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«¿Cómo crees que pasaré a la historia»?, es la pregunta que Pedro Sánchez hacía a Maxím Huerta, en el mismo momento de comunicarle su ... cese como ministro de cultura, a quien había nombrado tan solo hacía una semana. La causa del cese era tener abierta una sociedad, al objeto de tributar menos por determinados ingresos, exactamente el mismo tipo de sociedad que la constituida recientemente por Begoña Gómez, su esposa, con los mismos fines que la del Sr. Huerta. Intuyo que a Pedro Sánchez le gustaría que la historia le reconociese como «Pedro el Regenerador».

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Pedro Sánchez Pérez-Castejón, presidente del gobierno de España, es, sin duda, una figura polarizadora en el panorama político español. En el ámbito político, Sánchez no ha dejado a nadie indiferente; su trayectoria está marcada por giros inesperados, promesas incumplidas y una astucia política que ha desconcertado tanto a sus adversarios como a sus propios aliados. La carrera política de este hombre parece una montaña rusa de contradicciones, con momentos de gloria y episodios más que cuestionables.

No sabemos si enorgullecernos de nuestro sistema democrático, al permitir que gente anónima, mediocre, pueda ocupar el alto honor de presidir el gobierno de la nación, o más bien considerar que es un fallo, un déficit democrático permitir, precisamente, esa situación.- Lo cierto es que la hoja de méritos del Sr. Sánchez presenta un currículum paupérrimo. En consecuencia, a Pedro Sánchez se le considera una simple medianía, tanto en el ámbito intelectual, como en el de la gestión, pero sí en cambio se le reconoce una astucia, con la que ha demostrado ser un maestro en el arte de la supervivencia política, de modo que, con estas credenciales, ha logrado ascender a la cima del poder político en España.

Esa astucia suya la puso de relieve cuando fue expulsado por su propio partido en 2016, al evitar que se aliara con los partidos separatistas y proetarras y, un año más tarde, después de una campaña de claro corte populista, ganándose a la militancia del partido, volvió por la puerta grande, ocupando la secretaría general del PSOE. Su regreso no fue solo un triunfo personal, sino el inicio de una estrategia de vaciamiento del partido, convirtiéndolo en una organización caudillista, una secta y convirtiéndose él en el «puto amo», según descripción literal de uno de sus actuales ministros.

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Su ascenso al poder comenzó con una moción de censura exitosa contra el entonces presidente Mariano Rajoy en 2018. Este movimiento, que en su momento se vio como un golpe maestro, fue en realidad una estrategia basada en resaltar los escándalos de corrupción del Partido Popular, más que en presentar un programa de gobierno sólido y atractivo. La moción de censura, apoyada por una amalgama de partidos con intereses divergentes, fue un ejemplo de la habilidad de Sánchez para forjar alianzas improbables, alcanzadas al prometerles atractivas concesiones, que, posteriormente, se cobrarían con creces.

La promesa de Sánchez de convocar elecciones inmediatas tras asumir el cargo quedó en nada, marcando el inicio de una infinita lista de promesas incumplidas. Este primer incumplimiento sentó un precedente, que ha caracterizado su mandato: un presidente que hace promesas con una facilidad pasmosa y que las rompe con la misma celeridad. Este patrón de comportamiento nos ha llevado a muchos a cuestionar su credibilidad y a algunos, con más sarcasmo que respeto, a proponer a la RAE una nueva definición de la palabra «mentira». A la pregunta «¿Qué es la mentira?», la respuesta es: «La mentira es Pedro Sánchez».

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La gestión de Sánchez no solo ha transformado su partido, sino que ha tenido un impacto significativo en las instituciones públicas. Su tendencia a llenar estas instituciones con amigos y seguidores, ha hecho que se politicen, lo que ha deteriorado su imagen de imparcialidad y eficiencia. El Senado y el Congreso, (que han sido ninguneados reiteradamente), han sido escenarios de un espectáculo lamentable de intercambio de insultos y groserías, reflejo de una política cada vez más polarizada.

En cuanto a su impacto en la sociedad española, Sánchez ha sido un arquitecto de la división, el albañil que ha levantado un muro entre los españoles. Su estilo de gobernar ha exacerbado las tensiones entre diferentes sectores de la población, creando un ambiente en el que la polarización y la confrontación son la norma. La distinción clara entre sus seguidores leales y aquellos, que denomina despectivamente como «fachosfera», es un ejemplo de cómo ha contribuido a fragmentar la cohesión social en España.

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La hemeroteca de Pedro Sánchez es una fuente inagotable de material para la crítica. Sus declaraciones y promesas, unas veces contradictorias y otras directamente falsas, ofrecen un espectáculo, a veces hilarante, digno de los payasos del circo, y a veces irritante por lo que supone de tomadura de pelo. Este comportamiento ha llevado a muchos a cuestionar no solo su integridad, sino también su seriedad como líder. Pero el caso es que nuestro presidente tiene la cara tan hormigonada, que, escuchando su propia hemeroteca, permanece con el gesto impasible, como el que oye llover, lo cual es un testimonio de su desdén por la coherencia y la verdad.

Pese a todo, Sánchez cuenta con una base de seguidores, que, a pesar de reconocer sus mentiras y promesas incumplidas, continúan apoyándole. Este fenómeno es un enigma para muchos observadores, que se preguntan cómo un líder con un historial tan rechazable, puede mantener un nivel tan significativo de apoyo popular. Esta es una paradoja digna de una profunda reflexión.

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Sin embargo, a pesar de todos los reproches, es innegable que Pedro Sánchez ha dejado una huella imborrable en la política española. También la dejó, entre otros, Fernando VII. Su capacidad para sortear crisis, adaptarse a nuevas circunstancias, y mantener el poder en un entorno político hostil es una demostración de una astucia y una tenacidad que pocos poseen. Sus métodos pueden ser cuestionables, sus promesas a menudo vacías, pero su habilidad para navegar en el turbulento mar de la política española es digna de estudio.

En última instancia, el legado de Pedro Sánchez será un tema de debate durante años. Será recordado como un líder que rompió moldes, para bien o para mal. Un presidente que llegó al poder utilizando tácticas, que sus críticos consideran exentas de escrúpulos y sus seguidores como necesarias. Su historia no está exenta de ironía y sarcasmo, pero es, sin duda, una historia que se seguirá contando.

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Es comprensible que Pedro Sánchez esté preocupado por su legado y cómo será recordado en la historia. La respuesta a su inquietud, expresada a su entonces ministro Maxim Huerta sobre cómo pasará a la historia es incierta, pero algunos ya se atreven a prever un juicio severo: «Pedro Sánchez, el presidente Destructivo».

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