Entre las diversas maneras de manifestar su singularidad, los grupos sociales recurren a la creación de lenguajes secretos, denominados jergas y argots, para diferenciarse del ... común y poder comunicarse sin interferencias con los miembros del grupo. Luego, muchas de sus palabras pasan a la lengua corriente, al uso habitual. Nadie desconoce que 'estar para el arrastre', sinónimo de cansancio extremo, procede de la jerga taurina, ni que palabras y expresiones como 'calabaza', 'hacer novillos' o 'chuleta' no significan lo mismo en un mercado de abastos que en el ámbito estudiantil. Entre delincuentes, 'dar un palo', el 'chabolo', una 'pipa', o el 'palomo' se refieren, respectivamente, a un atraco, la celda de la prisión, una pistola y la víctima de un engaño. En mis años jóvenes, las compañeras de estudios, mucho más despabiladas que nosotros, utilizaban con endiablada rapidez un seudolenguaje o jerigonza consistente en anteponer a cada sílaba otra consensuada de antemano. Vamos a hablar con la 'fi', decían. Y a continuación oíamos mensajes incomprensibles como 'titú fié firés fiún fitón fitó'. Los chicos, engolfados por entonces en las 'sutiles y complejas' estrategias del fútbol, no nos enterábamos de nada.
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Todos los estamentos religiosos, en su deseo de considerarse mediadores únicos con el mundo trascendente, han utilizado códigos secretos. Tal hacían los sacerdotes egipcios, que escribían sus libros sagrados en caracteres jeroglíficos o demóticos, indescifrables para quienes no pertenecieran a la casta. La Iglesia católica utilizó hasta época reciente el latín en las ceremonias religiosas, cuando hacía siglos que había dejado de utilizarse y que, por supuesto, desconocían los feligreses que las recitaban de memoria como un rito de tono esotérico y recóndito. Durante los setenta, época de enormes cambios sociales y políticos, se puso de moda la jerga 'cheli' entre universitarios y gentes de la progresía, algunas de cuyas expresiones perviven hoy. Formada con una mezcla de caló, anglicismos adaptados y palabras de grupos marginales, recordamos aún algunas de sus voces: el 'carro' era el coche, una 'gachí', una chica, 'a mogollón', en abundancia, 'molar cantidubi', muy interesante y agradable, 'fardar', presumir, 'la basca' eran los amigos y 'demasié pal body' expresaba un impacto emocional excesivo.
Con las nuevas tecnologías, muchos entendidos presumen, ante los indoctos, de conocimientos expresados en un argot misterioso, plagado de anglicismos y renovado casi a diario, que incorpora un nuevo sistema de medidas: 'bits', 'megas', 'gigas', 'teras', gente que pasea por las interioridades del sistema y habla con fluidez de 'software' y 'hardware'... Estos apóstoles de la nueva ciencia utilizan términos antiguos con nuevas significaciones: 'se bajan' documentos de internet, como si internet estuviera en el cielo, 'navegan' por las redes, convirtiéndose ellos mismos en 'internautas', como los argonautas de Jasón cruzaban el Mediterráneo tras el vellocino de oro, o arriban a 'puertos' inmateriales de USB.
Hoy la jerga tecnológica lo invade todo. De la vital importancia otorgada a este nuevo mundo nació el despectivo concepto 'analfabetos digitales', que califica a quienes su desconocimiento, escasas posibilidades e incluso desinterés los han alejado del acceso y la práctica de esta nueva 'religión' de bienaventurados. Por contra, nunca antes se había hablado de algo mucho más grave, la existencia de 'analfabetos' matemáticos, filosóficos o artísticos, que los hay en mayor abundancia que los digitales (aquellos que ignoran qué es el 'número pi' o nada les suenan Platón o Velázquez).
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El desconocimiento de la cibernética se convirtió en pecado de lesa modernidad, obligando a avergonzarse a sus infractores. Hoy los 'analfabetos digitales' pasean su 'ignorancia' y supuesta precariedad por una sociedad incapaz de apreciar sus otros muchos valores, como la experiencia en campos imprescindibles como el conocimiento de los mecanismos de la vida (que es la mejor universidad posible), la memoria del pasado, la serenidad anímica, la resiliencia... La sociedad no quiere renunciar a sus conquistas y obliga a estas personas y a las jóvenes generaciones a reeducarse, casi 'manu militari', de igual modo que los regímenes dictatoriales llevan a los disidentes a 'campos' de rehabilitación para aprender las bondades del sistema, haciendo tabla rasa de sus ideas anteriores.
Las insuperables prestaciones de sistemas y aplicaciones cibernéticas no deben suponer que hay que abandonar habilidades muy necesarias para manejarse en la existencia individual y social. Destrezas como el uso de la memoria, la capacidad de orientación, la transmisión de saberes entre profesores y alumnos, la conversación cara a cara para resolver conflictos o aportar consuelo, la tensión dialéctica que hace progresar el pensamiento, la contemplación de la naturaleza con los propios ojos y no a través de una pantalla, hoy sustituidos casi completamente por las máquinas. Destrezas arrumbadas como antiguallas, que no deben dejar de formar parte de las habilidades individuales. Cuanto más nos alejamos de lo propiamente humano, más nos internamos en un mundo desconocido, una 'terra incognita' de imprevisibles horizontes.
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