La cercanía navideña propicia un estallido de reuniones en un ambiente por fuerza festivo, sentados en amigable compañía, por lo común alrededor de una mesa. En el actual contexto social en el que nos movemos, enrarecido, polarizado, en peligrosa deriva hacia situaciones de crispación, conturbados ... por una íntima desazón, bienvenidos sean oasis felices salpicando, siquiera por unas horas, tan convulso panorama. De modo que se acalla ese geniecillo interior que a todas horas nos apesadumbra sin reposo, por episodios de algarabía, francachela y bullicio en tan jovial camaradería trufada de anécdotas, chismes, risas y elevado volumen vocal, léase el hábito nacional de hablar a gritos. Momentos fugaces pero necesarios para el buen gobierno de la compostura de ánimo necesaria para afrontar a diario tiempos convulsos, rodeados de amigos y familiares

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Semejantes encuentros lúdicos en esta época apuntada tienen, en contraste llamativo, su envés, por realzar la dura realidad de la soledad. Aquella calificada como no deseada, en la que se encuentra un considerable colectivo de personas carentes de la posibilidad de relacionarse, como uno de los problemas más destacados de la sociedad actual. De especiales connotaciones negativas respecto al colectivo más numeroso y vulnerable, el de las personas mayores que viven solas, en lo que sin duda es una de las grandes epidemias del siglo XXI. Por la suma de factores múltiples, concatenados, como la desaparición del modelo tradicional de familia en el que el cuidado de ancianos desvalidos y enfermos era norma común. En culturas ancestrales era inexistente esa sensación de soledad, una condición reservada para aislar y excluir del grupo, de la tribu, a enfermos o repudiados. En este contexto colaboran las condiciones de vida urbana, alejadas de esa entrañable relación vecinal pese a vivir rodeados de gente, cuando los vínculos interpersonales se encuentran en sus horas más bajas. Individuos incomunicados en un mundo superpoblado en el que la despersonalización brilla entre cuerpos que se cruzan, viven en comunidad, comparten espacios comunes en calles y plazas, se rozan como entes abstractos sin un mínimo atisbo de compartir vivencias, de preocuparse por el otro. Por no sumar el creciente aislamiento tecnológico que descarta en sus modos de relación a un considerable número de afectados. Las concentraciones humanas surgieron para establecer una red de protección, de refuerzo recíproco para solventar necesidades entre sus miembros.

Esta soledad resplandece con todo su esplendor en los ancianos, la parte más vulnerable con una peor calidad de vida, cuando los achaques, las limitaciones físicas restringen sus relaciones, mermados en su movilidad, afectados por incontinencia, disminuida su agudeza visual y del sentido del oído, aislándose en un mundo interior cada vez menos conectado con otros semejantes. Ancianos que acuden a centros sociales en busca de compañía, como a centros sanitarios con problemas físicos que traslucen un importante problema de soledad. Necesitados no solo de medicamentos sino de un rato de atención de plática y consuelo, en un goteo cotidiano cada vez más numeroso por desgracia. Consecuencias de la soledad sobre la salud física tanto como mental con un elevado riesgo de morir en soledad. Otra de esas noticias que de tanto en tanto sacuden adormecidas conciencias, al descubrir personas que fallecen en sus domicilios días después del suceso, en edificios, calles y plazas atestadas de vecinos. Las sociedades humanas surgieron con la finalidad de ofrecer ayuda mutua y solventar las necesidades de sus integrantes en un espacio vital compartido. Con el paso del tiempo las ciudades se han convertido en núcleos donde brilla la despersonalización apuntada, invisibilizados los vulnerables que viven solos. Percibido el acompañar como algo ajeno, que recae sobre otros, transferido a instancias públicas, de asuntos sociales y de excepcionales grupos de cuidadores altruistas desinteresados, preocupados por el de al lado. Es un importante problema de salud pública esta soledad no deseada, según denuncia la Organización Mundial de la Salud, común a las sociedades occidentales, en los que el único recurso es acudir a los servicios sociales y que, como en Gran Bretaña, dada su magnitud, ha llevado a la creación de un ministerio propio para abordar la soledad.

En este contexto colaboran las condiciones de vida urbana, alejadas de esa entrañable relación vecinal

Los tiempos actuales propician el individualismo, con olvido de la vida en comunidad, surgida para solucionar problemas comunes, con el deber implícito de atender a los demás. Como señala Victoria Camps, «hemos perdido la capacidad de cuidar, un valor intrínseco en el ser humano, y poco a poco se ha normalizado la idea de que los cuidados no son una responsabilidad de la comunidad. Esto ha supuesto normalizar las situaciones de soledad, envejecer en residencias en lugar de en el domicilio o profesionalizar los cuidados». La soledad no era esto, que diría el poeta.

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