Leí en un libro, cuyo título no recuerdo, que solo conoces una ciudad del todo cuando te enamoras de alguien que vive en ella. No ... pretendo disertar sobre el amor porque no tengo ni idea de cómo se teoriza el romanticismo, pero sí sé qué hace falta para sentir atracción por algo.
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Como en prácticamente cualquier aspecto de la vida, en la ambición todo está inventado. En 'El Silencio de los Corderos' Jodie Foster descubre que el asesino es el vecino de la primera víctima recordando que uno codicia aquello que conoce. En un resumen simplista, es imposible obsesionarse con un bolso de Prada si jamás has visto uno. No puedes enamorarte de la etapa victoriana si nunca has leído sobre ella. Es imposible amar Egipto si nunca has visto ni una pirámide en un documental.
Aplicado a las ciudades, a las regiones o a los países, solo es posible generar atracción cuando los demás conocen de nuestra existencia. La semana pasada hablaba de lo sumamente importante que es que en el kilómetro cero de la más profunda España, que no es otro que la madrileña Puerta del Sol, haya un cartel gigante hablando de lo que sea pero con la palabra 'Murcia' en medio. Pero la realidad, en el fondo, es bastante más compleja que pensar que un simple papel puede servir para atraer a alguien: hace falta mucho más.
Vamos a pasar al terreno de Netflix y HBO, que es lo que mejor se entiende. Desde que 'Juego de Tronos' existe, las visitas a la capital croata, Dubrovnik, han aumentado de manera tan exponencial que dudo que el 95% de los españoles que ahora se mueren por ir hubieran sido ni capaces de imaginar que la ciudad existía. Desde que 'La Casa de Papel' es un fenómeno mundial, hay miles de turistas que se paran frente al Ministerio de Transición Ecológica en Madrid, hasta ahora un lugar burocrático sin más, para hacerse fotos ante lo que ellos creen que es el Banco de España porque en la serie aparece como tal. Cuando la serie 'Borgen' se puso de moda entre los fanáticos de la política, miles de peregrinos del frikismo viajaron entusiasmados a Copenhague a conocer el Parlamento danés. Tras el estreno de '8 apellidos vascos', miles de españoles emigraron a Getaria a ver el puerto desde el que Dani Rovira se enamoraba de las Vascongadas.
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Que Murcia pueda convertirse en localización ambiental de libros, series y películas parece entre loco o absurdo, pero en realidad es la clave para nuestro relanzamiento. Cuando Jerónimo Tristante publicó '1969' y este se convirtió en fenómeno nacional, gente de Cuenca o Soria que jamás se había ni imaginado cómo podía ser la Catedral de Murcia vivió a través de sus páginas el imafronte que nosotros admiramos como casi de costumbre. Que consiguiéramos que una serie de Netflix, o un dramón de Telecinco, cambiara las vacaciones de sus protagonistas en una idílica cala de Ibiza por un paseo por el puerto de Cartagena haría que muchos, los que lo conocieran y los que no, se planteasen que ahora el lugar de moda está pasado el Puerto de la Cadena y no a un avión de distancia desde cualquier parte.
Aquí tenemos de todo, y eso ya lo sabemos, pero nos falta el elemento clave para el amor: que nos deseen porque nos ven y aún no pueden alcanzarnos. Si el Gobierno regional dispone de presupuesto para poder promocionar nuestra Región, el momento de gastarlo en el mundo de la vanidad es ahora. Que Murcia se conozca no porque la vemos en un anuncio prefabricado, sino porque la interioricemos como parte de las historias que envidiamos. Que el escenario de la pedida de mano de dos 'influencers' sea Murcia, que el asesinato más sangriento de la ficción televisiva se produzca en Lorca, que el mayor enredo político del nuevo 'House of Cards' tenga como sede San Esteban.
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En Murcia pasan tantas cosas que hasta el panorama político nacional da un vuelco cuando a alguien se le ocurre mover su ficha. Nuestra vida da para Netflix, pero aún necesitamos que alguien la ruede.
Enamorarse de nosotros se van a enamorar, así que ya pueden darse prisa antes de que la competencia se lo quite. Anda que la moción de censura no da para Goya.
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