Uno de los vocablos empleados de manera más arbitraria en estos días es 'libertad'. Hasta hace poco, libertad era de uso exclusivo, o casi exclusivo, de posturas ideológicas cercanas a la izquierda. En mis años mozos se hacían manifestaciones en las que se gritaba «amnistía, ... libertad», sobre todo, por el estamento estudiantil. Además, cuando la policía franquista hacía una redada en cenáculos de personas contrarias a la dictadura, y metían en chirona a quienes allí pillaban, se agrupaban deudos y amigos en las puertas de las cárceles para gritar «libertad a los presos políticos». Hoy día, los independentistas catalanes han utilizado la misma frase, aunque bien sabían que más que presos políticos eran pícaros que permitieron unas elecciones para las que no tenían autorización.
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Jarcha hizo una canción, en 1976, que después de ser censurada, se convirtió en símbolo de la nueva España, de una democracia que se anhelaba y no tardaría en llegar. El estribillo decía: «Libertad, libertad / sin ira libertad / guárdate tu miedo y tu ira / Porque hay libertad / sin ira, libertad / y si no la hay, sin duda la habrá». Los que ya tenemos una edad la tarareamos por activa y por pasiva. Pues bien, no hace mucho, uno de los antiguos componentes del grupo onubense ha denunciado que la extrema derecha hizo uso del tema compuesto por ellos de manera «perversa, colonizadora y usurpadora de la simbología común». Es uno de los ejemplos flagrantes del torticero cambio de significado de un mensaje.
La derecha ha comprobado las excelencias de esta palabra rotunda, bella, sin ápice de ambigüedad, y la ha incorporado a su vocabulario de la manera más directa posible. Queda por discutir, si apropiada. Para Díaz Ayuso, por ejemplo, libertad ha sido reducir las limitaciones provocadas por la Covid, abrir bares y lugares de ocio, y dejar que la gente haga lo que quisiera a su libre albedrío. Seguramente la dirigente madrileña no conozca lo que dijo Juan Pablo II (que no era precisamente de izquierdas): «La libertad no consiste en hacer lo que nos gusta, sino en tener el derecho a hacer lo que debemos». García Egea se quejaba amargamente del Gobierno porque no dejó libertad a las comunidades para proteger la pandemia. No insisto por pudor en más ejemplos de los muchos que las hemerotecas recogen. El término libertad, pues, ya no es lo que era. La modernidad lo emplea como le da la real gana.
Es evidente que, quienes utilizan hoy esa palabra, no tienen similares intenciones del famoso aforismo que impuso la revolución francesa de 'libertad, igualdad, fraternidad'. Robespierre, en 1790, lo pronunció en un discurso sobre las milicias nacionales. Desde entonces, los tres sustantivos se relacionan tan estrechamente, que parece como si no pudiera haber libertad sin igualdad, ni igualdad sin fraternidad, ni fraternidad sin libertad. Conceptos, así entendidos, muy lejanos a los que preconiza la derecha más radical contemporánea, que se ha adueñado de la 'libertad' como sinónimo de un dejadme hacer lo que quiera. También lo dicen los negacionistas cuando se oponen a ser vacunados, pues reclaman la libertad del individuo para que se niegue a hacer lo que la inmensa mayoría le solicita; o quienes exigen que los padres sean los dueños absolutos de la decisión de que los hijos tengan que estudiar las materias que ellos consideran necesarias, digan lo que digan pedagogos o profesionales del tema.
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En puridad no podemos negar que quienes utilizan la libertad como señuelo ideológico, venga de donde venga, tengan sus motivos, normalmente subjetivos, pero motivos. Sin embargo, me da la risa cuando los oigo, porque parece como si hubieran aprendido ayer lo que es la libertad. En resumidas cuentas, es como si una palabra, una misma palabra, sirviera para todo, para una cosa y su contraria. Lo que no deja de ser curioso.
El reiterado término me remite, como estoy seguro que a tantos y tantos lectores, al famoso discurso de don Quijote sobre la libertad que, a pesar de tener otras intenciones (las del hombre libre frente al cautivo, condición que el escritor alcalaíno había experimentado en sus propias carnes), ha quedado como modelo de defensa de la integridad del individuo: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra se puede y debe aventurar la vida». Y sigue. Ni media palabra más.
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