Desde mediados del siglo XX, el término 'inteligencia artificial' se viene escuchando con bastante asiduidad. En nuestra opinión, se trata de un oxímoron, puesto que ... la inteligencia exclusivamente es propia de la especie humana. Ni la poseen los animales, ni, mucho menos, los artefactos creados por la mano del hombre. Lo que no admite duda es que la capacidad creativa del ser humano tiene su techo muy alto y, de esta manera, los inventos de los últimos 200 años han dado un vuelco total a nuestras vidas, aportándonos un notable aumento de nuestro estado de bienestar. Invenciones como la electricidad, el teléfono, la aspirina, la anestesia, el ascensor, la bicicleta, la pastilla de jabón, el sistema de alcantarillado, el ordenador y más recientemente la domótica han devenido en hacerse completamente imprescindibles y, probablemente, su ausencia nos haría un gran descosido en nuestros hábitos y calidad de vida. Sencillamente, no sabríamos vivir si nos faltara alguno de estos artificios creados por la mano del hombre. Por si faltara poco, recientemente, científicos canadienses han descubierto la forma de rejuvenecer el cerebro humano.
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La carrera espacial nos está permitiendo adentrarnos en las profundidades del cosmos mediante la construcción, por un lado, de naves capaces de navegar por el espacio intergaláctico y, por otro, de telescopios tan potentes, que quizás nos permitan escrutar hasta los límites del universo, tratando de investigar el origen del mismo, o sea, qué había antes del Big Bang. Todo ello impulsará nuevas ventajas, que tendrán repercusión en beneficio del ser humano, en disciplinas como la sanidad, la geolocalización, el transporte, la educación, etc.
Viajes turísticos al espacio, conducción de coches autónomos o por control remoto, implantes de cualquier órgano del cuerpo humano o drones capaces de plantar 40.000 semillas al día para reforestar son ya proyectos hechos realidad. Al ritmo que vamos, no es descabellado pensar que, antes de fin del presente siglo, la tecnología provoque tales cambios, que la evolución puede que nos transforme en entes tecnológicos en lugar de seguir siendo entes biológicos. Puede que la mal llamada inteligencia artificial supere a la inteligencia humana y, en ese caso, la era del humanismo estará a un paso de entrar en la nueva era del denominado transhumanismo, un movimiento que pretende mejorar al ser humano, sobrepasando los límites biológicos e importándole poco los límites éticos. Cabe la posibilidad de replicar informáticamente el cerebro humano y reimplantarlo en un robot, pero entonces, ¿sería eso un ser humano?
Si hay algo que caracteriza a nuestra época son las bases de datos, las enormes Big Data. Las grandes empresas tecnológicas del sector, como Google o Yahoo, gestionan cantidades ingentes de información a nivel mundial, que ponen a disposición de cualquier usuario y, sobre todo, de las empresas, con quienes ejercen un comercio altamente rentable. Cuando la red 5G todavía no ha generalizado toda la aportación de la que es capaz, sobre todo en la velocidad de la transmisión, ya comienza a hablarse de la red 6G, que mejorará notablemente la conectividad, creando el 'internet de las cosas', que no es otra cosa que la interconexión de diversos dispositivos, dándose instrucciones unos a los otros y ejecutando tareas, previamente programadas por el ser humano.
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La inteligencia artificial puede hacernos la vida mucho más cómoda y agradable, y puede remediar multitud de necesidades, tanto en el sector empresarial, como en el hogar o en la medicina. La creatividad humana parece no tener límites. Sin embargo, la inteligencia artificial también tiene una cara B, la cara oscura. En determinadas ocasiones, las investigaciones rozan la frontera de lo éticamente permitido, especialmente en aquellas relativas a la gestión de embriones humanos, los cuales, para muchos científicos son considerados ya en este estadio como seres vivos, dotados de identidad propia. El manejo y gestión de billones de datos por parte de Google y otras compañías nos hará más vulnerables, porque quedará al descubierto una gran parte de nuestra vida privada. Estas compañías llegan a conocernos mejor que nosotros mismos, y lo aprovecharán para bombardearnos con una obsesiva publicidad consumista, que, si no somos capaces de controlarla, puede conducirnos a la ruina y a la alienación, convirtiéndonos en simples objetos.
El desarrollo de la robótica avanzada ha eliminado y lo sigue haciendo miles de puestos de trabajo y, aunque crea otros nuevos, el ritmo de esa creación es mucho más lento que la destrucción de aquellos. La dedicación excesiva y, a veces, casi obsesiva de los niños (y también los adultos) en todo tipo de entretenimientos ofrecidos por los videojuegos, la real posibilidad de que puedan acceder a contenidos perniciosos para su edad y la esclavitud que puede suponer la pertenencia activa y permanente a las redes sociales, provocarán la aparición de nuevas patologías psicosomáticas, que requerirán de tratamiento médico especializado. Recientemente, ha aparecido un Chatbot o programa informático de inteligencia artificial, capaz de dialogar con el internauta y redactar toda clase de discursos, poemas, análisis, etc., que ha llamado poderosamente la atención. Sin duda, puede ser grande y valiosa su aportación a la sociedad, sin embargo, bordea los límites de la ética y atenta contra la creatividad del ser humano, adormeciendo e insensibilizando su mente. El problema no es la tecnología, sino sacralizarla. La tecnología nos va a solucionar muchos problemas, es evidente, pero nunca saciará el ansia que tiene el hombre de lo infinito. Nadie pone en duda los beneficios que la ciencia y la tecnología han aportado al campo de la sanidad entre otros, pero una parte de la ciencia persigue cambiar drásticamente la especie humana, algo así como un poshumanismo en el que, introduciendo determinadas modificaciones en el genoma humano, podríamos no padecer enfermedades, no envejecer, controlar las características físicas del niño próximo a nacer, etc., es decir, poder elegir hijos 'a la carta' y crear el superhumano, un androide, que hincaría las rodillas ante su nuevo dios: la tecnología.
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Por último, merece la pena tener presente y no perder de vista que, por muchos avances que consigamos en materia de inteligencia artificial, las fuerzas de la naturaleza, cuando se desatan provocando inundaciones, tsunamis, huracanes, erupciones volcánicas, seísmos, etc., nos recuerdan que el ser humano jamás podrá dominarlas, porque, en realidad, tan solo somos creaturas limitadas, caducas y frágiles.
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