ya no le quedaba otro recurso de sumarse a las fiestas de la reivindicación. En Valencia, más de seiscientas mil voces clamaron por el trasvase del Ebro. En Murcia, meses más tarde, cuatrocientas mil.
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Rendición. Luego vino lo que vino. El pepé fue perdiendo su discurso y su unidad. El maleable Zapatero sentenció el PHN por mandato de los independentistas. Y Rajoy, que se había manifestado años antes por las calles de Murcia, acabó firmando la rendición del Ebro en Zaragoza ante Luisa Fernanda Rudí. Dicho de otra manera para que me entiendas. Lo que Zapatero mató, Rajoy lo enterró. Y como las cosas que se hacen mal acaban mal, Mariano acabó llorando sus penas como Boabdil en Granada dejando su escaño ocupado por un bolso de mujer y refugiándose con sus más cercanos en el restaurante Arahy, el de las cuentas riñoneras, entre salmorejos, marisquito, chuletones, buenos caldos de Rueda y La Rioja y dos botellas de güisqui, al decir de los cronistas. Que los malos tragos bien regados y bien comidos pasan antes.
Ausencias. A todo eso súmale que la Región ya no dispone de líderes sociales del agua. El primero de ellos, el abaranero José Joaquín García Yelo, presidente fundador del Sindicato Central de Regantes, fallecido días atrás entre el más esperpéntico olvido de la clase política regional. Un murciano de dinamita frugalmente propagada. Sin desmerecer a algunos que tratan de aguantar el tipo como Lucas Jiménez y García Gómez, lo cierto es que no están, no quedan líderes del agua de aquel nivel. José Manuel Claver y Clemente García, también desaparecidos. O Paco del Amor, Paco Cabezas, Miguel del Toro o Antonio Cerdá, maestro catalogado en depuración y modernización. Ni quedan mecenas que apoyen estas cuestiones vitales para la Región como Carlos Egea, a quien Valcárcel acudía solícito para que interpretase la ópera abierta de 'Paganini' para estos menesteres. Tú ya me entiendes.
Rebelión. El caso es que va Pablo Casado, presidente nacional del pepé, a Aragón, comprueba el desastre causado por las crecidas del Ebro inundando hasta cascos urbanos y piensa, con buen criterio, que todo ese drama no habría existido si se hubiesen ejecutado las obras del Pacto del Agua que estaban contempladas en el PHN de Aznar. Y se le pasa por la cabeza incluso recuperar el trasvase del Ebro. Tú no veas la que se ha montado en Aragón, donde en cuestiones del Ebro se visualiza aquella frase célebre del célebre Machado: «de diez cabezas, nueve embisten y una piensa». Tal es así que hasta el propio pepé aragonés, átame esa mosca por el rabo, ha corregido a su presidente nacional hasta el punto de proponer una declaración institucional en el Parlamento regional contra «todo intento de resucitar el trasvase del Ebro». Que el pepé se sume a esa izquierda oportunista es una cuestión tan egoica e insolidaria como la de blindar ríos, me parece un dislate de aurora boreal.
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Así que ya sabes. Olvídate del Ebro, del Tajo y de la madre que los parió. Ni trasvases ni flores. En Cataluña, sí que lo hay (del Ebro y del Ter). Aquí no. Aquí, agua desalada para nuestros árboles con sus depósitos de boro, que debe ser cosa muy ecológica. Y a jodernos bien la vegetación del futuro como si el avance del desierto no estuviese ahí y con eso no fuese el cambio climático. Como dicen los huertanos, para mear y no echar gota. No es que me haya levantado nostálgico, no. Es que después de ver este panorama de secarral he recordado aquella letrilla de Góngora: «Aprended, flores, en mí; lo que va de ayer a hoy». Será que soy, prefiero ser, de otra época.
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