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Esta semana, varias delegaciones de estudiantes de la Universidad de Murcia han hecho público un manifiesto en contra de las opiniones que yo había publicado en estas páginas hace algún tiempo sobre el estado de la universidad española. Cuando me avisaron de tal asunto, no pude más que exclamar: ¡cáspita! ¿Cómo es posible que alguien pierda su tiempo para elaborar un panfleto de varias páginas simplemente como respuesta a mis modestas opiniones? Y titularlo, nada más y nada menos, que 'Manifiesto'. Tuve que acudir al diccionario de la Real Academia Española, que en la segunda acepción de la palabra dice: «Escrito en que se hace pública declaración de doctrinas, propósitos o programas». En este caso, aunque entiendo que, con la excusa de mi artículo, se trata de un manifiesto en defensa del botellón. Aclaro a los lectores que no conozcan el mundo universitario, que esto se refiere a unas supuestas fiestas patronales de las facultades que tienen su punto álgido en un macrobotellón en la zona norte del Campus de Espinardo.
Debo decir a los amables autores que yerran completamente el tiro conmigo, pues no soy más que un catedrático de a pie que no ostenta ningún cargo en la universidad, ni tiene ninguna capacidad de decisión sobre este asunto. Por supuesto, sí que puedo opinar sobre el mismo, cosa que por cierto vengo haciendo desde hace décadas, aunque bien es verdad que como un claro ejemplo de lo que suele llamarse clamar en el desierto. Así que, amigos representantes estudiantiles, no se preocupen por mis opiniones, pues más bien parece que mi crítica continuada solo hace que beneficiar a su causa.
También me permito recordarles que una cosa son las opiniones, y otra los hechos. Mi opinión, expresada en aquel artículo, es que el botellón en la Universidad es la manifestación de una infección profunda en la institución. Me parece que la Universidad se parece bastante al Mar Menor. Durante muchos años los políticos sabían de los problemas, pero nada hicieron para remediarlos. Los hechos contrastados casi semanalmente son que centenares de jóvenes deambulan borrachos por el campus al caer la tarde haciendo sus necesidades fisiológicas, o fornicando, al aire libre. Esto es probablemente fruto del efecto del alcohol y las drogas consumidas en tan venerable acto. Los hechos evidentes son que estos saraos sí cuestan dinero público. Hay personas pagadas por la Universidad que deben limpiar el campus tras lo eventos, ordenar el tráfico antes de los mismos y bastantes, como yo mismo, que deben alterar su rutina de trabajo para no sufrir los efectos colaterales del espectáculo.
Y, sin embargo, estoy de acuerdo en que el coste económico no es el más importante. El mayor coste para la institución es la pérdida de su reputación. En su escrito, ustedes me dan la razón en esto, creo que sin darse cuenta. Mencionan que tristemente debieron suspender una de las fiestas por la visita programada al campus del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Con buen criterio, la Universidad entendía que no sería bueno que el presidente se expusiera a esto. El problema es que ese espectáculo sí lo ven cientos de personas que pueden tomar decisiones sobre la universidad. Padres que prefieren que sus hijos estudien en otro lado, posibles inversores que piensan que su dinero estaría mejor en otro sitio más seguro si no pueden entrar en un laboratorio al estar el acceso cortado y mil posibles casos más. Este coste no se puede cuantificar, pero estoy seguro de que es cuantioso.
El 'Manifiesto' me acusa de tener un profundo desconocimiento de la universidad. Y la verdad es que posiblemente sea cierto, a pesar de llevar muchas décadas deslomándome por la universidad. Pero prefiero desconocer algunas cosas para conseguir otras que parecerían imposibles por estos lares. Pero lo que no desconozco es que, con el absurdo sistema de elección de rector, el calificativo es una opinión, es casi imposible ser elegido sin una parte sustancial del voto de los estudiantes. Un voto que, por cierto, es muy minoritario y muy fácilmente manipulable. Por ello, cualquier aspirante a rector debe tener al menos una parte de este voto asegurado. Y parece un hecho que durante mucho tiempo los representantes de los estudiantes han estado más preocupados del botellón que de otros asuntos, en mi opinión de más enjundia, como demandar una universidad de calidad.
Con gran alegría me habría unido a su manifiesto si demandara una universidad crítica, no adocenada, competitiva, exigente, trabajadora y orgullosa por querer ser de las mejores del mundo. Y sepan que mi opinión es que los borrachos de Espinardo son el equivalente a los peces muertos del Mar Menor; la muestra más triste de la degradación universitaria.
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