La línea roja de la violencia de género
MAPAS SIN MUNDO ·
Ningún cargo, ningún gobierno vale la pena cuando el coste a pagar es desproteger las vidas de los más indefensosMAPAS SIN MUNDO ·
Ningún cargo, ningún gobierno vale la pena cuando el coste a pagar es desproteger las vidas de los más indefensosLa magnífica serie 'Miss America' se sitúa en el tránsito de la década de los 60 a la de los 70, cuando la política Phyllis ... Schafly movilizó a las fuerzas conservadoras de Estados Unidos para tumbar la denominada Enmienda de Igualdad de Derechos, un proyecto que promovía la igualdad de derechos en materia de trabajo, divorcio y propiedad entre hombres y mujeres. El colectivo feminista –entre el cual sobresalía la figura de Gloria Steinem, recientemente premiada con el Princesa de Asturias– se movilizó para hacer comprender al poder político masculino que el papel social de la mujer no debía quedar restringido al de candorosa madre y ama de casa, sin apenas derechos reconocidos legalmente. Aquellas mujeres trabajaron muy duro y consagraron su vida entera para que, medio siglo después, la igualdad entre géneros sea efectiva y no una improbable aspiración social. Pero, sorprendentemente, el auge de los populismos de extrema derecha parece haber inoculado en un amplio sector de la sociedad una agresiva actitud hacia el feminismo, que amenaza con devolver la lucha por los derechos de la mujer a la casilla de salida. La demonización del movimiento feminista constituye una perversa estrategia de contaminación de la democracia que, desgraciadamente, ha calado, incluso, entre perfiles que, a priori, parecen alejados de las políticas ultras. Los retrógrados están ganando el debate social. Al feminismo se le ponen tantos peros que ha dejado de ser un lugar de consenso entre las mujeres y los hombres de bien para ser contemplado como una interesada maquinaria ideológica que solo beneficia a un pequeño grupo de radicales.
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Me produce terror el mundo hacia el que vamos. Ni siquiera el asesinato diario de mujeres es capaz de precipitar un acuerdo unánime entre agentes de diferente signo político. Todo lo contrario: el empuje del nacionalismo –una de las ideologías más falocéntricas que se conocen– ha remasculinizado el espacio político y social, y relativizado una de las formas de violencia sistémica que más víctimas causa cada año: la violencia de género. Esta semana se ha conocido que, durante 2021, la Región de Murcia registró 1.503 víctimas por violencia de género –un 11,9% más que el año anterior–. Cualquier persona con un mínimo de sensatez y de ética puede derivar del análisis de estos datos que nos encontramos no ante un accidente o un cúmulo de causalidades, sino ante un problema estructural, cuya raíz específica es fácilmente detectable. Pero, lejos de ello, hay formaciones políticas que se niegan a reconocer este tipo de violencia y que –lo que resulta tanto más desasosegante– aprueban iniciativas que solo se pueden calificar de cómplices con ella. De hecho, horas antes de que se conocieran las terribles cifras arrojadas por la violencia de género en la Región de Murcia, en la Asamblea Regional se aprobaba una iniciativa legislativa para modificar el Código Civil y que, de esta manera, se estableciera la custodia compartida en todos los casos aunque existiera violencia de género. La propuesta salió hacia adelante con los votos del Partido Popular, los tránsfugas de Cs y los ex de Vox. Y, en este contexto demencial en el que se pone en riesgo la vida de niños y niñas, lo más llamativo es que Isabel Franco, la consejera de Política Social, diera igualmente su voto a favor.
No soy de los que solicitan dimisiones cada vez que no está de acuerdo con la acción de un representante político –este recurso se ha devaluado con el transcurso de los años, a resultas de utilizarse como un comodín para todo–. Pero que una consejera de Política Social traspase la línea roja de la violencia de género solo por seguirle el juego a los ultras ex de Vox y mantenerse así en el sillón me parece de una gravedad máxima. La violencia vicaria no es una fantasía inventada por la izquierda radical y proetarra. Como consecuencia de ella, mueren muchos niños y niñas al cabo del año; niños y niñas que, dicho sea de paso, tendrían que ser protegidos por la consejera de Política Social, en lugar de ser puestos en peligro por iniciativas como la aprobada esta semana en la Asamblea Regional.
Dejemos de mercadear con las vidas de los otros –y, sobre todo, de los más vulnerables–. Ningún cargo, ningún gobierno vale la pena cuando el coste a pagar es desproteger las vidas de los más indefensos. Lo sucedido días atrás es de una gravedad que, a tenor del escaso ruido generado, me lleva a pensar que hemos caído en el relativismo moral más absoluto. Todo vale con tal de que los nuestros se mantengan en el poder y de que los adversarios sean derrotados. El problema es que, en este caso, los derrotados somos todos, la sociedad en general, que ve cómo sus gobernantes juegan con sus vidas con una frialdad que causa terror. Es urgente dejar la violencia de género y sus derivadas fuera de cualquier negociación e intento de chantaje político. Sinceramente, no entiendo cómo alguien puede dormir con la conciencia tranquila después de haber votado a favor de una iniciativa como esta. El mundo distorsionado en el que viven muchos les ha llevado a pensar que es el hombre el maltratado por el sistema, y que, por tanto, es urgente aplicar medidas correctoras que alivien la tiranía de la mujer. Es de locos.
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