La flor de la longevidad
Isagoge de Mela ·
Nuestros hábitos afectan a nuestro propio proceso de vida, pero también afectan al de nuestros descendientes. Es una responsabilidad enormeIsagoge de Mela ·
Nuestros hábitos afectan a nuestro propio proceso de vida, pero también afectan al de nuestros descendientes. Es una responsabilidad enorme«Evitar la muerte es algo en lo que hay que trabajar», indicó categóricamente Jeff Bezos hace pocos años. Y, como él, también lo aseveran ... las grandes fortunas del planeta. Ya que, aunque resignadamente se acepte la vida terrenal como un proceso abocado a un fin, que acaba con la muerte certera ('mors certa, ora incerta'), desde el inicio de la humanidad, el ser humano ansió la inmortalidad.
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Hacia el año 2750 antes de Cristo, en el poema de 'Gilgamesh', la obra literaria considerada la más antigua del mundo, el sabio Ziusudra, que sobrevivió al diluvio universal y al que los dioses concedieron la inmortalidad, reveló a Gilgamesh que en el fondo del lago estaba la flor que le podría devolver la juventud. No sin dificultad, con astucia y perseverancia, el héroe esquivó todos los peligros y la encontró. Pero de regreso a casa, Uruk, en un despiste mientras tomaba un baño, una serpiente le robó la flor y Gilgamesh la perdió para siempre. Mientras las serpientes cambian su piel rejuveneciendo, el proceso de envejecimiento humano es un proceso sin retorno. Este ha sido nuestro devenir. Sin embargo, en los siglos XX y XXI, los avances científicos han cambiado nuestras expectativas: de forma casi universal se han combatido las infecciones, se han mejorado los índices de higiene y de alimentación: la ciencia biomédica se ha desarrollado y ha aumentado la esperanza de vida.
Estos cambios han aumentado los años de vida y la ancianidad, que sigue creciendo. Pero ¿cuál es el límite de edad del cuerpo humano? Aunque los datos son controvertidos, se acepta que 122 años es el límite que ha alcanzado vivir un ser humano. No obstante, en la actualidad, casi 600.000 personas superan los 100 años. No son demasiadas, menos de una milésima parte de la población mundial, pero consideremos que el número de centenarios ha aumentado un 1.500% en menos de 75 años. Aunque las facultades sensitivas y motoras de los centenarios estén resentidas, conocer su genética, sistema inmunológico o hábitos es de gran interés. Y es que, si bien la calidad de vida de estos supervivientes en muchos casos no es ideal, máximo para los súpercentenarios, los que superan los 105 años, los centenarios son una fuente de conocimiento esencial.
Pero el ser humano quiere más. Seguimos soñando con el elixir de la eterna juventud. Y queremos que se haga realidad al querer no solo vivir más, sino incorporar calidad de vida a esos años, así como conquistar la longevidad eterna prolongando durante décadas (eternamente) el aspecto y energías juveniles. Aunque se supone que el pico de la juventud tiene su cénit a los 20 años, la realidad es que envejecemos desde que nacemos. Sin lugar a dudas, la terapia génica, los avances inmunológicos, el plasma rejuvenecido, los factores de crecimiento m, las células madre, o la ingeniería genética van a ser rutina en un futuro no lejano. Es probable que escasas décadas, su uso y aplicación se democratice, pero en la actualidad no están al alcance de todos los humanos; solo los más privilegiados pueden beneficiarse. Y es que la brecha socioeconómica es una realidad palpable que va en aumento a medida que la población mundial añade ceros a los miles de millones que, temporalmente, ocupamos el planeta. Sin embargo, las terapias de mejora actuales son rudimentarias y solo reparan sistemas envejecidos. Son arreglos de gran calidad pero, al fin y al cabo, son todavía parches.
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¿Que deberíamos hacer para envejecer muy lenta y saludablemente? Mientras la ciencia avanza imparable (y así debe seguir) en la carrera contra el envejecimiento, se debe hacer hincapié en la prevencion, que se ha de aplicar a lo largo del ciclo vital, desde el nacimiento.
Más aún, desde antes de la concepción. Nuestros hábitos afectan a nuestro propio proceso de vida, pero también afectan al de nuestros descendientes. Es una responsabilidad enorme. Los hallazgos de epigenética indican que nuestras costumbres de vida son decisivas para la prole, ya que no solo transmitimos genes, sino también sus modificaciones. Se han identificado 17 variables que impactan en la longevidad y, curiosamente, la mayoría son modificables. Adquirir costumbres saludables, que se conviertan en hábitos, es cuestión de educación para las nuevas generaciones y de aprendizaje activo, por convencimiento, para los ya adultos que no las hayan adquirido previamente. Nunca es tarde para empezar.
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Ya no se trata de vivir más, que también, ni tan siquiera se trata de mejor calidad de vida, en el horizonte se vislumbra ser jóvenes eternamente y que se beneficien todas y todos indiscriminadamente. Solo la ciencia podrá hacerlo realidad. Busquemos la flor de la juventud eterna, financiando programas de investigación, y custodiemos la flor para que la astuta serpiente no la vuelva a robar.
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