Llamativo titular para tiempos propicios a fiesta y jolgorio septembrinos, obligado por la novedad. Con sus matices, claro está, para atenuar el sobresalto resultante de relacionar ambas entidades. Según un reciente estudio del Instituto de Salud Global de Barcelona, durante 2023 –el año más cálido ... desde que se tienen registros– fallecieron 47.000 personas en Europa por efecto de las temperaturas ambientales elevadas, 272 en nuestra comunidad autónoma, lo que nos sitúa en un promedio respecto al contexto nacional. Aquí el liderazgo se lo llevan otros territorios. Esa conjunción expresada es importante considerarla con un encaje adecuado, fino, para no juzgar los datos como magnitudes correlativas, e interpretar las muertes como causa directa del calor, ya que, en su mayoría, estas son resultado de agravar enfermedades previas subyacentes.
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En tertulias veraniegas informales, con el halo de cuñadismo correspondiente, cabría considerar la percepción subjetiva de la memoria térmica, entidad voluble por lo demás donde los haya, impresión abierta al debate y la polémica improductiva, para lo que se requiere el recurso fiable, por aséptico de las hemerotecas y sus registros a lo largo del tiempo... Entre «qué calor más tremendo hace este año» hasta «en verano siempre recuerdo que ha hecho mucho calor por estos pagos», no se suele avanzar mucho en resolver tamaño dilema. Todo lo cual no es óbice superados discernimientos individuales y pesquisas meteorológicas adoptar medidas específicas en todo tiempo y lugar cuando aumenta la temperatura del entorno, con el mantra de la prevención, para minimizar el riesgo inherente para evitar que las funciones de la fisiología del cuerpo se vean alteradas. Como el papel singular del ámbito geográfico, por completo diferente desde nuestro entorno mediterráneo cálido, en extremo reseco, agostados por una sequía tremenda, al de latitudes del norte, precisados de una adaptación al entorno habitacional, ciudadano, corporal como primera línea de control. Individual, de sentido común para evitar trabajos o ejercicios con temperatura exterior elevada, resguardarse en la sombra o en lugares refrigerados, utilizar ropa suelta y de colores claros e ingerir agua o zumos. Como desde la esfera comunitaria mediante acciones como proveer de sombras, agua de fuentes, arbolado que revierta las islas térmicas de calles y plazas. En un proceso de evolución desde el abrigo en cuevas refugios, hasta la suma de confort en los hogares, con aislamientos, ventiladores, aire acondicionado, ropa y complementos. Unas acciones que a veces chocan con retrocesos lamentables como propiciar competiciones de enorme audiencia, como el fútbol o el tenis a horas inconcebibles, con el farisaico recurso de las socorridas pausas de rehidratación.
Cambios realizados para aclimatarse que, según el informe citado han deparado resultados positivos al reducir de modo significativo la vulnerabilidad al que se encuentra expuesto el cuerpo humano dotándolo por el conjunto de acciones preventivas de una mayor resistencia. Según las estimaciones, de seguir las mismas condiciones térmicas que a principios del pasado siglo la mortalidad actual habría sido un 80 por ciento superior a la ahora registrada.
El calor generado por las funciones metabólicas del cuerpo está regulado dentro de ciertos límites mediante un exquisito termostato situado en el hipotálamo. Cuando aumenta la temperatura orgánica se activan mecanismos que permiten eliminar el exceso de temperatura activando la sudoración cutánea, con su evaporación como mecanismo eficaz de enfriamiento. Como con la conducción al contacto con superficies más frías, la radiación o la convección que renueva del contacto cutáneo el aire cálido como sucede con los ventiladores. Las dificultades aparecen cuando la temperatura exterior es elevada al claudicar los mecanismos de enfriamiento citados, superados sus límites, hasta desembocar en casos extremos y por fortuna por frecuentes en los temibles golpes de calor. Lo habitual es que esta exigencia desmesurada para trabajar el organismo, cuando el calor, la humedad elevada y el viento exteriores son elevados, altere mecanismos de por sí menoscabados por enfermedades con el colapso y la muerte asociadas como estación de paso.
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En este contexto, acerca del titular apuntado cabría considerar las condiciones sociales, económicas, el grado de dependencia. Como intangibles difíciles de encuadrar en el marco de cifras y datos ya sea lastrados por una importante tasa de soledad en el origen de su fragilidad, por calor tanto como por enfermedad y desamparo. Circunstancias que contribuyen a encuadrar el estado de salud del individuo, determinantes de su bienestar físico y mental. El clima condiciona las características vitales de las comunidades, sus manifestaciones rituales y culturales callejeras, la sociabilidad. Como paradigma casi a declarar patrimonio de la humanidad sería esa imagen entrañable, aún por fortuna en numerosos reductos de nuestro ámbito, de sillas en las aceras a la fresca, muestra de convivencia. Compañía frente a soledad.
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