Es constante la tendencia irrefrenable –por quien corresponda– a la reiterada remodelación de los espacios urbanos. Sin atisbar un punto final, la actividad renovadora se ha multiplicado por doquier en las últimas semanas. Raro es el tramo que no se ve una y otra vez ... sometido a perpetua renovación, en un perseverante cambio y recambio, no importa el tiempo transcurrido desde la enésima regeneración. Una confusión de pavimento levantado, losas cambiadas, zanjas sin fin, alcorques sin árbol y cuanto quepa añadir a la simple percepción cotidiana al pisar la calle. No hay tregua ni reposo para disfrutar de un enclave asentado, durante un tiempo sencillamente prudencial. Semejante propensión innovadora muestra especial predilección por las aceras –un suponer construidas por endebles materiales, dado su exiguo periodo de vida útil–. Sin desmerecer en este apartado de indolencia ese funesto e imperdonable olvido de abrir zanjas en el asfalto recién terminado, por una deplorable falta de previsión. En demasía acostumbrados a un perpetuo ave Fénix de nuestras ciudades, dando por supuesta la loable intención de mejorar la habitabilidad urbana. Faltaría más. Quizás anhelantes de plasmar la idea de la polis fundacional, primigenia. Aquel espacio vital destinado al ejercicio de la convivencia armónica, lugar de encuentro personal para favorecer intercambios de servicios y comerciales, tanto como de apoyo mutuo para resolver problemas. Un ideal de ciudad perenne, ahora de nuevo de actualidad y que ha reverdecido en el concepto, tildado casi de revolucionario, de la denominada 'ciudad de los quince minutos'. Con detractores y defensores.
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En un contexto social que degrada la calidad de vida actual, deshumanizado, con el agobio de muchedumbres en perpetuo desplazamiento para sus actividades básicas de trabajo, ocio o entretenimiento, generando un tráfico descomunal, atascos y polución, se pretende un regreso ideal a entornos de convivencia y socialización. En la que importa conocer al vecindario, con servicios básicos de oferta comercial, servicios, instalaciones deportivas y culturales al alcance de la mano. Sin que la distancia supere, a grandes rasgos, esa duración temporal. No se aprecia en resumen nada nuevo bajo el sol, puesto que en su esencia se trataría de potenciar la idea del barrio de toda la vida, en la que desarrollar la vida cotidiana a escala humana cuando la dinámica de la sociedad urbana mueve a desconocer con quién nos relacionamos de manera cotidiana. En el ascensor o en la calle.
Es primordial en esa urbe ansiada garantizar los aspectos de salud de la comunidad. De creciente importancia ante la progresiva transformación de habitabilidad histórica, desde entornos rurales hacia núcleos urbanos cada vez más poblados. En los que debe primar minimizar el impacto de la polución atmosférica, la contaminación acústica y promover espacios saludables de esparcimiento. Con equipamientos sanitarios tanto como de fácil acceso. Contemplando la dimensión global de la salud en sus vertientes emocionales y sociales.
Incidir en aspectos tendentes a disminuir el efecto de 'isla de calor' propiciado por el aumento de la temperatura en el interior de las ciudades, por la notable capacidad de los materiales de construcción y el asfalto para retener calor. En un imparable ascenso térmico, sumados sus efectos a la actividad humana, como la climatización de los edificios y el tráfico. Unas condiciones que cabe prever aumenten su intensidad, como secuela del calentamiento global y el crecimiento urbano. Viene a poner el acento en la cuestión un reciente estudio internacional, realizado por el Instituto de Salud Global de Barcelona, al demostrar que la temperatura elevada en el interior de los núcleos urbanos es, en buena medida, responsable de un considerable porcentaje de muertes prematuras. En particular durante los meses de verano, estación que en nuestro medio se extiende a lo largo de un prolongado y creciente periodo anual. La solución, según los autores, pasa por otro de los elementos conflictivos en la actualidad, dada la disyuntiva de adaptar reformas del espacio y preservar los árboles existentes. Una controversia superflua para el sentido común –aunque en tantas ocasiones no lo parezca– con una apuesta decidida por espacios verdes. Obvio es conservando y repoblando la masa arbórea. De facto, señalan, de disponer de una masa de arbolado superior al 30% de la superficie de pueblos y ciudades se apreciaría un significativo descenso en esta mortalidad precoz. En nuestro medio, además, por dotar de sombra protectora durante meses. Y de solaz para el espíritu, al contemplar elementos vegetales, de un verde esperanzador.
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El diseño de las ciudades requiere un esfuerzo entre responsables públicos, urbanistas, arquitectos, sociólogos y epidemiólogos. Con la pretensión de diseñar y potenciar entrañables núcleos de convivencia en las ciudades. El barrio cordial tradicional, inserto en la despersonalizada esfera urbana presente.
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