Aunque hablemos de paquidermos, lo que nos interesa es un asunto humano. La raza humana es solo una porque todos los humanos ('Homo sapiens sapiens') ... compartimos similar repertorio genético. No obstante, por supuesto, sí que existen grupos étnicos y nacionalidades, con cultura, idioma y costumbres particulares, todos con iguales derechos y con iguales deberes.
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En España, la mayor parte somos caucásicos mediterráneos, incluso los que tenemos genes vascones. Con el devenir de los tiempos, los enriquecedores cruces humanos de gentes provenientes de diferentes partes del globo terráqueo han determinado un crisol que, día a día, se va engrandeciendo con un variado 'pantone', desde el color de la piel al de los ojos, al igual que la fisonomía facial y corporal. Logramos mayor profusión genética y diversidad.
Con distintas identidades, no tan diferentes, juntos, ganamos en fuerza, en competitividad y en representación. No es una cuestión histórica del pasado, es un asunto del presente con repercusiones para el futuro. Y la realidad es que disgregados, perderemos. Todos perderemos.
Desde las elecciones generales, cada día leo las noticias de esta España nuestra en varios periódicos, con diferentes ideologías. En algunas columnas y editoriales se perciben contradicciones sobre la idea de país. No es un tema baladí, esos cimientos comenzaron a ser demolidos hace años, en un meditado proceso, sin pausa. Una continuidad cada vez más manifiesta que, quizá con la perspectiva de la distancia, sin acaloramiento, se percibe que va cuajando. Y el elefante, el mastodonte, está instalado dentro de la habitación. Todo el mundo lo ve, pero pareciera no reconocerlo.
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Ante el resultado incierto de las elecciones generales, cada día se discuten posibles pactos, con nuevas reinvindicaciones para repetir un 'gobierno Frankenstein' (más, si cabe, que el anterior). Sin discreción, se hacen públicas peticiones claras y meridianas de tratos de favor para unos ciudadanos españoles respecto a otros, igual de españoles. De hecho, en uno de sus tuits, don Carles Puigdemont expresa que «crece el nerviosismo y sube la subasta». No ha podido ser más gráfico. El término subasta, que proviene del latín 'sub' (bajo) y 'hasta' (lanza), se define como una venta pública de bienes o alhajas que se hace al mejor postor. Proviene de la época romana cuando los vencedores, tras una batalla, se repartían el botín de los vencidos. Clavaban una lanza en el suelo y colocaban los enseres alrededor, debajo de la lanza, y se iban subastando hasta que no quedaba nada. Pero en toda subasta hay un juez que regula el proceso. ¿Qué va a definir esa autoridad 'responsable'? ¿Quiénes van a pujar? ¿A qué términos va a llegar?¿Qué precio se va a pagar (vamos a pagar)?
Lo que se está subastando y sus consecuencias lo sabemos todas y todos. Tenemos un elefante dentro de la habitación, pero padecemos el síndrome de Neglect, cuando una lesión en el lóbulo parietal impide ver los estímulos del campo visual contrario y, en consecuencia, ni se actúa, ni se responde. Efectivamente, el elefante está en el museo, como en 'El hombre inquisitivo' de Ivan Krylov. Lo tenemos delante, es enorme, no puede pasar inadvertido, pero, aunque se intuye, se obvia. Muchos lo ven y se hacen los suecos fingiendo que el elefante no está. El peor ciego es el que no quiere ver.
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La situación que se ha creado es incomprensible y la solución se antoja complicada. Algunos comentarios políticos públicos suenan a sainete. Y como no es posible ignorar el asunto, cuando menos no se menciona. Porque en palabras de George Steiner (y de la anterior reina de Reino Unido), «lo que no se menciona, no existe». O como en el cuento de 'El Conde Lucanor', de Don Juan Manuel, es preferible hacer la vista gorda y no decir que el rey está desnudo.
No obstante, aunque se niegue, ignorándolo, las consecuencias las vamos a vivir y las vamos a sufrir. Si la salida de Reino Unido de Europa la denominaron 'Brexit', por British y Exit; en España encaramos el 'Catxit'. Don Carles y muchos otros nos lo recuerdan cada día. Es lo que hay. Todos lo vemos.
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En China, pensando en Siam (Tailandia), sin confundir con los guerreros de Xian, rememoro un cuento del genial periodista, humorista y escritor Mark Twain: 'El robo del elefante blanco': ¿cómo ese gran elefante blanco siamés, sin poderse camuflar, campaba a sus anchas por los alrededores de Nueva York y no lo encontraban? Por favor, que el chistoso tabernero prepare «un trago de esos que hace abrir los ojos» [sic].
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