Hay algo muchísimo peor que fracasar, que es fracasar aburriendo al personal. Los pases horizontales de Luis Enrique están tipificados en no menos de 50 ... códigos penales internacionales, en las naciones serias habría habido cortes de carreteras ante tal bochorno y el exilio es lo menor que se me ocurre para el once titular de la noche. Españita, que ese día representaba La Roja, pero que en realidad sufrimos y somos usted y yo, hizo un ridículo sideral en Doha.
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Pero eso ya lo saben, porque el ejercicio de avergonzamiento del martes pudimos verlo todos al unísono, festivo por la gloria de la maltrecha Constitución. Lo que quizás algunos de ustedes se han ahorrado es el triple salto con tirabuzón y récord olímpico de la sinvergonzonería, que fueron las declaraciones del afortunadamente ya exseleccionador a posteriori. Se las resumo para que no tengan que pasar el mal trago de leerlas íntegras: que habíamos jugado muy bien, que «merecíamos más» y que está muy orgulloso del fútbol de España.
Les parecerá una frivolidad lo que les voy a decir, pero esta reflexión en su tiempo y forma es la que conduce de manera irremediable a la destrucción real del planeta y no el grado y medio de temperatura que ha subido en los últimos 100 años en los que, al parecer, debe de ser que antes en Murcia en verano no hacía calor y en invierno trasnochábamos de fiesta en iglús. Pero volviendo a la algarabía de Luis Enrique, su problema no es ni siquiera el pésimo partido contra Marruecos, su forma de entender el fútbol o su evidente parcialidad en la selección de los convocados, en su mayoría jugadores de la Europa League. Lo grave es que después de caer con todo el equipo en vez de pedirle perdón a los españoles por haberles hecho pasar la vergüenza del mes, o hacer un ejercicio de humildad incluso reconociendo que él creía en esa forma de jugar pero es evidente que no supo ejecutarlo bien (o cualquier excusa a gusto del consumidor), el tipo se descuelga manifestando casi indignado que en realidad esto ha sido producto de la mala suerte.
No voy a entrar en un análisis futbolístico porque de las cosas que sé poco prefiero leer a escribir, pero la actitud complaciente ante los fracasos es la mayor garantía que existe de volver a perder. Esta actitud la reconocerán en diversas situaciones, tan clásica en las empresas que van a quiebra («es que los consumidores no saben valorar que la competencia es peor»), en las exparejas que rehacen su vida después de que el contrario le haya amargado la existencia («en realidad está con ese para darme celos pero sigue enamorada de mí»), en los partidos políticos cuando van cuesta abajo y sin frenos en las encuestas («entre hacer lo fácil y lo correcto hemos decidido hacer lo correcto aunque no dé votos») o en las selecciones de fútbol («no se merecían ganar a pesar de marcarnos 5-0 porque nosotros hicimos cien millones de pases y ellos solo diez»).
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Fracasar no es ideal, pero es asumible. Solo gana el que juega, y por tanto para conseguir la victoria es condición necesaria estar dispuesto a asumir la derrota. Lo que no es aceptable, ni valorable o ni siquiera respetable es que cuando uno falla en vez de asumir que se ha equivocado prefiera poner el ventilador de la culpa para que todo ser humano que se cruce por el camino sea el responsable de su desastre. Cualquiera menos uno mismo, claro. Y ya no es que sea una actitud despreciable porque califica personalmente al que la ejerce, es que cronifica el fracaso hasta que se convierte en irremediable. La única forma de salir de un hoyo es ser consciente de que has entrado en él y lo has hecho cavando una zanja. Ponerse una venda en los ojos para obviar el camino al fracaso es garantía de repetirlo, y si no hubieran dimitido a Luis Enrique en la próxima Eurocopa nos habrían eliminado en fase de grupos con un 90% de posesión en cada partido.
En fin, que aprendamos de este desastre futbolístico colectivo para que sepamos que hay un camino a la victoria reconociendo cómo se ha producido la derrota. Yo les dejo por hoy, que aún no supero que se hayan acabado los artículos de Rajoy al final de cada partido. Esa España sí que molaba.
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