Cada nuevo día trae su afán y sobre todo un nuevo aprendizaje. Circula por el pensamiento actual un concepto, 'los no lugares', que se suma ... a la avalancha de los que dan noticia de un mundo cambiante por segundos. Los estudiosos de la conducta social, antropólogos y etnólogos, vienen obligados a dar noticia y comprender las características de un mundo antiguo, que desaparece a ojos vistas, y de otro, casi inaprehensible, que se desborda y nos arrolla. Si eso les ocurre a los intelectuales, podemos imaginar lo que sucede con la gente de la calle, que ve alterada su cotidianidad con usos y costumbres anteriormente desconocidos cuyo sentido no alcanza a vislumbrar, aunque los adopte a regañadientes.
Publicidad
'Los no lugares' son nuevos espacios creados por la modernidad e inexistentes previamente o que, siendo antiguos, han cambiado su función tradicional por otra diferente de aquella para la que fueron erigidos. Se caracterizan por ser ubicaciones anónimas para personas anónimas –Marc Augé, 'Los no lugares. Espacios del anonimato' (1993)–. Son sitios de relaciones superficiales en los que no nos reconocemos porque en su mayoría son vías de paso para ir a sitios diferentes, sin que en ellos creemos ninguna relación afectiva o de reconocimiento de otros seres. Lugares para abandonarlos y desecharlos hasta ser utilizados en una próxima ocasión.
Considera Augé como 'no lugares' paradigmáticos las autopistas –que nos alejan de pueblos y ciudades que antes cruzábamos y en los que nos deteníamos–. Asimismo, los habitáculos móviles llamados medios de transporte (aviones, trenes, automóviles), los aeropuertos y estaciones ferroviarias, las grandes cadenas hoteleras, los parques, los supermercados, «la enmarañada madeja, en fin, de las redes sin hilos que movilizan el espacio extraterrestre a los fines de una comunicación tan extraña que a menudo no pone en contacto al individuo más que con otra imagen de sí mismo».
Estos 'no lugares' son radicalmente diferentes de los antiguos espacios, zonas de identidad relacionales e históricas donde bullían la vida y los vínculos sociales: plazas, mercados, tiendas, peluquerías, bares, calles... y en los que la gente se reconocía, se establecían lazos e intercambiaba información y novedades relativas a la comunidad: muertes, casamientos, preocupaciones comunes, decretos del ayuntamiento...
Publicidad
Con frecuencia, sin embargo, los 'no lugares' adoptan la forma de aquellos espacios antiguos o se desarrollan en ellos, pero con prestaciones distintas, por lo que, aunque formalmente iguales, la relación con quienes los habitan o utilizan provisionalmente cambia. En los antiguos 'ultramarinos' el tendero reconocía a sus clientes, lo que permitía un tipo de compra denominada 'al fiado', algo imposible en los supermercados, 'no lugares' donde obligan a llevar los carritos de la empresa, no los propios, y a pagar al contado porque desconfían de nosotros. No somos considerados vecinos del barrio sino desconocidos que pueden robar la caja.
Igualmente, pueden considerarse 'no lugares' aquellos a los que, sin cambiar su función primordial, les han añadido otras ajenas. Serían, pues, 'no lugares' las gasolineras, donde se suministra carburante pero también pan y otros alimentos, pilas, ferretería, recargas para el móvil, bebidas, periódicos... Y así, el mismo empleado que pone la gasolina, a veces sin guantes protectores, nos despacha a renglón seguido una barra de pan. Igual ocurre con los quioscos de prensa, donde encontramos, además de periódicos y revistas, chucherías para niños, bebidas, juguetes, libros... De esta manera van desapareciendo las panaderías y librerías. Las farmacias, además de medicinas, dispensan productos de belleza, gafas, alimentos para bebé, colutorios y dentífricos... Correos expende sellos, postales, sobres, bolígrafos, seguros para un banco alemán –cuando Correos pertenecía a él–, cartonajes para paquetes, objetos que antiguamente comprábamos en las papelerías.
Publicidad
Las iglesias son un paradigma digno de consideración: pensadas como lugares de recogimiento y culto, en los últimos tiempos se celebran en ellas conciertos y asambleas, se ruedan películas y anuncios, se dan pregones de fiestas y conferencias no necesariamente de carácter religioso. Lo anterior forma parte de una posmodernidad líquida en la que todo fluye de continuo, sin dejar tiempo para la reflexión, la asimilación de los cambios y el disfrute de lo conocido –habla la Psicología del gozo de lo bello repetido: oír muchas veces nuestra canción preferida, ver y oír una ópera ya degustada, celebrar anualmente un rito o recordar un momento feliz–.
Desconozco si somos los causantes de esta deriva hacia ningún lugar o si se nos impone desde fuera sin contar con nosotros, convertidos en meras comparsas de un modo de vida propiciado por el sistema económico que guía el mundo, atento solo a la ganancia pecuniaria y despreocupado totalmente de los individuos. Lo cierto es que no era esto a lo que aspirábamos cuando deseábamos que la modernidad, equipada con nuevos avances, entrara en una etapa que mejorase al ser humano y forjara un mundo digno de ser vivido.
Primer mes por 1€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.