De entre los cientos de millones de personas que aseguran corrieron delante de los guardias en mayo del 68 en París, Salvador Delis era de los escasísimos que, como lo hicieron de verdad, nunca hablaba de ello. A lo largo de mi vida he comprobado ... que los que lucharon contra Franco llevan cuarenta años sin sacar a Franco y los que eran unos estudiantes de la Sorbona en mayo del 68 jamás presumieron de serlo. Estos últimos, por vergüenza de comprobar que los dirigentes de aquella cosa terminaron, a no mucho tardar, llevando trajes de tres piezas en la banca o la alta política. Fue algo así como lo de Galapagar, pero de impacto planetario.
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El sevillano encastado en Murcia Salvador Delis nunca dejó de ser comunista pro soviético, me tenía un raro cariño (a un facha como yo) y se lo encontraron frío en el suelo, esta semana. En París, que ya no era una fiesta, conoció a Picasso, Semprún o Bergamín y era habitual de las tertulias de la 'rive gauche' parisina, donde lo acogían por su rápida inteligencia siendo un crío. Era una celebridad en las calles andaluzas, colmaos y campamentos gitanos, donde lo tenían por una especie de patriarca payo, generoso hasta el manirrotismo. Llevó una vida nómada que no paró más que un único momento a ponerse la mascarilla antiCovid, y ése fue su momento final. Desde dos días antes le estaba dando un infarto y se negó a tomar una pastilla ni a saber nada de médicos. Tal vez lo hizo despreciando el probable desenlace. Quién sabe lo que hace nadie cuando, ya en la setentena, ve recortarse el antes inmenso panorama. Sobrevivió al ataque de varias mafias, entre ellas la rusa. Siempre bajo su sombrero fedora, que cambiaba al panamá con el calor. Iba muy tieso, sin llevar jamás nada en su mano (estimaba que eso de cargar con algo era de gente vulgar). Sentía aversión por las aceitunas, supongo porque las identificaba con el régimen cortijero de su tierra; no podía verlas hasta el punto que se negaba a estar si había olivas cerca. Tuvo mucho dinero y se arruinó, lo volvió a tener y volvió a perderlo, y le daba el mismo tratamiento, el distanciamiento, a todos esos acontecimientos. Por lo único que comprobé que se le ponía una luz de atardecida en la mirada, era al acordarse de su amigo Taleb, un argelino con contactos junto al que recorrió el mundo en grandes negocios locos o cuerdos. Y que murió justo como él mismo.
Fue inseparable de mi familia. Cierta vez, hace cuarenta años, uno de mis tíos se moría sin remedio, y puso a todos los gitanos que conocía, miles, a rezar. Se salvó milagrosamente, y hasta hoy, porque la única condición impuesta por los clanes si sobrevivía fue hacer el Rocío. Como decía el doctor Marañón, refiriéndose a la curandería, «no creo en eso, pero funciona». Si por la calle ven pasar a un tío con sombrero que no carga nada en las manos, párenlo, que será él, Salvador, que va dignamente camino de ningún sitio.
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