El paisaje urbano se va poblando con el llamativo panorama de caballeros tocados con sombreros por las calles. Una tendencia en auge. En cuanto al estilo, las preferencias se decantan de forma mayoritaria por la línea tipo panamá -color ocre con cinta oscura- en menor ... proporción por quienes optan por un toque más atrevido, a lo Indiana Jones. Semejante complemento es un acierto por estos pagos, no solo como adorno de venerables testas, sino, de modo principal para resguardarse, como elemento de protección, expuestas las cabezas descubiertas a la inclemente acción de los rayos del Sol. Si bien utilizar gorra -con logotipos en inglés a ser posible- quizás confiera un toque más juvenil, pero estas carecen de alas, y dejan sin guarecer áreas sensibles como orejas y nuca. Salvo en este último supuesto, caladas a lo rapero, con la visera hacia atrás, pero no es lo mismo. Una exhibición inusual a cierta edad, amén de que las gorras se tienen por complemento un tanto foráneo, no ha calado entre los nativos juveniles, a la vista de sus portadores habituales, quizás como un rasgo diferencial.
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En estas consideraciones, con el calor abrumador estaría desaconsejada otra prenda que hace furor como cubrecabezas juvenil, las capuchas de las sudaderas, si bien todo cabe en la indumentaria actual. De suerte que en esas andamos, de actualidad con los sombreros, afianzándose, en espera de revivir renovado esplendor. De generalizarse su uso será bienvenido por una industria languideciente, que conoció periodos de esplendor a finales del siglo diecinueve y primeras décadas del veinte, como signo de decoro, distinción y estatus social. Esa fue una época dorada para la sombrerería, según atestiguan registros gráficos, testimonios de imágenes en los que no es menor, de acuerdo con el escalafón económico, la profusión de boinas. Otros tiempos sin duda, cuando el 'sinsombrerismo' era la excepción. La opción de andar con la cabeza descubierta en público se tenía como reivindicativa y signo de rebeldía juvenil, frente a la predilección imperante en aquellos años, como señal visible de un cambio social reclamado por las nuevas generaciones. Como señala Ramón Gómez de la Serna en sus 'Aventuras de un sinsombrerista': nos hemos quitado el sombrero para ser espectadores de la nueva vida…
Sea pues bienvenido este renacer de la sombrerería, moda y escudo protector frente a las radiaciones ultravioleta del Sol, de distinta amplitud de onda A, B, C y que, al incidir sobre la piel con toda intensidad, responsables de complicaciones cutáneas. Por fortuna es cada vez mayor la sensibilidad colectiva sobre los efectos dañinos de la exposición inmoderada a los rayos solares. Causa de un amplio cortejo de lesiones, desde las quemaduras, no tan inocentes, al envejecimiento cutáneo, origen de las arrugas al perder el tegumento cutáneo su elasticidad. En un deterioro que culmina con el cáncer de piel, del que se constata una proporción en alarmante aumento, con la cúspide situada en la creciente tasa de melanomas cutáneos. Palabras mayores, convertido en un importante problema de salud pública, a escala mundial. La costumbre del bronceado veraniego -también en la nieve por la refracción lumínica- está arraigada gracias a la imagen de iconos de la moda. En especial durante el romanticismo la palidez cutánea se tenía por signo de belleza, perseguido y anhelado, cuando cándidas damiselas, exangües, próximas al colapso, anhelaban un blanco cutáneo inmaculado. Hasta Coco Chanel, con la moda del bronceado en los años veinte del pasado siglo, puesto que exhibir tez clara significaba muchas horas de trabajo, recluidos, sin vacaciones de las que presumir.
En un giro notable se ha evolucionado hasta esa singular visión de tenderse durante horas en playas abarrotadas, tostándose de manera inclemente. La mejor manera de evitar sus deletéreas consecuencias resulta obvia, evitando exponerse. Con reglas simples, no por repetidas menos llevadas a cabo. Como no realizar, en lo posible, actividades al aire libre en las horas de máxima incidencia solar. Beber agua con frecuencia para tener la piel bien hidratada. Utilizar ropa holgada, de colores oscuros (que en determinadas circunstancias son más indicados que los claros). Proteger los ojos y embadurnarse con cremas con factor de barrera elevado, de uso frecuente, no limitado a jornadas playeras. Como la contribución de iniciativas públicas colocando toldos en calles transitadas; con el aditamento de un arbolado urbano generoso, como cobijo bajo una buena sombra. Dicho ya, utilizar sombreros, gorras, camisetas… Y sombrillas incluso, artilugio elegante, de protección y que aporta un toque de distinción. Sombrillas de otro tipo, ahora en explosión multicolor, apiñadas en las playas, con diversos reclamos en una clamorosa falta de uniformidad. Pero esto ya es otra cuestión. Con minimizar la acción de los rayos solares vamos bien. Por el momento.
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