Comentar las incidencias del clima suele ser recurso socorrido al coincidir con otras personas, sobre todo en espacios cerrados. Es habitual perorar sobre las contingencias ambientales del momento en lugares fijos como trayectos en taxi o en el ascensor, para romper la incómoda barrera de ... silencio establecida ante la proximidad de otros. Se formulan frases triviales, sin implicar compromiso, renuentes a exhibir cualquier tipo de intimidad, ni arriesgar opiniones que pudieran suscitar controversias con el interlocutor. Lo del tiempo se limita a frases elaboradas, quintaesencia del tópico, sobre cuestiones que son comunes, sabidas y conocidas sin necesidad de expresarlas: hoy refresca, qué viento más molesto, no se puede con este calor tan sofocante, a ver si lloviera de una vez... Se rasga el mutismo, un tanto obligados y forzados a mostrarnos cordiales y como signo incluso de buena educación. Por suerte, la volubilidad meteorológica ha ganado cuantiosos enteros, sobrados de argumentos, noticias y comentarios para explayarnos a gusto. Inmersos en un carrusel de altibajos térmicos cotidianos, fresco durante las primeras horas, caluroso a mediodía, bajo la omnipresente, por deplorable, sequía, desmesurada y brutal. A la que, por supuesto, cabe calificar con el marchamo habitual de pertinaz. Con la guinda imprevista la pasada semana de una fenomenal borrasca, tan sorprendente como inesperada.

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Pero no solo como cortesía elocuente sirve el clima. Se dispone del aderezo de aventurar, en ese parloteo intrascendente, las repercusiones que opera sobre la fisiología del cuerpo humano en su vertiente orgánica, tanto como en las volubles oscilaciones de la psique, el estado de ánimo, el espíritu. Cambios atmosféricos cotidianos que afectan en mayor o menor medida a la mayoría de las personas. En general, sin llegar al extremo de enfermedad, como causantes de síntomas polimorfos como jaquecas, cansancio o astenia, dificultad para conciliar el sueño y otras manifestaciones de escasa entidad, pero molestas. Disturbios genéricos englobados bajo el término de meteorosensibilidad, como respuesta a distintas perturbaciones ya sean por la humedad, el calor o los vientos. Incluso, en un grado más, desde la época clásica se las relaciona directamente con el desarrollo de algunas enfermedades concretas. Como recoge el clásico tratado hipocrático acerca de 'Los aires, aguas y lugares' en el que el maestro de la medicina señala la necesidad de que el médico conozca bien las características del clima propio del entorno en el que ejerce su actividad. En la interacción del organismo con el entorno que le rodea hay una diferente sensibilidad individual por la influencia de los iones atmosféricos al entrar en contacto con la piel. El prototipo conocido es el de quienes refieren como heraldos sensibles molestias articulares cuando la humedad exterior es elevada. Como entre tantas respuestas, los efectos de los rayos de sol, sin la preceptiva y adecuada protección de la piel. O lipotimias y cuadros de hipotensión, relacionados con la excesiva sudoración durante calor ambiental elevado.

A este fenómeno meteosensible cabe asimismo añadir la destacada influencia sobre el estado de ánimo y la respuesta del comportamiento humano. En particular por la acción de diferentes vientos, con peculiaridades locales, según distintos enclaves geográficos mundiales. Un efecto conocido desde la antigüedad, cuando ya la Biblia achacaba la conducta extravagante del rey Salomón al viento hamsin, bochornoso y cargado de arena. Viento capaz de dirigir «los espíritus del mundo invisible», según la leyenda. Con infinidad de matices regionales causantes de esa desazón anímica, como el siroco siciliano o el simún del desierto. O del efecto Föehn. Originado por un viento típico de los Alpes suizos, relacionado con violencia, accidentes y suicidios. Curiosamente, en la legislación de algunos cantones de ese país, se considera como circunstancia eximente. Como sucedía en el antiguo Código Penal español, al rebajar la culpabilidad de un delito si la falta había sido cometida en días de viento cálido. Como afirmaba Hamlet, «yo solo estoy loco con el noroeste. Cuando el viento es de mediodía sé distinguir un halcón de una garza». Por estos pagos, es habitual cuando sopla poniente cálido y seco que suela aflorar irritabilidad, nerviosismo y salidas de tono, inexplicables en personas de talante, por lo general, comedido.

Los cambios atmosféricos cotidianos afectan en mayor o menor medida a muchas personas

La eterna e inseparable interacción de las almas y los cuerpos, sin la tajante división entre materia y espíritu. Es una certidumbre incuestionable el encaje intrínseco con la naturaleza de la que formamos unidad en contacto indisoluble. Coaligados en un todo común, en permanente interacción, por lo que sus alteraciones nos afectan en similar grado, superan la barrera física de la piel y condicionan respuestas de la conciencia. Como guías invisibles de diferentes estados de ánimo, condiciones atmosféricas a considerar en la comprensión global de algunas conductas humanas.

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