La libertad para informar sin censuras es un pilar básico sobre el que se sustentan las sociedades democráticas. El papel de la prensa resulta clave para ejercer un control de cuantos aspectos atañen al correcto desempeño de una convivencia social armónica. Ejerce la denuncia de ... situaciones ilícitas, arbitrarias o erróneas con la intención de corregir y enderezar yerros y desvíos. Su solvencia y credibilidad radica en ofrecer noticias veraces, contrastadas, con la salvaguarda de una postura ética rigurosa, sin condicionantes. Pero este cometido de difundir noticias ha experimentado un cambio sustancial, al ceder el protagonismo desempeñado hasta ahora a las omnipresentes redes sociales. Estas se han convertido en poderosos altavoces en un empeño de airear todo cuanto acontece –y aún más– como un descomunal escaparate público, divulgando sin tregua ni limites cualquier contenido de forma inmediata. En la crítica a sus indudables ventajas como medio de relación e información, emergen los reparos por la falta de regulación de sus contenidos. La opción al alcance de cualquiera de dar rienda suelta a noticias u ocurrencias varias resulta ser una nociva licencia. Porque esta libertad sin freno da pie, junto a mensajes normales y de buena fe, a falsas noticias y enfoques equivocados de la verdad, con elucubraciones o argumentos peregrinos sobre cualquier cuestión que se tercie. No es ajena a este nefasto proceder la impunidad que se ampara en pseudónimos para lanzar insidias, exabruptos, descalificaciones o falsedades. Con el equívoco de conceder igual rango a voces autorizadas y sensatas que modulen tan nefastos contenidos.
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Su masiva generalización permite una nueva forma de airear críticas por quien, con o sin razón, se siente perjudicado por decisiones o aspectos perjudiciales, desfavorables a su entender, sin contrastar. Es una realidad la amenaza de propagarlo a través de las mentadas redes. Se llega al extremo de que agravios, quejas, reclamaciones, protestas y cuanto se tercie, las más de las veces particulares, anecdóticas, puntuales, extienden sobre el ánimo colectivo la sombra de la sospecha generalizada. Al focalizar, insistiendo de continuo, sobre aspectos negativos de la realidad, se esparce la convicción de que todo está mal o anda manga por hombro, cuando esos hechos aislados, que está bien que sean revelados y aireados, no son representativos del buen hacer colectivo habitual. Yerros hay en toda actividad humana. Nadie está preservado de aparecer en las redes algún día, ya sea como individuo o institución de cualquier clase, y no precisamente por sus cualidades o aciertos, lo que por obvio nunca es noticia.
Semejante forma de informar sin cortapisas condiciona una persuasión colectiva, que sería una paradoja en el decir de los científicos sociales. Se trataría del conocido como 'espejismo de la mayoría', al considerar que una opinión que es minoritaria en términos absolutos, resulta apreciada como muy relevante por la mayoría. Es esta, pues, una percepción errónea, que da a entender que todo cuanto concierne a nuestro contexto es lo correcto y acertado, en un sesgo de estrechas miras, considerando nuestra particular visión igual a la que tienen todos los demás. En la vida cotidiana nos relacionamos con un reducido número de personas, con hábitos comunes compartidos, modulando una forma acorde, casi uniforme, pues forjamos nuestras opiniones por medio de las mismas vías de información. Un círculo bastante cerrado en términos absolutos, percibido como si fuera el de todo el espectro social.
Esta posibilidad de publicar cualquier cosa introduce cierta perversión colectiva. Y ello sucede en época tan compleja como la actual, necesitada de referentes sólidos ante tanta incertidumbre, ya sean estos personajes públicos, científicos o responsables políticos. Resulta complicado para los legos en tantas cuestiones discernir lo real de lo inventado y errado, cuando a ello añadimos foros sin cuento que jalean sin espíritu critico cuantas proclamas emiten los partidarios, mientras se denigran las de quien profesa otras ideas. Se crea así una atmósfera de convicción entre los digamos adeptos, al aceptar, de modo acrítico que se está en posesión de la razón o de la verdad. Una circunstancia que enrarece el ambiente social, alterado por las sucesivas olas y estragos de la pandemia vírica, a lo que no son ajenas las permanentes disputas políticas. Son estas un lugar común, plagado de tópicos, convirtiendo en norma las repetidas y manidas declaraciones, superponibles, es decir sin variar un ápice el guion a propósito de cualquier propuesta formulada por otros. No aportan nada los sonsonetes en exceso reiterativos, que conducen al empacho. Consecuencia de ello es una progresiva desafección a la cosa pública por parte de la ciudadanía, que asiste resignada, decepcionada y saturada a lo mismo de siempre.
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Cabría formular buenas intenciones, en una reflexión íntima e individual, para revertir la crispación que se percibe en el entorno. Pero como señala otra cantinela en boga: 'Esto es lo que hay'.
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