Murcia y Madrid tienen algo en común: son provincias que, gracias a que había que construir un Estado de las Autonomías para 'vascos y catalanes', se convirtieron en comunidades autónomas uniprovinciales. Igual que las Baleares o La Rioja, Asturias, Cantabria o Navarra, cierto... pero no ... como Segovia o Almería: la primera no quiso 'entrar' en Castilla y León y la metieron a calzador en 1982, y en Almería formalmente no se aprobó el famoso referéndum de vía rápida a la autonomía andaluza de 1981, pero sí la hicieron andaluza. Esto es, hay provincias que, de tener diputación provincial, se convirtieron en comunidad autónoma de la noche a la mañana, sin saber las ventajas que ello conllevaba respecto a las autonomías pluriprovinciales. En estas comunidades uniprovinciales, diputaciones a lo grande, la mentalidad provincial (incluso en Madrid) subsistió. ¿Qué caracteriza la mentalidad provincial? Lo bueno: el gusto y cercanía a la tierra y lo local; lo malo: la excesiva cercanía a una historia de caciquismo provincial. En Madrid se ve esa lógica acendrada, curiosamente, por la capitalidad de España: cuanto más capital es Madrid, más se mira el ombligo, olvidando su creación artificial y que es una isla que ha florecido gracias a decisiones políticas de centralización del poder.

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A continuación les relato cómo veo yo las elecciones del próximo 4 de mayo.

El nacimiento de una izquierda verde, ecologista y europeísta. Los 'Verdes' alemanes se han transmutado en el partido de Íñigo Errejón y Mónica García: Más Madrid. Que el experimento de las generales de 2019 de Más País no funcionase en su momento no quiere decir que Errejón y su opción política no tengan cabida en España. Simplemente no era su momento: la izquierda verde estaba aún verde. Madrid, rompeolas de todas las Españas, es también lugar donde podemos asistir al nacimiento de un nuevo tipo de partido político. Lo denominamos de izquierda porque no es de derechas, pero, siendo justos, deberíamos de etiquetarlo verde-social-común. Representa ese tipo de nuevos partidos propios de personas burgueses y bohemias ('bo-bo' en francés) que, con independencia de lo que hayan viajado, tienen mentalidad cosmopolita, saben vivir en local, pero piensan, y mucho, en global. Este tipo de partidos, ciertamente, solo puede nacer en sociedades muy complejas, densamente pobladas, donde la marca vital de cada día es estar rodeado de desconocidos que, al instante, por simplemente saludarse ya son amigos de cañas. Un partido femenino más que feminista; femenino en el sentido etimológico del término: más reproductivo y amamantador que productivo y acaparador. Más Madrid es el PSOE de pana y coderas aterrizado en el siglo XXI.

La ascensión de Díaz Ayuso, la lideresa de una región que aún añora a Esperanza Aguirre. Díaz Ayuso bebe de Aguirre y no solo porque su carrera política la comenzó la joven bajo los brazos de la sénior, sino porque Díaz Ayuso es lo que quisiera ser Esperanza Aguirre si pudiera reencarnarse. El estilo de Díaz Ayuso es populista-clasista, entre lo aristocrático de La Moraleja y lo castizo cutre de Chamberí; «hacía muchísimo tiempo que los madrileños no estaban tan unidos en torno a un mismo proyecto, que es el de vivir a la madrileña [...]»; vivir en una comunidad «en la que ricos y pobres nos entendemos en la terraza de un bar». Estas frases de Ayuso destilan el casticismo madrileño de toda la vida, con un toque vintage; la chulería de sentirse el centro no de España ni del mundo sino de la galaxia (y más allá): «De Madrid al cielo», aunque no se pueda este ver por la boina de contaminación tan propia del 'vivir a la madrileña'. ¿Qué hacer con esta chulería? Por de pronto, aguantarla como tenemos que aguantar otras idiosincrasias autonómicas. Por eso, el fenómeno de Díaz Ayuso no tiene nada de especial: es la personificación del deseo último que tiene cualquier español en la intimidad, cuando se decide a hablar en catalán aun siendo castellano de pura cepa: poner los pies encima de la mesa, descalzarse, mirar con arrobo a Bush y decir: «Ahora vais a ver lo que es bueno» mientras se arregla los calcetines. Ella es de Vox pero no lo sabe.

Los cielos de Madrid. Lo mejor de Madrid son sus cielos. Y su gente. Sus cielos porque los atardeceres son eternos en primavera. Su gente porque –más allá de los sinsabores de la política circunstancial– son tan claros y diáfanos los madrileños de origen y adopción que nada más llegar te das cuenta de una verdad incuestionable: todo el mundo es madrileño y no lo sabía.

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¿Y quién ganará las elecciones? No lo sé, pero de Madrid al cielo (o a La Moncloa).

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