Cercano el momento del balance final de este tórrido y reseco verano, las jornadas de descanso, esparcimiento y diversión se han visto de nuevo ensombrecidas por el tributo anual del agua. Ya sea en el mar, piscinas, ríos, lagos, con una desmesurada cuota de ahogados ... en diferentes escenarios acuático. Se trata de una de las causas más frecuentes de muerte accidental en todo en el mundo, con especial incidencia en niños, como de origen de graves secuelas. No son insignificantes los traumatismos por imprudencias, en esas arriesgadas exhibiciones sorprendentes, al zambullirse de cabeza en zonas rocosas o de profundidad desconocida, con el riesgo de lesiones cervicales irreversibles. Los descuidos en el cuidado de niños -en su perenne inquietud motora- representan un peligro formidable cerca de masas de agua, en particular piscinas. Tanto como sobrestimar las condiciones de riesgo del mar, con una falsa sensación de seguridad al nadar. De manera notable con el absurdo desprecio de la señal de prohibición, izada la bandera roja indicativa de peligro. Una circunstancia insólita, incluso fuente de tensiones pasmosas, por lo irreflexivo, al tener que recurrir los socorristas al concurso de la policía para desalojar a bañistas reacios que, haciendo caso omiso, se introducen en un embravecido oleaje, en playas, como las de nuestra comunidad en las que el mar no se muestra especialmente embravecido, salvo momentos concretos. En este recuento de ahogamientos, con resultado de muerte por asfixia o también de posible recuperación con el peaje de graves secuelas, cabe añadir los problemas que sufren personas mayores o enfermas, ante la eventualidad de sufrir un choque térmico, por la diferencia entre la temperatura del cuerpo y la del agua en la que se sumerge. Hay una respuesta de la circulación sanguínea, forzada de modo súbito a una redistribución causa de síncopes, convulsiones, arritmias, infartos, accidentes circulatorios cerebrales o hipotensión. Sin minusvalorar el alto porcentaje de personas ahogadas a consecuencia del consumo de drogas, como de alcohol. En cifras que, en este último caso, alcanzan según las estadísticas a cerca del cincuenta por ciento de jóvenes. En este recuento de noticias sobre accidentes acuáticos de predominio veraniego, sin ánimo de ser pájaros de mal agüero, habría que considerar, como curiosidad, el mito del conocido corte de digestión, una entidad grabada a fuego en la mentalidad de muchas generaciones. No sé si todavía vigente la reiterada y exhaustiva prohibición materna en entrañables jornadas playeras infantiles, obligados a guardar reposo durante al menos dos horas antes de zambullirnos en el agua, después de comer. La explicación más simple, toda vez que es una entidad no recogida en los manuales de medicina al uso es que se trataría de una complicación ajena al proceso digestivo, atribuible a la redistribución de la circulación mencionada producto del choque térmico.
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Resulta primordial, desde el punto de vista conceptual, unificar criterios con terminología clara, dada la profusa relación existente, con frecuencia equívoca. Si bien ha hecho fortuna el 'síndrome de inmersión', hay una maraña de conceptos como ahogados, casi ahogados, accidentes por inmersión o por sumersión, sofocación, asfixia, aspiración de agua, incidencias acuáticas… Ahora cabría resumirlo en simplemente 'ahogado', al fallecer por una alteración respiratoria. El 'síndrome de inmersión' quedaría reservado a la muerte súbita por una parada cardíaca, debido a cuadros vagales, por arritmia o infarto. Se imponen precauciones de sentido común. Como no descuidar en ningún momento la vigilancia de los niños en entornos de agua y establecer perímetros vallados alrededor de las piscinas, contando con socorristas en las comunitarias. Y respetar las condiciones del mar, como nadar acompañados ajustados siempre a recomendaciones ante condiciones del oleaje.
Cuando el agua penetra en los pulmones -salada en el mar, dulce en otros contextos acuáticos- bloquea el paso del oxígeno, imprescindible para la respiración al producirse hipoxia. Resulta primordial iniciar cuanto antes las maniobras de respiración asistida por quienes lo presencian, ya sean socorristas expertos o espectadores, hasta la llegada del personal sanitario. Unos minutos claves para la recuperación posterior, con un menor índice de secuelas por la falta de oxigeno para el adecuado riego cerebral
Desde su aparición en la superficie terráquea, para el bípedo humano, océanos y mares resultan fascinantes. Como barrera física limitante para su expansión, con el reto de afrontarlos. La cordura se impone por las incuestionables limitaciones físicas para desenvolverse en el agua. Sin acometer riesgos gratuitos en un escenario de dimensión tan sublime. Como señala Borges, «antes que el sueño tejiera etologías y cosmogonías. Antes que el tiempo se acuñara en días, el mar, el siempre mar, ya estaba y era. ¿Quién es el mar? ¿Quién soy? Lo sabré el día ulterior que sucede a la agonía».
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