El tercer hombre de las presidenciales francesas, Jean-Luc Mélenchon, ha logrado un éxito póstumo al acuñar la endiablada consigna de voto a sus seguidores: «¡Ni un solo voto a Marine Le Pen!». Una lectura apresurada de la recomendación celebró la adhesión del antiguo ministro ... socialista al frente republicano para cerrar el camino a la candidata del Rassemblement National. Solo que en esta elección, dominada por el sentimiento de doble frustración, social y política, se hace necesario leer los mensajes a partir de su dimensión negativa. A pesar de sus significativas coincidencias sobre Europa, contra la OTAN y a favor de Rusia, criticando las sanciones y proponiendo un reencuentro con Putin «después de la guerra», resultaba obvio que los insumisos de Mélenchon representan un sistema de intereses opuesto a los defendidos por Le Pen.
Ahora, las cosas cambian: importa sobre todo que Mélenchon explícitamente descarta el apoyo a Macron, lo cual ha de ser leído como un 'no' indirecto. Un ni, ni. Así lo entendieron sus votantes desde la primera encuesta, que daba un 37% a Macron, un 30% a Le Pen y un tercio para el voto en blanco. La dispersión del voto insumiso se convirtió en la única llave capaz de abrir la puerta de la victoria a la candidata recusada.
El éxito del eslogan pudo apreciarse en la cascada de manifestaciones del fin de semana: siempre contra la extrema derecha y sus ideas, «no a Le Pen en el Elíseo». Ninguna a favor del actual presidente. A pesar de ello, las cuentas podían salirle, si nos atenemos a las encuestas publicadas por Opinionway e Ipsos apenas celebrada la primera vuelta. A partir del casi 28% de votos obtenidos, y del 23,5% de Le Pen, cabe pensar que esa plataforma se mantendrá para ambos, a la vista del abismo programático que les separa. El panorama varía si sumamos las proporciones mayoritarias de los partidos que calificaríamos de fieles: entre el 80% y el 90% del 7% del ultra Zemmour, y el 2% en pleno de Dupont-Aignan para Marine Le Pen; y el 4% a que ha quedado reducida la vieja coalición de izquierda PCF-PS, más los dos tercios, 2% del 4,6% obtenido por el candidato ecologista. Gracias al apoyo a Macron de la candidata exgaullista, de Los Republicanos, más el aval de Sarkozy, puede obtener un 2,5%, la mitad de ese voto, con 1,5%, para Le Pen. Alcanzamos así un 34% para Macron y prácticamente lo mismo para Le Pen, con lo que el vuelco de votos de La Francia Insumisa por Macron debiera resultar decisivo.
La candidata defiende una idea de soberanía nacional por encima de la legalidad en la UE
Nada dice que eso suceda. En apariencia, el insumiso sería un voto muy volátil, en torno al 40% para Macron, pero entre el 20% y el 30% para Le Pen. Muchos han leído la consigna de Mélenchon en el sentido de que el verdadero enemigo es el tecnócrata saliente. El riesgo para la democracia francesa se encuentra ahí, en el rechazo radical de la izquierda insumisa y en los contactos de fondo entre populismo radical y de extrema derecha: deriva antisistémica, antieuropeísmo, concesiones similares en el tema de las pensiones –jubilación a los 65 años– sobre el cual Macron ha retrocedido. El reflejo antiinmigración no es asumido abierta pero sí solapadamente por muchos trabajadores, y otro tanto sucede con la solidaridad pro-Ucrania ante la amenaza de Putin y sus armas económicas: no es casual que más allá del hexágono condenen las sanciones y promuevan el reencuentro con Rusia personalidades tan dispares como Le Pen y Mélenchon, así como los nuestros Pablo Iglesias y Juan Luis Cebrián.
Macron es un candidato frío, distante, como lo fue Hillary Clinton, ocupado en ofrecer soluciones técnicas a un tiempo de crisis, con la inevitable deriva conservadora. El movimiento de los 'chalecos amarillos' fue ya un signo visible de desencuentro. En vísperas de la primera vuelta, Thomas Piketty destacó el impacto negativo de su reforma de las pensiones, lesiva para los más jóvenes, y de su rechazo a hacer tributar a los grandes propietarios y a los intereses financieros. Ni siquiera ha tenido éxito en su ensayo gaullista de resolver la crisis de Ucrania personalmente con Putin: ridiculizado al otro lado de la gran mesa; sin llegar a la inhibición alemana, su apoyo dista de ser resuelto. En suma, si no atrae al electorado popular con el gesto social fuerte que le pide Piketty, podría perder. Le salva la debilidad de las políticas de Le Pen, evidenciada en el debate televisivo. Además, inspira miedo.
Los populismos disponen de la fórmula expresada en un cuento cruel de los hermanos Grimm: 'El flautista de Hamelin'. Actúan a favor de una profunda insatisfacción social y basan su promesa redentora en la supuesta condición mágica de su música. Sus promesas cubren todas las demandas observables en una sociedad dolorida, y su repertorio de cambios está ahí para atenderlas, en el caso del populismo de izquierda con una real atención a la justicia social. El problema es que acabar con las ratas (corrupción, desatención del Estado) se resuelve desde el protagonismo del redentor y sin medir los recursos disponibles. La catástrofe económica resulta inevitable y, en la medida que otros se oponen a la receta, pasan a ser enemigos. La deriva caudillista y autoritaria resulta inherente al populismo.
Las manifestaciones son contra la extrema derecha, ninguna a favor del jefe del Elíseo
De ahí su exigencia de reemplazar el orden constitucional vigente, tanto en Le Pen y Mélenchon como en sus colegas hispanos. Eliminado el político de origen murciano, Le Pen ofrece el proyecto muy coherente de imponer un régimen de poder personal, por encima de los partidos y el Parlamento. Renace la vieja herencia antidemocrática de Napoleón III, haciendo del referéndum el instrumento para sortear la democracia representativa. Y así como un presidente puede eliminar toda ley sometiéndola a referéndum, hacia el exterior se afirma la idea de una soberanía nacional por encima de la legalidad existente en la Unión Europea. Desaparece la coordinación de medidas económicas, sociales y legales. Los modelos de Le Pen son Putin y Orban: una Francia cerrada en sí misma, solo para los franceses, blindada contra la inmigración. Y consecuentemente contra los derechos humanos.
Umberto Eco auguraba la perpetuación de la esencia del fascismo en un neofascismo: tradicionalista, identitario, xenófobo, basado en «el pueblo» y la frustración, opuesto a los derechos individuales, violento. Daría ahora un paso de gigante en Europa con un improbable triunfo de Marine Le Pen. No por culpa del saludable aislamiento del lepenismo que en Francia retrasó su ascenso, sino por la desagregación de las estructuras del Estado de bienestar y de su sistema de valores, en una sociedad líquida, del sálvese quien pueda. Más los enormes errores de los protagonistas tradicionales de la democracia, causantes del hundimiento de partidos socialdemócratas y conservadores. Lección válida para Francia y para nosotros.