Nos hemos habituado con absoluta normalidad a convivir con mascotas. Una rareza pocas décadas atrás, cuando se tenía por capricho de sociedades opulentas de otros ámbitos, reforzada quizás por esa evocación que provocaba el cine, asociando su tenencia a un lujo fascinante en una época ... gris por nuestros pagos. La realidad de nuestros pueblos era otra bien distinta, cuando era frecuente cruzarse con perros famélicos deambulando solitarios o en pequeñas manadas sin control por calles polvorientas, en una remembranza que ahora resulta de un patetismo inconcebible. Las condiciones sociales y económicas no daban para más allá de lo necesario, para una supervivencia digna, sin alardes superfluos. Tampoco la conciencia social ni la educación cívica imperantes cifraban sus prioridades y preocupaciones en cuidar la protección de mascotas, extensible sin duda al respeto del entorno natural.
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Hablamos del hecho de vivir con, cohabitar, coexistir, en una presencia compartida. Sin dar por asumido el término generalizado de ser dueños o propietarios de animales de compañía, con lo que supone incluso de peyorativo en una consideración educada hacia las mascotas. Del apelativo de posesión se desprenden, sin pretenderlo, connotaciones un tanto peyorativas, de sumisión. En la consideración asumida por los convivientes de aceptar a las mascotas como animales con los que convivimos, nos ofrecen compañía en los hogares y con los que mantenemos una relación de afecto, respeto y ayuda, procurándoles cobijo y alimentación. Y cariño. Mutuo. La reciente entrada en vigor de una pregonada ley de bienestar animal focaliza el interés en los perros, cuyo número ha crecido de forma exponencial en un corto espacio temporal, protagonistas pues destacados de esta normativa. Consideración extensible a los gatos en menor medida por las sustanciales diferencias de comportamiento en esa correspondencia; con el aditamento aparte de minoritarias especies exóticas, protagonistas casi siempre de las páginas de sucesos.
Pudiera ser motivo de sorpresa, para los amantes de las mascotas, la implantación de un procedimiento legal, aunque necesario dado que, como en tantos órdenes vitales en los que tantas cosas se tienen por normales, ocasiones sobradas hay de comportamientos deleznables, en un trato en el que suelen aflorar –si bien minoritarios– episodios rechazables de maltrato. Una norma por cierto que sale a la luz a medias, con prisas de última hora por lo que parece, en la que se dejan en el tintero para más adelante aspectos básicos de regulación, como resulta la obligación de disponer de un seguro de responsabilidad civil por parte de sus responsables. Durante estas últimas semanas, ante la posibilidad de sanciones por no disponer de tal requisito, se ha producido un peregrinaje –acompañados de nuestras mascotas– por diferentes entidades administrativas, ante la inminente entrada en vigor de dicha ley, lugares en los que la ignorancia sobre la cuestión ha resultado respuesta compartida. A la espera las compañías de seguros de recibir instrucciones de los responsables públicos para que clarifiquen y aclaren nuestras obligaciones. Como tampoco está definida la cuestión –con un cierto tufillo intervencionista, por ser suaves– de la obligatoriedad de realizar cursos de educación para compartir nuestras vivencias con tan grata compañía. Cabe aplicar unas simples o no tanto, normas de urbanidad para la convivencia, satisfaciendo las necesidades básicas de nuestros compañeros de fatigas sin someterlos a maltrato, propio de mentes enfermas probablemente. Como resulta pertinente denunciar el bochornoso hábito recurrente, una y otra vez, de la perversa costumbre del abandono por cansancio de seres desvalidos, tenidos por un capricho momentáneo, como si de juguetes de usar y tirar se tratara. De cruzarnos con cualquiera en alguna solitaria cuneta desierta la honda tristeza de su mirada lo dice todo. Perciben estados de ánimo, comprenden, sufren y se alegran como seres que sienten, nada menos. Así que ahí estamos, varados esperando que el legislador encargado del asunto decida acabar de redactar estas cuestiones.
Convivir con mascotas tiene indudables ventajas que influyen de modo recíproco en la salud y el bienestar, en un concepto afortunado como el de 'una sola salud', tanto física como emocional. Relación que depara momentos felices acompañados, tanto como refuerza caminar con asiduidad, con la práctica de ejercicio físico regular, clave de bóveda de hábitos de vida saludables. Relaciones en esta convivencia que se han demostrado favorables en aspectos como la reducción del estrés, una mayor supervivencia tras problemas del corazón, disminuyendo la presión arterial, mejorando la función inmunitaria defensiva, comprobadas en estudios serios entre humanos y mamíferos sociales, con el resultado de menor susceptibilidad para enfermar y alargar la esperanza de vida. En definitiva, repercute en una mayor sensación subjetiva de bienestar físico como del componente emocional por su fidelidad impagable. Así que 'Malú', salgamos otra vez a pasear.
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