Durante los títulos de crédito finales la susurrante voz de Françoise Hardy afirma que «los amigos tienen la dulzura de los paisajes más bellos y la fidelidad de las aves migratorias, y en sus corazones está grabada una infinita ternura, pero a veces en sus ... ojos se desliza tristeza...». Es un colofón emocionante con la canción 'L'amitié', del conmovedor y hermoso film 'Las invasiones bárbaras'. Es una continuación en la que participan los mismos personajes de 'El declive del imperio americano' del realizador francocanadiense Dennis Arcand. Se trata de dos realizaciones que abordan las relaciones de amistad de un grupo singular de intelectuales comprometidos, reunidos años después en torno a la agonía final, tras una larga enfermedad, de uno de sus miembros. Con ironía y sarcasmo observan con impotencia cómo se desmorona el entramado de convicciones en el que habían cimentado su proyecto vital de madurez. Genuinos integrantes de unas generaciones que transitaron con diferente fortuna por la pléyade de movimientos culturales, como contraculturales y reivindicativos, durante el esplendor del pop, el rock y las utopías de cambio social, impulsados por el mayo del sesenta y ocho. La decepción y el desencanto se han adueñado de ellos con el discurrir de la edad ante lo que pudo haber sido y no fue, eclipsados, desaparecidos ideales de transformación y cambio, sueños, deseos y expectativas incumplidas. Es un magnífico reflejo en la ficción cinematográfica de una deriva en gran medida aplicable a todo cambio generacional, cuando, desde la atalaya de la edad se aprecia, irresistible, irrefrenable, el empuje de los nuevos bárbaros...

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'Las invasiones bárbaras' plantean la controvertida cuestión de los cuidados paliativos y la eutanasia. Asunto por razones diversas de perenne actualidad, como ahora cuando por uno de esos guiños que difuminan en perfiles borrosos los límites entre ficción y realidad, se hermana el guion de la citada película con la reciente muerte de Françoise Hardy, tras una penosa travesía durante años, de sufrir y padecer sin consuelo una grave enfermedad cancerosa. La cantante, modelo y actriz, icono destacado de esa época retratada por el guion de la película. De la cultura pop, los cantautores, la 'chanson', los Beatles, el movimiento hippie, el telón de acero, las utopías sociales.

Con una imagen de mujer sensible, de aspecto lánguido, padecía un cáncer que la abocó a tratamientos agresivos con complicaciones serias, en una travesía insoportable e inacabable de sufrimiento extremo. Afirmaba con angustia no temer a la muerte en sí, sino el calvario asociado al hecho de morir. «Todos tenemos el sueño imposible de morir plácidamente. Mi sufrimiento físico ya ha sido tan terrible que tengo miedo de que la muerte me obligue a sufrir todavía más. Por desgracia no tendré el alivio de saber que puedo optar por la eutanasia». Negada la posibilidad en su país, Francia, el pasado mes de enero Françoise Hardy suplicó en carta abierta al presidente de la república francesa, Macron, la legalización de la eutanasia. Ficción cinematográfica y realidad de un personaje famoso de una belleza macilenta, con canciones enternecedoras, su muerte ha vuelto a desempolvar recuerdos de las décadas últimas del pasado siglo, una época franqueada con los jirones del destino.

«Todos tenemos el sueño imposible de morir plácidamente», dijo la cantante, modelo y actriz

En la consideración del ejercicio de la medicina, durante largo tiempo centrado y dirigido a la curación de la enfermedad a toda costa, sin reparar en medios, con no pocos episodios rayanos en la desmesura terapéutica, ha costado comprender que, aun sin remedio, sigue habiendo esperanza al final de la vida. De reconciliarse con amigos y familiares distanciados, de poner asuntos pendientes en orden, de dejarlo todo bien atado. Como reflexionaba en esos días de agonía la obra paradigmática 'La muerte de Ivan Illich' de Tolstoi. Con el ideal de estar arropados por parientes, amigos, en una muerte escoltada, alejada de una tremenda soledad, injusta e injustificada, como señalaba otra canción de Françoise Hardy, quizás la más popular, celebrando estar en compañía sincera al recitar que «todos los chicos y chicas de mi edad van caminando por las calles de París, de la mano, sin miedo al mañana, porque al caminar en solitario el alma vaga dolorida...».

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En esa consideración cabe, en la fase final de la vida, ante la cercanía de una muerte prevista ante el sufrimiento y el dolor, abrazar el remedio de los cuidados paliativos. Descartar una falta de empatía para evitar una innecesaria angustia en la consideración errónea de que la muerte supone un fracaso de la medicina. Con apoyo al prójimo enfermo aferrados en esa despedida a otra entrañable melodía de Françoise Hardy: «Cómo decirte adiós, bajo ninguna circunstancia, frente a ti, sobreexponiendo mis ojos no quiero tener reflejos infelices...».

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