Las ordenanzas municipales prohibiendo tender la ropa lavada en balcones, ventanas y fachadas fueron promulgadas hace bastantes años. Por razones desconocidas, estos días han cobrado de nuevo actualidad informativa, en distintos medios de comunicación, destacando su obligada observancia, con el riesgo de exponerse a las ... correspondientes sanciones pecuniarias aparejadas. Tratar de adecentar espacios públicos ciudadanos es una loable iniciativa para impedir antiestéticas visiones por desgracia tan frecuentes. Acúmulos de basuras fuera de contenedores y a deshoras, escombros y desechos en desoladoras periferias ciudadanas con censurables imágenes de suciedad por dejadez y nulo compromiso cívico.
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Los tendederos expuestos al sol en exteriores de las casas o mediante cuerdas tendidas entre edificios de callejuelas han sido tradicionalmente una arraigada característica de identidad colectiva, al menos en la ribera mediterránea. Eliminar por decreto estos vestigios supone borrar señales peculiares distintivas que despiertan ecos de callejuelas arracimadas en las que se intuye al fondo el azul del mar, en lugares soleados batidos por la brisa, con un bullir incesante en un tráfago vivaz, ambientado por el griterío desaforado de gesticulantes ciudadanos. Pulir en cierto modo esos entornos supone intervenir en el modo de vida de sus habitantes, no sólo claro está por esta causa, en un persistente y continuado afán de normalización uniforme, aunque, en términos de la memoria colectiva de nuestros pueblos y ciudades desaparezcan sellos propios en particular en barrios y arraigo popular, ahora sometidos a cambios y tensiones diferentes de las que hemos conocido.
Las normas municipales, poco discutibles, buscan armonizar la convivencia tanto como presentar una imagen moderna cuando, por infortunio, la implacable piqueta ha reducido a escombros vestigios en los que el tiempo ha dejado huellas, jirones de un pasado para el recuerdo y la nostalgia recluido en postales y documentales de color sepia. Cada día nos falta menos para convertirnos en suizos, fríos, correctos e impasibles al entorno recluidos en espacios asépticos funcionales, en esa perpetua remodelación urbana. Es una evolución transformadora con una idea de la convivencia moderna que elimina rasgos tradicionales en los que desarrollar las relaciones personales. Desplazados los centros urbanos a flamantes y exquisitas urbanizaciones periféricas, presididas por barreras, alarmas y controles de seguridad. Encuentros cívicos a lo sumo en los centros comerciales que proliferan asimismo en las periferias ciudadanas. O con edificios funcionales de llamativo diseño y perfecto acabado, diseñados para una introspección hacia el interior de la vivienda. Privados de balcones dirigidos hacia anchas y asoladas avenidas, en las que resultan superfluos para establecer contacto con el exterior porque no hay nadie. Desaparecida la artística rejería de miradores enfocados hacia la calle pocas décadas atrás. Al menos en los espacios sureños mediterráneos.
Como señalaba Oriol Bohigas, responsable de urbanismo en la profunda remodelación de Barcelona, se cae en el 'síndrome Pessoa' como esa melancolía abrumadora ante todo cambio en la ciudad. Una cuestión que incide en el debatido y perenne modelo de ciudad, en una inacabable discusión sobre ese espacio físico concreto en el que se desenvuelve la vida, acotada por un periodo de tiempo determinado, compartido entre sus ciudadanos. Como sociedad viva, abierta dinámica en continuo cambio con alteraciones y conflictos, difíciles de encajar en un modelo ideal. Con reglas y hábitos de convivencia que han evolucionado históricamente al amparo de establecer ayuda mutua y prestar servicios entre sus moradores. Acciones de diseño de la ciudad que suponen una permanente reestructuración. Con una compleja planificación para tener en cuenta variables que no se ajustan a un modelo establecido inerte, sino dinámico y vivaz como expresiones diferentes de lo que se tiene como cultura popular. En expresiones diversas tradicionales, heredadas como signos diferenciales sin relación con grandes manifestaciones, ciclópeas salas y auditorios o exposiciones sobresaliente.
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Es el sentir y palpitar del vecindario difícil de acotar entre normas y regulaciones por decreto o se relega por considerar de bajo nivel manifestaciones populares en tantas barriadas, pedanías y pueblos que, por fortuna en nuestra comunidad todavía gozan de un enorme favor. Vínculos de civilidad que enlazan la esfera individual, privada del hogar y la calle el punto de encuentro, el barrio, la conexión con otros barrios... Aspecto que revierte en bienestar emocional, pilar básico del estado de salud y considerar tanto la convivencia como el marco estructural en el que se desenvuelve. Un reto difícil de acordar entre todos el marco de la ciudad ideal, entidad cambiante, dinámica en perpetua evolución social. En aspectos sociales como sanitarios garantizando las prestaciones de salud como impulsar actividades de prevención sanitaria. En ese empeño por favorecer espacios públicos para solaz, encuentro, esparcimiento y fomento de las relaciones para colmar el anhelo de salud, aplicable a la estructura de cualquier ciudad ideal.
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