Si nos damos cuenta, nuestra vida se materializa en una secuencia sin fin de decisiones. A todas horas estamos decidiendo. Decido si irme o quedarme, ... si aceptar o rechazar, si hablar o quedarme callado, si comportarme de un modo u otro, etc. Hasta no decidir es, en cierto modo, una decisión, justamente decido no decidir. Un claro ejemplo de esto último es el voto abstencionista en el Congreso de los Diputados. Cuando un diputado vota abstención, realmente está tomando una decisión.
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Es por ello que la vida de una persona está fuertemente condicionada por el tipo de decisiones (o no decisiones) que adopta. Podríamos asegurar que su felicidad o ruina se la juega, precisamente, según qué decida en cuestiones importantes. Y hay momentos en la vida en los que la elección se antoja fundamental para el futuro de esa persona. Por ejemplo, decidir sobre la carrera universitaria a estudiar; decidir unirme en matrimonio con la persona que amo o quedarme soltero para no tener ataduras; decidir optar por el sacerdocio o formar una familia, etc. Hay decisiones que, sin ser tan trascendentes, también tienen su importancia, como por ejemplo seleccionar el partido político a votar en las próximas elecciones, o participar en alguna ONG como voluntario; o asistir a alguna movilización callejera en defensa de convicciones fundamentales, etc.
Al margen de que nuestras decisiones sean acertadas o erróneas, lo que sí tenemos claro es que la persona tiene que decidir sobre todo aquello que le afecta, porque la opción de decidir no decidir, valga la redundancia, pocas veces es atinada. Al que decide no decidir se le podría aplicar el dicho de que 'el que calla, otorga'. Sin embargo esa 'no decisión' también comporta consecuencias, no pocas veces perjudiciales. No decidir es procrastinar, es permitir que el tiempo o el azar solucione el asunto, algo que difícilmente ocurrirá y, en el mejor de los casos, lo aplazará. No decidir es permitir que otros piensen, opinen y decidan por ti. No decidir significa evadirse de los problemas y hacer dejación de la propia responsabilidad.
El indeciso lo es por miedo o por falta de conocimientos, o por pereza de tener que realizar el esfuerzo de analizar la cuestión. No desea asumir responsabilidades al tener que adoptar una determinada posición ante una situación externa. Sin embargo, no decidir sobre algo que te afecta, te impedirá ejercer el derecho a reclamar y a pedir explicaciones a nadie.
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El seguidismo ciego, ya sea en política, en religión, o en cualquier otra parcela de la vida, no es propio del ser humano, quien, como tal, tiene en la libertad y la racionalidad sus principales atributos, las palancas en las que se debe apoyar. La manipulación de las mentes es algo tan arcaico como el ser humano, pues ya surgió desde que la serpiente engatusó a Adán y Eva. En consecuencia, es indispensable pasar por el tamiz de nuestro examen analítico la innumerable cantidad de ofertas de toda índole que una sociedad consumista y hedonista, como la actual, hace llover sobre nosotros.
El argumento de que las cosas son de una forma, porque siempre se han hecho así, o el respeto a una determinada tradición, porque está muy arraigada en lo hondo de los tiempos, es un argumento falaz, propio de mentes licuadas. El que por pereza o debilidad mental acepta sin rechistar proclamas populistas o dogmas basados en simples creencias sentimentales, carece de la lucidez necesaria para saber distinguir el grano de la paja, entre el valor real que permanece y es inmutable y aquello otro, que, por cultura y mentalidad, debe ser acomodado al tiempo actual.
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Uno puede decidir actuar con 'prudencia', en el concepto más perverso y peyorativo del término, siguiendo, por cobardía, la senda de lo políticamente correcto, con enormes probabilidades de caer en el sectarismo; o bien ser auténtico, guiarse por el dicho de 'sé tú mismo', poniendo de relieve su madurez y su sólida personalidad, aunque ello comporte algún tipo de discriminación, agravio u otra clase de represalias.
Entra dentro de la lógica que la persona que no se deja manipular, que no tiene miedo a salir del rebaño, enfrenta cualquier situación de la siguiente manera: 1) todo lo pone en cuestión, deja que la duda brote desde su interior, 2) se informa convenientemente sobre el asunto, 3) realiza una profunda reflexión y un análisis riguroso y 4) opta entre las distintas posibles alternativas. Esta es la única forma de ser de una persona activa, al tomar sus propias decisiones, en lugar de, si se nos permite la palabreja, ser un actuado.
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La construcción de un mundo mejor es tarea de todos, sin exclusión alguna. Se nos demanda un rol activo y no pasivo, tanto en realidades cercanas como lejanas, teniendo muy claro que, aunque poco, siempre se puede hacer algo. Sí, es cierto que algunas o muchas veces nos equivocaremos, pero, al margen de que la rectificación casi siempre será una posibilidad, también es verdad que es muy valiosa la lección que se aprende de los errores y fracasos.
Por último, el ser humano es forjador de su propio destino, y ello se concreta en participar en aquello que me concierne y en hacer oír mis ideas, mis principios, mis convicciones, aun yendo a contracorriente y, finalmente, tomar las decisiones que en conciencia correspondan. En definitiva, o actuamos o permitimos ser unos actuados.
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