En los últimos años suelen sorprender los galardonados con los premios Nobel, al menos en el apartado con mayor repercusión, el de Literatura. Autores de conocimiento restringido a un minoritario y selecto público de culto relegan a otros que gozan de mayor popularidad entre los ... lectores, postergados, pese a 'sonar' su candidatura como posibles laureados. Como el del presente año, al reconocer al escritor y dramaturgo noruego Jon Fosse, según los méritos subrayados por la Academia Sueca, «por su prosa innovadora y por dar voz a lo que no se puede decir»... Ahí nos quedamos, aunque desconocerlos no es excusa para desdeñar su obra, pero en esas estamos, inmersos en un ejercicio lector para apreciar la valía de sus escritos. Como lectores aficionados, no se trata de cuestionar la popularidad literaria o la tendencia para destacar autores raros. Según los expertos, el autor escandinavo es un excelente dramaturgo, cuyas piezas teatrales se representan sin cesar por todo el mundo, así como de poesía, ensayo y novela, heredero de la magnífica tradición literaria noruega encabezada, entre los más conocidos por Ibsen y Knut Hamsum, autor de la excepcional 'Hambre', una de esas novelas que, leídas en la adolescencia, dejan huella imborrable.

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Si de recuerdos hablamos, menor rastro en la memoria nos ha dejado, de atenernos al presente, la conmoción mundial provocada por la epidemia de covid, sepultadas en el olvido esas interminables jornadas aciagas de no hace tanto cuando la confusión, la angustia, el miedo, campearon de repente por nuestra existencia cotidiana, desbaratando la rutina y los anclajes que daban sentido a la vida hasta entonces. Una desvanecida remembranza, empujada al archivo de los recuerdos estremecedores, luctuosos, terribles por la irrupción y el empleo masivo de una vacuna eficaz contra la expansión del virus. Sintetizada en medio de la conmoción mundial, en un espacio de tiempo difícilmente superable para lo habitual en todo tipo de nuevos tratamientos, desde la hipótesis de su concepción hasta corroborar su eficacia, junto a la ausencia de efectos secundarios que hacen posible su empleo práctico en los seres humanos. Un logro por el que la actual edición de los premios Nobel de Fisiología o Medicina han hecho en este caso buenos los pronósticos, otorgado a los científicos Katalin Kariko y Drew Reisman por la vacuna contra la covid, basada en sus estudios sobre la tecnología del ARN mensajero. Según señala el Instituto Karolinska, por «sus descubrimientos sobre las modificaciones de nucleósidos que han permitido desarrollar vacunas de ARNm muy eficaces entra la covid-19». Cabe la precisión de que sus investigaciones no han sido en concreto sobre esta vacuna específicamente, sino por el desarrollo de una asombrosa tecnología, capaz de modelar esas infinitesimales moléculas de la vida, los ácidos nucleicos, para estimular al sistema de defensa del cuerpo humano e inducir una respuesta especifica contra el virus. Un trabajo de investigación arduo, lleno de vicisitudes y desencuentros, en el que ambos investigadores venían colaborando desde hace cuatro décadas. Perseverantes en su idea motriz, pese a rechazos e incomprensiones con un abnegado y oscuro trabajo de laboratorio con la premisa de que la molécula del ácido ribonucleico mensajero podía, bajo algunas modificaciones, resultar eficaz para tratar enfermedades si se disponía de vector capaz de superar intrincadas y complejas barreras a nivel molecular, en aspectos que superan lo imaginable en los capítulos más atrevidos de un relato de ciencia ficción.

En resumen apretado y forzoso se trataría de que, a partir de las instrucciones del ADN –la molécula esencial que hace posible la vida–, este transporte efímero del ARN mensajero copiaría ciertas instrucciones y, como eficaz correo, las distribuiría por las partes del organismo encargadas de sintetizar las proteínas necesarias para todas las actividades que permiten su función. Incluido poder leer. Lo trascendental, más allá del logro inmunitario, semejante tecnología de mensajería molecular puede emplearse para desarrollar múltiples remedios contra otras infecciones, incluso el cáncer. Un aspecto teñido de promesas favorables producto de la mente humana. Como señala Fosse, un virtuoso de captar la soledad, las variaciones de la suerte, la muerte y el abandono en su útima novela 'Mañana y tarde' al describir un panorama reconocible en esos aciagos tiempos de pandemia, «apenas recordaba haber visto la ciudad nunca tan muerta, con apenas algún que otro barco atracado, pero parecen vacíos, también se dio una vuelta por la calle mayor y tampoco había nadie». Un panorama de soledad angustiosa al desconocer el rumbo de la infección que transitamos, superamos y olvidamos gracias al éxito de alumbrar un preparado eficaz para detener la expansión de un virus inmisericorde en su largo peregrinar a través del mundo.

Superamos y olvidamos gracias al éxito de un preparado eficaz para detener la expansión de un virus inmisericorde

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