La historia se repite, recurrente, año tras año, sin visos de solución. En la reciente convocatoria para elegir plaza de formación especializada han quedado desiertas un número significativo de las asignadas a Medicina Familiar y Comunitaria. Relegada entre las preferencias prioritarias por otras como Dermatología, ... Cirugía Plástica, Cirugía Oral y Maxilofacial y Cardiología; agotada su oferta con rapidez los primeros días. Esta circunstancia ha reactivado alarmas, dada la necesidad de profesionales para cubrir puestos vacantes, en la actualidad y para asegurar un futuro cercano. Con la intención de paliar tan indudable perjuicio, el Ministerio de Sanidad ha convocado un nuevo proceso de elección de carácter extraordinario. Al cual podrán aspirar médicos extranjeros, sin permiso de residencia, y quienes, por diversas razones, hubieran declinado escoger en la primera fase otra especialidad. Convocatoria que suscita interrogantes, por los inconvenientes respecto a facultativos extracomunitarios, según han manifestado las organizaciones profesionales colegiales y la Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública.

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En el diagnóstico del problema hay coincidencias: horarios inadecuados, agendas cargadas y exceso de burocracia

Este déficit de profesionales reviste singular trascendencia, en el momento actual, cuando afloran disfunciones en su quehacer cotidiano. Todavía están presentes y se arrastran no pocas secuelas organizativas, derivadas de los enormes problemas surgidos durante los largos y aciagos años de la pandemia, sometida la Atención Primaria –como el sistema sanitario en su conjunto– a afrontar tensiones descomunales. La necesidad de médicos de familia es crucial. En una disyuntiva proclive a infinidad de análisis y recomendaciones de expertos en planificación sanitaria –como de quienes no lo son– esgrimiendo soluciones de toda suerte y condición, con resultados poco efectivos, visto lo que hay. En el diagnóstico del problema hay coincidencias: horarios inadecuados, agendas cargadas y exceso de burocracia. Son razones de peso, pero no las únicas, de una realidad sobre la tradicional medicina de familia, paradigma del quehacer médico, que no resulta atractiva para buena parte de los facultativos recién licenciados. Sería erróneo generalizar, como atestiguan infinidad de facultativos entregados, amantes de su quehacer, conscientes de su importancia como agentes esenciales para vertebrar la salud de su comunidad. Satisfechos con su dedicación laboral. En su práctica cotidiana sobresalen aspectos intangibles como el espíritu de ayuda, la cercanía en el trato, de humanidad con los enfermos, como abordar retos profesionales diferentes a una medicina quizás demasiado abocada a la tecnología. Imprescindible, necesaria, eficaz, asimismo, pero de otro cariz. Poder conocer a la persona y no solo al enfermo de forma aséptica maquinal, o enfrascados en considerar la pura y simple enfermedad desligada de la persona. Ahí descansan raíces que sustentan el entramado de la medicina, en aspectos de humanidad, sociales, intelectuales, científicos, como de satisfacción personal. Quizás en la reivindicación de esta especialidad las generaciones mayores seamos añorantes –sublimada en nuestro inconsciente colectivo– de la imagen del médico rural, en el que descollaba la quintaesencia de una palabra que apenas se escucha en este debate inconcluso, la vocación. No pocos, sin lazos hereditarios relacionados con la profesión, optamos por tratar de imitar esa figura admirable del médico de cabecera. Idealizada. Provisto de su maletín, disponible en todo momento, un todoterreno eficaz, con sus limitaciones, capaz de afrontar vicisitudes de salud sin cuento, pero también con sus grandezas. De vez en cuando convendría resaltar este concepto añejo de la vocación, a fuer de ser tachados como trasnochados, carcas o ilusos. Como desgrana el eximio doctor Marañón en un viejo manual de la editorial Austral, amarillentas ya sus páginas con el tiempo, en elocuentes reflexiones acerca de esa labor generosa, compasiva, sensible y bienhechora en 'Vocación, ética y otros ensayos'.

Los tiempos cambian, en una sociedad tan pragmática como la actual, enfrascados en especulaciones sobre las decisiones individuales que mueven a cada cual para ejercer determinada profesión. El quid reside en la manera de hacer atractiva una figura señera principal de la atención sanitaria. El modo no lo sé. Como remedio siempre aflora en los debates y las soluciones el poderoso argumento de la financiación y su aumento. Aunque imprescindible, no parece señuelo de entidad suficiente para hacer interesante tal dedicación. Caben otros motivos individuales por los que cada persona decanta sus opciones vitales hacia una u otra profesión. Los porqués, complejos, como la íntima convicción de ayudar, ser útil, sentirse realizado. Como señala la concepción aristotélica de 'frónesis', relativo al hecho de que, en las decisiones cotidianas, se requiere buen juicio, temple, confianza en sí mismo para saber elegir siempre aquello más conveniente para activar o mantener la felicidad. Médicos de familia para «acceder a los pacientes con empatía, acompañarlos, esforzarse por conocerlos y qué significa la enfermedad para ellos». Palabras de John Berger en su canto a la medicina rural, 'Un hombre afortunado'. Nada menos.

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