El reverdecer primaveral preludia la cercanía de Semana Santa. Como visible testigo, el suelo se alfombra con pétalos de azahar, esparciendo por el ambiente su embriagador perfume. Soplan vientos de cuaresma en la naturaleza en perenne renovación, sometida a caprichosos interludios del clima. Se arriba ... a esta pausa vital después de recorrer sucesivos altibajos anímicos, desde la pausa navideña, carnavales y cuaresma, hasta ultimar con la contención serena y el espíritu propio de penitencia, pasión y renacimiento. La perpetua transición de la naturaleza, con sus ciclos estacionales, depara las distintas etapas en los ciclos biológicos de plantas y animales, en un eterno retorno. Si bien amenazada ahora esta regularidad de la biosfera por el influjo desmesurado de la actividad humana, que determina desequilibrios y mutaciones significativas en ese devenir cósmico inmemorial.
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Del mismo modo, se suceden continuas metamorfosis en costumbres tradicionales que creíamos firmemente asentadas en nuestra sociedad. Todo fluye, en este contexto definido como líquido, al sustituir firmes legados ancestrales, propiciados por novedades periódicas. Es una perenne transformación de un pasado no tan lejano, contemplado desde la atalaya que concede cierta edad. Como sucede, entre tantas alternativas, con la pérdida del sentido religioso, casi exclusivo hasta hace poco de la Semana Santa, con sus rituales litúrgicos asociados. Es notoria la desaparición en los comportamientos públicos del rigor cuaresmal, imbuidos por un sentido penitencial durante esta época del año, con rigor y sobriedad expresivos, ahora confinados en conducta interiorizadas en el seno individual.
Es al menos una opinión, al contemplar cómo escasean las públicas manifestaciones cuaresmales, respecto a tiempos pasados. Si bien perviven arraigadas en una parte significativa del sentir popular, al menos en nuestro medio, celebraciones pasionales que se hacen presentes en singulares desfiles procesionales. A despecho de vuelcos, ante los embates de novedades, tornadizas pero reales, estas exposiciones de la pasión, muerte y resurrección gozan de masiva participación, con rasgos diferenciales, propios y peculiares de cada rincón de nuestra geografía. Es una catequesis urbana, mostrando un rico patrimonio que conjuga esplendor artístico con devoción, en una puesta en escena a través de calles y plazas de pueblos y ciudades. Cultura sólida, activa, resistente con destacada intervención de cofrades, estantes, nazarenos, manolas. Jalonada en sus recorridos por atentos espectadores, en comunión respetuosa, partícipes necesarios con su presencia de tan extraordinaria exhibición. En un marco diverso, genuino, oscilante entre el rigor y la austeridad hasta un aparente caos ordenado, valga el oxímoron, pasando por desfiles bíblico pasionales, con cuantos matices singulares quepa añadir. Un atributo compartido, como signo de identidad, enraizada desde tiempo inmemorial en la esencia de una tierra. Es el testimonio en el que se involucran para mantener y sostener con firme convicción tradiciones, con ilusión renovada por participar, en una cadena engarzada de continuo renovada, transferida de padres a hijos.
Contemplar ese museo callejero permite discernir un acabado reflejo de impresiones emocionales presentes en las composiciones de las figuras sobre los tronos, ademanes corporales, rostros y semblantes, detenidas en un instante fugaz y plasmadas por magistrales manos de imagineros. Es un compendio de las tribulaciones del espíritu que asombra y conmueve. Son expresiones alegóricas que plasman sufrimiento, dolor, ira, violencia, caridad, incomprensión, negación, soledad y dolor, como esperanza y alegría triunfante, avivando espíritus al paso de las cofradías. Con el contrapunto sensible de sones musicales conjugando desconsuelo, regocijo, cantos corales, saetas, bocinas y tambores de continuado o inimitable y pegadizo redoble en las distintas cofradías, contrapunto oportuno al fervor y recogimiento que suscitan a su paso.
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Un aspecto alejado del talante de fervor, litúrgico, emotivo o cultural, sería la salud de quienes participan en las procesiones. No por trivial, en acontecimiento tan ligado al espíritu, igualmente a considerar. Es notorio el ejercicio físico requerido a los penitentes, para caminar durante horas recorriendo largos trayectos durante horas, cargados con luces o cirios. O los estantes, soportando pesadas cargas de tronos, sometidos a un esfuerzo descomunal, corto e intenso en las maniobras de alzada desde el suelo y arrancada, condición que compromete articulaciones, músculos y ligamentos, con tensiones, estiramientos y sobrecargas importantes. Probable causa de lesiones como esguinces, contracturas, pinzamientos o rozaduras en pies y puntos de apoyo del hombro. Supuesto en el que cabría considerar algunas recomendaciones para prevenir dificultades, no solo traumas, también deshidratación o colapsos. Como la conveniencia de observar una alimentación adecuada, horas antes del inicio del cortejo y beber agua a lo largo de mismo. Como entrañaría un entrenamiento las semanas anteriores, destinado a fortalecer el aparato locomotor, en un contexto acusado de vida sedentaria.
Con el anhelo, hasta la próxima primavera, para mostrar las inigualables escenas de la Pasión, finalizada la procesión sin percances.
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