Como tantos otros elementos característicos de un tiempo y un lugar, los tradicionales quioscos de prensa desaparecen del paisaje urbano. En una liquidación irremisible, cerrados por jubilaciones como por la pérdida de rentabilidad. Retirados de la vía pública, último eslabón de una cadena afectada su ... función originaria, principal, la venta de prensa. La tendencia actual de los medios de comunicación se encamina hacia otros rumbos. Cabe comprobar este menoscabo al apreciar el observador cotidiano, lo raro de toparse por las mañanas con alguien menor de cincuenta años adquiriendo su periódico. Alguna excepción habrá. Los fieles vamos siendo una 'rara avis'. En una desaparición de calles y plazas que sigue a las cabinas de teléfonos, convertidas en lamentables iconos de vandalismo y vergonzosa mala educación cívica. Es irrefrenable el empuje de los sistemas de información electrónicos, con la indiscutible ventaja de su inmediatez, pero con un inevitable peaje de desventajas. Sus utilidades son distintas a la prensa escrita como fuente de información, opinión y entretenimiento.
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Aquellos quioscos que todavía resisten firmes los embates de la modernidad informativa han tenido que adaptarse a nuevas utilidades. En una forzada reconversión -por razonable sentido de supervivencia para sus animosos propietarios- transformados en bazares a pequeña escala, islas ciudadanas en las que adquirir una amplia gama de productos. Con todo, esta oferta parece que no ha tocado fin y se enriquece de continuo con nuevos géneros comerciales. Como la reciente autorización en algunos municipios para que puedan dispensar también café o incluso comida envasada. Un permiso otorgado, no sin polémica, al atribuirles que se crea una competencia con los establecimientos de restauración. Las chucherías tradicionales no cuentan. Asistimos al adiós de estas estructuras del mobiliario urbano, referentes durante décadas para generaciones de lectores, acostumbrados a la lectura de la prensa ojeando con parsimonia las páginas de papel.
En el actual ambiente social el paradigma de la opinión pública ha cambiado de modo radical. Ese espacio, en el decir de Habermas, en el que tiene lugar el debate sosegado, el contraste de opiniones, a partir de fuentes diversas de información, como forja de ideas sensatas de provecho para la convivencia armónica. Ideas que fructificaban con el diálogo abierto en salones, cafés, asambleas, tertulias. En ellas el núcleo principal solía, las más de las veces, estar nucleado alrededor de noticias, comentarios u opiniones publicadas por la prensa, con los matices y peculiaridades propias de cada grupo editorial, en el cada cual elegía aquellas más acordes con su mentalidad social. Un enfoque ahora dirigido de modo contundente por las redes sociales, en el que todo cabe con similar rango, cuando no sirven de coartada a un cobarde anonimato para descalificaciones severas.
En un escenario en el que la prensa escrita se enfrenta a no pocas dificultades, en opiniones autorizadas, con un influjo que repercute a esta crisis generalizada de los quioscos. Una prensa garante de informar y que, entre otros apartados, puede menoscabar un aspecto tan importante como la información sanitaria. Con internet y las redes sociales ha aparecido un fenómeno inopinado, que se ha inmiscuido y hecho fuerte en la tradicional y exclusiva relación entre médico y enfermo. Es normal la consulta a mecanismos electrónicos, con el riesgo de acceder a contenidos de salud de forma indiscriminada, sin control ni análisis de sus pros y contras por expertos. Cierto es que hay páginas de centros solventes que brindan excelentes consejos e información de calidad contrastada, avalados por revistas científicas de prestigio, hospitales o centros sanitarios de facial comprensión por los profanos. Pero en general, muchas de estas páginas aportan datos indiscriminados, sin exhaustividad, concepto basado en que toda información sea suficientemente clara, veraz y detallada para no confundir al potencial lector. Esta tendencia a informarse por la Red puede desembocar en alarmismo injustificado. Como mueve a discutir razones y consejos del especialista sanitario, sobre procesos en los que la formación médica, sumada a la experiencia y la práctica son garantías de fiabilidad. Lo que aporta el periodismo serio, de calidad con informaciones verificadas, de fuentes seguras, abordando cuestiones de interés, relevantes. Con enfoque claro de los temas, accesibles a la comprensión general, en asunto tan intrincado como la medicina y su difusión pública. Sin la tendencia a publicar resultados de investigación en una fase embrionaria, aún sin testar, generando falsas expectativas o simplificar resultados, en una amalgama de limites difusos entre publicidad y periodismo, con tintes incluso de sensacionalismo.
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Para quienes desde siempre convivimos con periódicos, acceder a diario al quiosco es como un acto fisiológico irrenunciable. Casi de cariz religioso. De ahí la tristeza por la desaparición de esos faros de información tan queridos y añorados.
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