Todo tiempo es un regalo que Dios nos hace, no obstante, el tiempo de Cuaresma es un tiempo especial, que nos invita a aflorar lo ... más noble del corazón. Es el tiempo para, al igual que Jesús en el desierto, rechazar nuestros demonios internos (que no suelen ser pocos). Es un tiempo que huele a solidaridad, a humildad, a deseos de autenticidad y a espiritualidad.

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La Cuaresma, ese periodo que va desde el Miércoles de Ceniza hasta la celebración de la Pascua, es como el preludio de la primavera espiritual. La Cuaresma la asociamos, más o menos conscientemente a obligaciones, prohibiciones y ayunos, a días de tristeza. Pero es un error visualizar este tiempo desde esa perspectiva, sino que es algo más hondo, es un viaje interno que nos invita a la reflexión, la renovación y la conexión con lo trascendental.

Los papás saben muy bien lo que supone la ansiosa espera del primer hijo, igual que la joven pareja que va a contraer matrimonio vive intensamente los días anteriores a la boda. Son días de grandes expectativas y de una vehemente espera de que llegue el gran día. Convendremos en que no son días tristes, sino expectantes, ilusionantes ante la inminente llegada del gran acontecimiento, días en que hay que hacer muchos preparativos: la ropita, los pañales, la cuna, la habitación del bebé, o las pruebas del vestido de novia, el arreglo y mobiliario del piso donde va a residir la pareja, los billetes para el viaje de luna de miel, etc., etc.

Pues del mismo modo, los días de la Cuaresma transcurren por la ruta, no de la tristeza, sino de la expectativa gozosa ante el suceso más grande de la historia: la resurrección de Jesús, centro nuclear del cristianismo y motivo de la infinita esperanza del cristiano. También en Cuaresma necesitamos hacer preparativos, que consisten en hacer lo que nos dice el sacerdote al imponernos la ceniza: «Conviértete y cree en el Evangelio». Definir la palabra conversión obligaría a gastar mucha tinta, pero, simplificando, es predisponer el corazón y el alma, para abrirnos y acoger la segunda parte de la frase del sacerdote: «…y cree en el Evangelio». Creer en el Evangelio es lo mismo que creer en Jesucristo. No se trata tanto de creer en su existencia histórica, sino en creer en su Palabra, en confiar en ella.

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En el trajín cotidiano, a veces nos olvidamos de lo esencial, de lo que realmente importa. La Cuaresma se presenta como una especie de parada obligatoria en medio de nuestra carrera frenética, una oportunidad para desacelerar y mirar hacia adentro. Es como un espejo que nos muestra nuestras imperfecciones, nuestras debilidades y nos reta a mejorar.

El Miércoles de Ceniza nos marca simbólicamente con ceniza en la frente, recordándonos que venimos de la tierra y a la tierra volveremos. Es un gesto humilde, un recordatorio de nuestra fragilidad y finitud. En un mundo obsesionado con la juventud eterna y la belleza superficial, este gesto sencillo nos confronta con la realidad de nuestra existencia efímera.

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El propósito de la Cuaresma no es solo privarse de algo por el simple hecho de hacerlo, sino más bien, es un acto de autodisciplina que busca un cambio interno. Es como un gimnasio para el alma, donde el ejercicio consiste en renunciar a ciertos placeres, para fortalecer nuestra voluntad y desarrollar una mayor autoconciencia.

La abstinencia de alimentos específicos durante la Cuaresma tiene un significado más profundo que simplemente cuidar la línea. Es un recordatorio de que el verdadero alimento para el alma no proviene solo de la boca, sino de una nutrición espiritual, que nos conecta con lo divino. Al renunciar a ciertos alimentos, nos desprendemos de las ataduras materiales y nos enfocamos en lo espiritual.

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El viacrucis, ese recorrido que conmemora la pasión y muerte de Jesús, nos lleva a mirar el sufrimiento de cerca. En un mundo donde a menudo evitamos el dolor a toda costa, la Cuaresma nos desafía a examinar nuestras propias cruces. No se trata solo de recordar la crucifixión de Jesús, sino de llevar nuestra propia cruz con dignidad y fe.

La Cuaresma también nos invita a la caridad y la solidaridad. Es un llamado a compartir con los menos afortunados, a abrir nuestras manos y corazones a quienes más lo necesitan. En un mundo donde la indiferencia a menudo prevalece, la Cuaresma nos empuja a romper con la apatía y a ser catalizadores de un cambio a mejor de las estructuras humanas.

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El sacrificio durante la Cuaresma no es una penitencia vacía, sino un acto de amor hacia uno mismo y hacia los demás. Al renunciar a algo, ya sea material o emocional, estamos creando espacio para lo sagrado, para lo que realmente importa en la vida. Es un recordatorio de que, a veces, es necesario desprenderse de ciertas cosas, para progresar en nuestro crecimiento interno.

El Jueves Santo, con la celebración de la Última Cena, nos sumerge en el acto sublime del lavatorio de pies. Jesús, el maestro y señor, se humilla lavando los pies de sus discípulos. Este gesto poderoso nos enseña la importancia de la humildad y el servicio desinteresado. Nos desafía a dejar de lado el ego y a poner a los demás antes que a nosotros mismos.

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El Viernes Santo se centra en la crucifixión de Jesús en el Calvario. Es un día de dolor y de luto, pero ante todo de reflexión, recordando que en la Cruz fueron clavados todos los pecados de la humanidad, los cometidos y los por cometer, obteniendo con ello la justificación de todos los seres humanos. No por nuestros méritos, sino por el infinito amor que Dios nos tiene, tenemos vía libre para acceder a una vida eterna, plena y feliz.

El Sábado Santo es un día de espera y silencio. Jesús ya ha hecho su trabajo, pero aún no se ha producido el acontecimiento más importante de la historia: su Resurrección. Este día, nuestra fe se pone a prueba, en medio de la oscuridad y la espera.

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La Semana Santa culmina con la resurrección de Jesús en el Domingo de Pascua. Es el punto culminante de la Cuaresma, la victoria sobre la muerte y el renacimiento de la esperanza. Nos recuerda que, incluso en los momentos más oscuros, la luz siempre puede surgir. Es un recordatorio de que la vida triunfa sobre la muerte y que la redención está al alcance de todos.

En resumen, la Cuaresma no es simplemente un período de restricciones, sino un viaje espiritual que nos invita a mirar dentro de nosotros mismos, a confrontar nuestras debilidades y a buscar la renovación. Es un tiempo para practicar la autodisciplina, la caridad y la humildad. Más que una carga, la Cuaresma es una oportunidad para crecer, transformarnos y acercarnos a lo divino. Es el camino hacia la resurrección, hacia una vida más colmada de felicidad. Así, mientras caminamos por este periodo temporal, recordamos que la verdadera victoria espiritual radica en la transformación del corazón.

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Los integrantes del grupo de opinión 'Los Espectadores' son:

Jesús Fontes, Javier Jiménez, José L. Garcia de las Bayonas, José Izquierdo, Blas Marsilla, Luis Molina, Palmiro Molina, Francisco Moreno, Antonio Olmo, José Ortíz, Francisco Pedrero, Antonio Sánchez y Tomás Zamora.

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