Llevamos un año y medio de irregularidad, de vida truncada y renca. Hemos tenido que aceptar, por el bien común, que nos limiten la movilidad y someternos a un toque de queda que beneficiaba la salud, la vida de los demás y la nuestra propia. ... Guiados siempre por lo que nos decían las autoridades sanitarias, por más que a veces dudaran y se contradijeran. Ya es historia aquel simonazo del 8-M animando a salir a manifestarse o sus predicciones fallidas sobre los cuatro resfriados que iba a acarrearnos el coronavirus chino (y ya en esa época italiana).
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Faltaba información, la ciencia se enfrentaba a lo desconocido y hubo tratamientos inconvenientes para una enfermedad que era nueva y extremadamente contagiosa y peligrosa. Los políticos hacían la mejor interpretación de lo que llegaba de los laboratorios y de los hospitales, con independencia de su impenitente barrido partidista. Y llegó la vacuna. Llegaron. En tiempo récord. Ahí hubo incumplimientos por parte de las farmacéuticas, medidas más o menos acertadas en la compra masiva de dosis por parte del Gobierno y de la UE. Algo medianamente comprensible ante lo insólito de la situación. El reto era y es inmenso. Y la ciudadanía, con sus habituales salvedades, ha aceptado ese estado de excepción. Confinándose, soportando el revés económico, resistiendo la situación depresiva del mejor modo que ha podido. La autoridad competente nos pedía disciplina ante la enigmática enfermedad.
Y he aquí que de pronto nos dan una autonomía superior. Nos conceden rango de especialistas en el fundamento científico de las vacunas. Debemos elegir si es mejor combinar vacunas de vectores virales con otras de ARN mensajero, o no. Ya no somos ciudadanos que deben acatar normas impuestas, las entendamos o no. Ahora el Gobierno nos dice que tenemos suficiente conocimiento para determinar algo que los científicos no acaban de tener claro y delega su responsabilidad en la de cada hijo de vecino que haya sido vacunado con AstraZeneca y ahora deba sopesar los posibles efectos secundarios que pueda tener la combinación de diferentes vacunas. Se quejan muchos médicos del modo en el que algunos pacientes llegan a la consulta con su diagnóstico formulado por medio de Google. Lo que ahora se nos encomienda va mucho más allá. Nuestra voz, única e ignorante, es la que prevalece. De modo que aquellos que se consideraban tratados como borregos con el confinamiento o los toques de queda sienten ahora reforzada su tesis acerca de la arbitrariedad y desorientación gubernamental. Vacunas a la carta. Como si fuera una ración de calamares. Fritos o a la plancha. ¡Marchando!
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