Queridos Reyes Magos,

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Con mucha alegría, recibimos el encargo del grupo de opinión LOS ESPECTADORES, para que este año seamos nosotros, los pastores de Belén, quienes escribamos la tradicional carta a sus majestades, los Reyes Magos.

Nos dirigimos a ustedes con profundo respeto y gratitud ... para recordarles aquella noche mágica, cuando una estrella brillante iluminó nuestros corazones y cambió nuestras vidas para siempre.

Aquella noche no había luna llena, pero no importaba, porque una hermosa estrella brillaba con especial fulgor e iluminaba todo, como si fuese de día. Era una noche templada y nosotros, los pastores, estábamos, como de costumbre, apacentando nuestros rebaños de ovejas y cabras al raso, aprovechando para hablar de nuestras cosas y comentando, con admiración, el brillo de aquella extraña estrella, que nunca habíamos visto ni habíamos oído hablar de ella a nuestros padres. Por un sexto sentido, intuíamos que algo grande estaba ocurriendo.

Éramos apenas media docena de pastores, cuidando cada uno de su rebaño. De pronto, uno de los nuestros advirtió que le faltaba una oveja. Por la buena relación que manteníamos entre nosotros, después de dejar los rebaños a buen recaudo, nos pusimos todos a buscar la oveja extraviada.

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Caminando, buscándola por aquellos andurriales, pasamos frente a la entrada de una gruta, pudiendo observar el resplandor que salía de su interior. Movidos por la curiosidad, entramos y vimos que, en torno a una pequeña hoguera, había un hombre de pie, y junto a él una joven, que sostenía en sus brazos a un bebé tapado con un manto que, por su aspecto, parecía recién nacido.

Después de que ahuyentaran el temor de que pudiéramos ir con torcidas intenciones, la pareja nos explicó que, al no encontrar sitio en la aldea, tuvieron que buscar un refugio donde dar a luz al bebé. Al percatarnos del estado de precariedad en el que se encontraban, enseguida, algunos fuimos a nuestras casas y trajimos ropa de bebé, mantas, leche fresca de nuestras cabras recién ordeñadas, algún mendrugo de pan y algo de vino de la tierra. Otros también trajeron instrumentos musicales (panderetas, flautas, sonajas y una lira), y todos juntos, pastores y los papás de la criatura, cantamos y bailamos algunas canciones populares, (bueno, el hombre llamado José, bailó poco, si acaso dio algunos pasitos, porque era muy serio).

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Pocas horas después, se presentaron unos ancianos extranjeros vestidos con ricos ropajes y con aire muy solemne, reflejo sin duda de la alta alcurnia real a la que pertenecían. Preguntados quiénes eran, contestaron que los tres eran buscadores de la verdad, y partiendo cada uno de su ciudad, fueron siguiendo la estela de una misteriosa estrella, que, como un GPS de los modernos, fue guiándoles hasta llegar aquí, momento en que la estrella ha desaparecido.

La luz de la estrella se apagó, pero entonces fue cuando se encendió otra luz en el interior de aquellos tres ancianos, que les iluminó la mente y el corazón, y fue cuando comprendieron que, al ver aquel niño, se estaban encontrando con la Verdad que tantos años, y con tanto ahínco habían buscado. Comprendieron cuanta lógica había en que la Realidad Divina viniera a este mundo en la carne de un niño indefenso y necesitado de cuidados. Si la humildad es una de las virtudes más apreciadas por Dios, su Hijo nos dio ejemplo, pues no pudo venir al mundo de una forma más humilde. Si a Dios le encanta la inocencia y la pureza, ¿qué mayor inocencia y pureza, que la de un niño pequeño? Estando convencidos de que estaban pisando suelo sagrado, se postraron de rodillas ante aquel niño y, sacando de sus alforjas, le entregaron algunos regalos.

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A todo esto, nosotros, los pastores, testigos directos de toda la escena, aún no comprendiendo del todo, sí nos percatamos de que allí estaba sucediendo algo muy grande y que ese niño era alguien muy especial. Mientras los sabios conversaban con José y María, nosotros, los pastores, intercambiamos miradas de asombro y emoción. Intuíamos que estábamos presenciando el comienzo de una historia que se contaría por generaciones.

Cogiendo nuestros instrumentos, nos pusimos a tocar y a cantar en honor a ese niño, que, sin nosotros saberlo muy bien, traería la justicia y la salvación a toda la humanidad. Esa noche, en medio del brillo celestial y la música que resonaba en la gruta, nos sentimos parte de algo extraordinario. Con el paso del tiempo, el recuerdo de esa noche se convirtió en un tesoro en nuestros corazones. La humildad de ese lugar y la grandeza de los acontecimientos que presenciamos nos enseñaron que la verdadera realeza no siempre se encuentra en palacios y que los milagros pueden surgir en los lugares más sencillos.

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Por cierto, os preguntaréis qué pasó con la oveja perdida. Por supuesto que los pastores la encontramos, y eso nos condujo a pensar que, de no haber ocurrido el extravío de la oveja, no hubiera tenido lugar ese encuentro maravilloso con quien sería el autor de nuestra salvación. Hay que ver cómo aprovecha Dios cualquier circunstancia, para atraernos y propiciar un encuentro con Él. El hecho de no dar por perdida a nuestra oveja y salir a buscarla nos permitió, no solo encontrarla y traerla de nuevo al redil, sino que encontramos un tesoro, el mayor tesoro que uno puede desear, encontramos la Verdad.

Hoy, tantos años después, seguimos celebrando ese milagro con la misma alegría y humildad con la que cantamos y danzamos aquella noche. Aquello nos recordó que, aunque pensemos que todo está perdido, la fe y la esperanza pueden guiar nuestros pasos, incluso en los momentos más oscuros. Aprendimos también que todos, sin importar nuestra condición, podemos ser partícipes de algo grandioso y divino. Y, por último, también aprendimos de los Reyes Magos, que el que busca con sinceridad y perseverancia, siempre encuentra.

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Finalmente, no puede haber carta a los Reyes Magos sin que elevemos nuestras peticiones a sus majestades. Para nuestros nietos, pedimos lo mismo que a todos los niños del mundo: mucha alegría, porque cuanta más alegría tengan ellos, más tendremos los papás y los abuelos. A todos los hombres y mujeres les pedimos ojos que sepan ver lo extraordinario en lo ordinario, orejas que sirvan no solo para oír ruidos, sino para escuchar las palabras de Vida y de Verdad y un corazón como el nuestro de pastores, abierto, acogedor y disponible. Con gratitud y reverencia,

Diciembre 2024.- Los Pastores de Belén

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