La reciente confesión por parte del actor catalán Eduard Fernández de que ha sido adicto al alcohol y a la cocaína, al día siguiente de recibir el Goya por su papel protagonista en 'El 47', en una entrevista grabada previamente, ha originado una ola de ... reconocimiento social. No es habitual que alguien haga este tipo de revelaciones en público, máxime cuando está en la cresta de la ola. Fernández comenzó su carrera estudiando mimo y trabajando en cabarets de Barcelona. Su momento en el cine le llegó en 1999 con 'Los lobos de Washington', dirigida por Mariano Barroso y protagonizada por Javier Bardem. Ahí ya dejó traslucir sus propias inseguridades cuando reconoció que le ponía nervioso escuchar a ambos cuchichear, por si se estaban refiriendo a él. En todos estos años, ha tenido los lógicos altibajos derivados de tan voluble profesión.

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Cómo un adicto llega a donde llega es un proceso distinto en cada caso. Fernández se vio envuelto en una espiral sin salida, al beber y beber chupitos de whisky desde el mediodía. «La adicción da vergüenza, tardas mucho en darte cuenta y sufres mogollón», reconoció a Jordi Évole en su programa de La Sexta. Tocó fondo, lo pasó muy mal y rompió su relación sentimental, algo que calificó como el fracaso de un proyecto. Consiguió ponerse en tratamiento gracias, sobre todo, a su actual pareja y a su hija. «Hay que ser humilde y pedir ayuda», explicó en la entrevista.

Un adicto no es un loco o un tarado. Es un enfermo. La estigmatización puede durar años. Destaca el hecho de que, tras un proceso de rehabilitación, el afectado rechace cualquier tipo de alcohol cuando se le ofrece en un acto social. Y llama la atención la insistencia del que lo hace, hasta que cae en la cuenta del motivo por el que esa persona no quiere beber. O en el caso de las sustancias estupefacientes. Eduard Fernández quiso dejar claro que esa enfermedad lo es para siempre. Y que cuando te presentas ante un grupo de alcohólicos, todos creen que los demás están peor que tú.

El recordado actor aguileño Paco Rabal tuvo momentos mejores y peores en su vida profesional. En la década de los setenta, cuando los papeles que le ofrecían ya no eran tan de primer nivel o hasta él no llegaban proyectos de interés, comenzó a refugiarse en la bebida. Dejó de comer y comenzó a ingerir fernet, anís o whisky. Lo cuenta con toda la crudeza su hijo, Benito, en 'Gracias por mi vida' (La Esfera de los Libros, 2023). Describe una noche en casa de un actor italiano, con borracheras, broncas y hasta disparos en el salón, mientras su padre paseaba por el jardín «desnudo bajo un abrigo que parecía la piel de un oso». Tras presenciar aquel espectáculo, reconoce que estuvo tiempo sin hablarse con él.

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Otro día, mientras rodaba una película en Italia, en un restaurante de Roma, tras beber un largo trago de vino, Paco Rabal «se desplomó al suelo de espaldas mientras echaba espumarajos por la boca». Benito, allí presente, refiere la mirada de terror de su padre ante «las horribles visiones que pudieron acecharle». Quisieron pedir una ambulancia, pero la esposa del actor, Asunción Balaguer, les hizo desistir de la idea por lo que ello supondría si el hecho trascendiera a la prensa. Lo cuidó en un hotel y, en unos días, Paco pudo volver al rodaje. Tiempo después se repitieron los ataques de 'delirium tremens', pasando «de la risa al llanto y de este, al espanto».

Benito no habló con su padre de estos episodios mientras este vivió. Ni siquiera cuando él mismo coqueteó con la cocaína. Con el tiempo y los cuidados de Asunción, su abnegada esposa, Paco Rabal consiguió resurgir del pozo en el que había caído. Y retomar su carrera «procurando no sacar mucho los pies del plato». Rodó con Francisco Regueiro 'Las bodas de Blanca' (1975) y con Jaime Camino 'Las largas vacaciones del 36' (1976). Y otra cinta, en Italia, nada más y nada menos que junto al gran Vittorio Gassman. En 1984 llegaría su consagración, al ser galardonado como mejor actor en el Festival de Cannes, con 'Los santos inocentes', premio 'ex aequo' con Alfredo Landa y dirigidos por Mario Camus.

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Un ejemplo a seguir, según su hijo, para tantos que intentan combatir la desesperación a la que la vida te conduce a veces. Que lo contara en su libro no obedece, en absoluto, al morbo que esto pueda tener. Y es que casos como el de Paco Rabal o Eduard Fernández deberían servir de pauta para quienes no consiguen ver la luz al final del túnel. Hay un dicho para el caso que bien pudiera servirnos: es aquel que asegura que cuando el pasado te llame por teléfono, deja su mensaje en el buzón de voz porque no tendrá nada nuevo que decirte.

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